martes, 30 de agosto de 2011

Sacando conclusiones


Como ya ha pasado más de una semana del costalazo, se pueden ir sacando algunas conclusiones, a la vista de las sustanciosas consideraciones de Jota, de Gaspar, de Carlos, de Josejax y de Luisma. Aprender es la justificación de la pomposa e irónica denominación de este hilo: Manual de Perfecto Parapentista.
- Como en cualquier actividad, evitar riesgos "cantados" debe ser una prioridad en parapente. Yo mismo me había percatado con anterioridad de que una zanja junto al despegue o al aterrizaje podía constituir un problema.
– Igual ocurre con el equipo inadecuado, en mal estado o mal revisado, el viento racheado, las maniobras imprudentes o demasiado atrevidas para el nivel que se tiene, el trafico intenso y no controlado en las laderas, etc.
– La falta de formación, entrenamiento y forma física son malos compañeros de vuelo.
– El vuelo en zonas desconocidas requiere un buen asesoramiento por parte de los pilotos expertos en el lugar.
– Siempre deberíamos volar con alguien observándonos y que nos pregunte por radio que dónde estamos si no nos ve. No se cómo habría podido salir del costalazo con el parapente a tensión por el viento si Carlos y otros colegas no me ayudan a quitármelo, y eso que no había perdido movilidad por no tener afectada ninguna articulación ni hueso importante.
– Las protecciones corporales, como petos, coderas o rodilleras -hay quien las lleva- son muy buenas en estos casos. Si las usan los pilotos de motocross, por qué nosotros no.
– El casco, integral, y mejor con pantalla. A mi me ha salvado la jeta tres veces.
– Tan perjudicial como el descuido de la seguridad puede ser la obsesión exagerada por este tema. Paradójicamente, más de una accidente grave ha ocurrido por eso. Mi pobre amigo Benito, tras un adelantamiento hizo un giro brusco para evitar adelantar en un cambio de rasante, resbaló con la moto y… en paz descanse.
– Y si se da uno la piña y la cuenta, pues paciencia, dieta variada, moverse lo que permitan las articulaciones sanas -y no molesten las dañadas- y mantener el ánimo sin hacerse mucho el malito. Cuanto más parafernalia se monte, más presión familiar para que uno no vuelva a practicar la actividad de marras. Medicamentos, los menos posibles: fármaco en griego significa veneno.Ah, y aprovechar el tiempo mientras se reposa. Y de baja laboral, la mínima, no está el país…

viernes, 26 de agosto de 2011

El club de los parapentistas hostiados


Hostiarse es una cosa que solo le pasaba a los demás hasta que el pasa a uno mismo y todos somos candidatos, aunque unos hagan más méritos que otros. Hostiarse en parapente es, además, un requisito imprescindible para formar parte del exquisito club o asociación que vamos a formar próximamente, con congreso constituyente, directiva, presidente de honor y tribunal de admisión, pues habrá mucho accidentado hogareño que quiera colarse, la envidia es muy mala.
Hostiarse en parapente es, también, un rito de paso –que decimos en Antropología- sin el cual, el perfecto parapentista no lo será nunca. Al igual que los antiguos marinos solo podía lucir una argolla de oro en la oreja izquierda si habían pasado por el temible cabo de Hornos, alcanzando la categoría de Lobo Marino, el perfecto parapentista que haya vivido este trance deberá llevar su signo distintivo –a decidir que y donde- que lo haga identificable para el resto de la comunidad vuelística.
Habrá dos grados:el de los que la hostia no les dejó secuelas importantes y el de los que les ha mermado significativamente su calidad de vida, que formarán la élite del club; y también dos secciones: los que tuvieron el traspiés por causas del azar, independientemente de su buena técnica de vuelo, y a los que les sobrevino por hacer el capullo volando, que serán la mayoría. Por último, hay que saber que los miembros de ese club serán los que después de haber pasado por esta experiencia iniciática, siguen amando el parapente o alguna  otra forma alternativa de vuelo libre y que no hay renunciado a seguir practicándolo.  Un grupo especial lo formarán los que su entorno familiar les presione fuertemente –chantajes emocionales y de todo tipo incluidos- para que deje la actividad y otro de igual categoría los que hayan pasado más de una vez por el mismo trance: estos no tendrán que pagar ni cuota. Y una cuestión más: el tribunal de admisión habrá de valorar si el candidato se hostió con dignidad –que diría maestro Jota- o lo hizo amariconado –con perdón de los señores gays, que son unos caballeros- tanto en el momento del impacto como en el rato posterior. Maldecir el vuelo, lloriquear –salvo dolor insufrible, a los hombres siempre nos duele más que las mujeres- o exagerar las consecuencias del hecho quitan mucho mérito a la ceremonia.
Planteo el tema de coña porque esta vivencia constituye un hito en la vida vuelística de un piloto. No entiendo como algunos se avergüenzan de contarlo, como si fuera una deshonra, todo lo contrario. Incluso habría que llevar un registro para mayor gloria del deporte. Además ayudaría a prevenir los accidentes y daría pie a otra asociación hermana: la de los que después de muchos años de vuelo intenso, no han tenido ni un rasguño, bien por experiencia y pericia, bien por suerte, bien porque hayan hecho un pacto con el diablo, en el que no creo pero existir, existe.
He de contar que mi formación parapentistica me está sirviendo para sobrellevar estas jornadas postraumáticas con tres costillas rotas y contusiones múltiples. Si antes tenía que inflar la vela con pericia, ahora he de vigilar cómo me levanto de la silla sin que el costado me pegue un bocado de tiburón. Si en el vuelo había de conducirme con cuidado por la ladera, ahora lo hago entre los muebles, procurando no tirar los objetos que no podré recoger: un truco, un rascador de espalda es muy útil para acceder al suelo o a los sitios altos; si antes había de planificar y ejecutar bien el aterrizaje, ahora tengo que estudiar como me siento, o me acuesto para evitar el mismo resultado que cuando me levanto. Y además, si para volar en parapente había de explorar nuevos lugares donde hacerlo, ahora tengo que estudiar nuevos sitios donde poder dormir, en la cama habitual es imposible. En mi caso, mi querida hermana le ha expropiado temporalmente el sillón reclinable futbolerotelevisivo al buenazo de su marido para que yo eche un sueñecito por las noches. Lo acabo de estrenar y la larga cabezada me ha dado fuerzas para escribir estas letras. Permitidme que me reserve cómo he resuelto satisfactoriamente otras cuestiones de higiene íntima, que solo confesaré a los hermanos en la hostia que necesiten la información o a los que me paguen una pasta gansa.
Otra analogía es que la solidaridad en el parapente es la misma que necesitas y tienes que fomentar en este estado, en el que dependes de enfermeras en los hospitales y de familiares en tu casa. Por cierto, vaya belleza nórdica la de la doctorcita del centro de salud de Matalascañas que estaba de guardia, dan ganas de volver a hostiarse el día que le toque turno.
Ah, y falta redactar un Kamasutra adaptado a estas situaciones, id sugiriendo el contenido de los capítulos. Uno de ellos sería cómo hacerlo con tres costillas rotas sin que el dolor sea más fuerte que el placer, o mejor, sin ningún dolor, que a mi edad cualquier cosa me desconcentra.
¡Cueeentamé, co..mo pasooooó! Que dice la rumbita. Pues primero salí ayudado por Carlos López de la puta plataforma del chiringuito Bananas, inflando bien, pero penduleando en el aire mucho sin saber porqué. Ese día volaba con la Ambar en vez de la Artax pero no creo que sea la causa. Pinché enseguida. Hice unos intentos de salir desde abajo que no me salieron y volví pacientemente a subir a la ladera y me dispuse a despegar otra vez, también ayudado por el inapreciable Carlos.
Volví a inflar bien pero también salí dando bandazos, aunque esta vez logré sobrevolar la superficie alta. En uno de los bamboleos  supe que tocaba tierra y me preparé para un arrastroncito de los que me son familiares y así contacté, pero no se quedó ahí, sino que la vela siguió tirando con fuerza y me lanzó a una zanja donde impacté con la parte baja de la pared de enfrente, unos cinco metros de recorrido. El golpe fue brutal, creo que el casco y cierta forma física, también la suerte, me salvaron de peores. Me levanté a cámara lenta como en las películas de guerra cuando ha caído una bomba al lado. Después, la atención de los colegas, magnífica, primer tratamiento en Matalascañas, donde tienen una especie de 061 en pequeñito, traslado a Huelva, luego a Sevilla y finalmente al desorganizado estudio donde habito, en el que el más desorganizado aún de mi hijo hace de enfermero con buena voluntad y acierto.
Y eso es todo amigos. Solo me falta mostrar mi más vivo agradecimiento a los colegas, en especial a Pablo Andreu y a su amigo, a los que les fastidié el día, a Carlos, Andrés, a David Renault, y restantes pilotos que me recogieron, a la chica que tomaba el sol junto al camping, a los numerosos compañeros que se han interesado por mí (Luisma, Carlos, Pablo el grande, Jns, etc, etc y especialmente Jota), al Servicio Andaluz de Salud ¿saben que solo el traslado de Huelva a Sevilla costó 600 euros? especialmente a su personal y a mi gente.
Finalmente ¡Tengan cuidado ahí arriba y sobre todo cuando lleguen abajo, que esto duele tela!
Nos vemos.

lunes, 15 de agosto de 2011

Las montañas del Valle

El miércoles ya tarde aparqué en el descampado de la calle de infierno (donde instalan las atracciones en la Feria de Sevilla) para desplegar la vela. El sitio, magnífico; el precio, explicarle a los chicos  de la Policía Nacional que todo aparato que vuela, planea y no tiene porqué estrellarse si se para el motor, incluido su helicóptero, menos los cohetes, y que mi parapente, al no tener motor, no suponía ningún peligro para la seguridad nacional.- ¡No, no...! si no venimos a identificarle, es por curiosidad.-¡Vale, gracias, buen servicio!. Esta semana pienso volver, a una zona asfaltada y sin polvo de albero.

En el puente, hotelito a pensión completa en Benalmádena. Lo más cercano para volar, el Valle de Abdalajís, al que llevaba tiempo con ganas de meterle mano. Laure me puso en contacto con Merino y este con el club local. La amable chica que me atendió al teléfono me indicó el lugar equivocado, no tenía porque saberlo, pero al final llegué y me encontré con el sitio y con la gente. El viaje, una vuelta a la España de la posguerra, con unas carreteritas a las que solo les faltaba un pelotón de la Falange guardando lo cruces, los viejos y los que han estudiado historia lo entenderán.

Los pilotos malagueños, atentos y colegas a más no poder. Me enseñaron el aterrizaje, me guiaron al despegue, me explicaron como se volaba allí y se ofrecieron para todo lo que hiciera falta. Volábamos en la Capilla, que no es propiamente el de Poniente, porque el viento venía algo de norte. Ya había gente en el aire pero me advirtieron que el viento era escasísimo y podía pinchar. La ventaja es que desde el aterrizaje hay apenas veinte minutos andando hasta el despegue, por lo que no había problema para recuperar el coche. Dejé salir a tres, de los que uno bajó directo. Los que fueron bien aprovechaban las rachitas de termoladera -creo que es eso- para subir, de modo que escarmenté por cabeza ajena. Una brisita se hizo notar mientras me preparaba así que... tirón de la vela, salida decidida y giro a la derecha, buscando un paredón con pinta de estar calentito. No me engañó, me recordaba el "ascensor" que hay a la derecha del despegue de poniente en Algodonales.

Primero di una pasada a pocos metros sobre el despegue, que tiene la particularidad de estar relativamente bajo en relación a la altura de la montaña. A la segunda, y sobre la zona donde la piedra se mostraba desnuda, empecé a ascender notablemente. En la tercera o cuarta vuelta, una turbulencia solitaria le pegó tal sacudida a la vela que vi como la banda derecha se arrugaba medio metro al quedarse sin tensión. Un trallazo al instante  puso las cosas en su sitio y me disipó de golpe los últimos sopores de la siesta.
Lo que siguió fue un ascenso casi continuo, el pitito estaba contento, que me llevó casi a los 1700, mi record personal. Cómo en las últimas ocasiones, he sacado la cámara. aunque una calima de fondo dificultó la nitidez de las imágenes. Sigo erre que erre con el centrado de las térmicas y con la reticencia a alejarme de la zona despegue y aterrizaje. Supongo que cuando domine mejor las ascendencias me aventuraré un poco. Es como cuando me costaba destetarme de la tutela de la Escuela, requiere su tiempo. No faltaron las turbulencias ni los bandazos. El paisaje, majestuoso, con el pantano de Guadalorce, creo, siempre presente y la afilada cresta de la Capilla bajo mi trasero. A medida que caía la tarde fui perdiendo altura así que intenté un top landing, que a priori no parecía complicado. Estuve a dos metros del suelo, pero me pasé de largo, así que decidí tirar para el aterrizaje, llegando muy alto como es mi manía. Problema: costaba bajar sobre la zona, lo que me obligo a hacer ochos y más ochos pronunciados hasta que me harté y enfilé la parcela. Terminé contactando con los terrones ¡de pie, por fin, de pie!  al otro extremo, comprobando la buena calidad de las faenas agrícolas en toda la finca.

En el área de plegado, los colegas que me habían recibido en principio se ofrecieron a subirme para recuperar el coche, pero otro piloto tenía que hacerlo por haber olvidado el lastre, así que me despedí de ellos agradecido. Al ratillo, otros le trajeron de arriba lo que le faltaba al mencionado compañero, así que me dispuse a subir andando, sopesando cuanto iba a adelgazar, no hay mal... A medio camino, un monovolumen se paró a mi lado para que me subiera. Era el colega, que había convencido a otro con coche para rescatarme de la cuestecita. Todo un detalle, se ve que el parapente conserva la caballerosidad de los tiempos del Barón Rojo ¡que no se pierda, por favor!

Arriba, una pareja linda, me recordaron a Pablo y María, renunciaron a salir en biplaza, ella no baila..., no vuela sola. Junto a ellos Manuel, un albañil retirado que con 62 años lleva seis o siete dándole al parapente y al paramotor. Con ejemplos así no da tanto miedo darse cuenta de lo rápido que se pasa el tiempo y lo pronto que llegarán las terceras y las cuartas edades. Bajé con Manuel, todo un honor.

Cerca de Benalmádena se vuela en playa, aunque el despegue es arriesgado, según me dijeron. Pero hay un pedazo de planeo desde una antena en Mijas hasta la playa de mil metros de altura. A ver si organizamos algo. Para celebrarlo, espetones en el paseo marítimo, a la porra el self-service del hotel.


                                                              La capilla, con el pueblo al fondo

                                         Despegue y aterrizaje en la Capilla (El valle de Abdalajís)


                                              El pantano a contraluz, difuminado por la calima.



La semana próxima, curso de cross. Deseando y temiendo.

ENSEÑANZAS (A corregir por los expertos)


- Cuando se va a un sitio nuevo a volar, hay que asesorarse muy bien por los pilotos del lugar, a los que les suele ser grata esta tarea.
- Hay que informarse previamente sobre la forma de llegar, incluido el estado de las carreteras y caminos. Puede ser fácil perderse en las sierras. Lo ideal sería quedar con un piloto de la zona que te lleve la primera vez.
- Saber cuando va a llegar una rachita, por el movimiento de la vegetación en la ladera o por otros síntomas, es una habilidad de expertos muy útil.
- Dejar que los más expertos salgan primero es muy sensato, sobre todo en sitio nuevo.
- Incluso en la playa, en cualquier momento puede haber una plegada más o menos importante. Llevar los frenos un poco calzados da seguridad, además de aumentar el índice de planeo.
- Hay que saber en que momento de la aproximación hay que enfilar el aterrizaje o habrá que estar mentalizado para patear toda la finca.
- No exagerar el nivel real que se tiene y no ir de listillo ni de "enterao" de la capital facilita las relaciones sociales en cualquier ambiente, y más en este, donde la solidaridad es imprescindible.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Otro hartón de volar, y sus enseñanzas.


Estaremos de acuerdo en que haber descubierto un deporte de fin de semana que nos restituya las fuerzas y la moral, es una suerte. No cometamos la locura de dejar esta actividad de locos sanos.
El miércoles hice campa en la ladera porque notaba ya la falta de pericia en los despegues. Con un buen viento de 16 a 20 km/h, alguna racha de más, con su arrastroncito consiguiente, estuve un rato manteniendo la vela arriba. No había encontrado compañía, pero no es bueno hacerla solo. Este miércoles trataré de ir otra vez.
El sábado quedé sobre la marcha con Carlopez en ir a la Escuela, pero Jota venía por la tarde. Coincidimos con el pelotón de los boludos, esa colonia porteña a la que solo le falta la música de fondo de un bandoleón y alguien cantando la cumparsita, parecía que en vez de en el Cortijo estábamos en los arrabales. Buena gente los ché y que bien se lo montan con sus barbacoas. Después me enteré que ellos nada tenían que ver con el secuestro emocional de la moza que comentábamos la semana pasada, el delincuente venía de otra parte. Vayan mis disculpas … y tranquilidad,  no son tan fieros. Organizados, subimos juntos a poniente.
El viento estaba raro, flojo, muy de noroeste y con rachas térmicas. Los dos o tres primeros, oliendo las ascendencias aunque no hiedan a granja, subieron disparados. Leo el mecánico, convaleciente de un esguince severo de un pie, estrenaba vela de acro. Salió después y empezó a bajar como el plomo, pinchando a un kilómetro del aterrizaje. A mi no me fue mejor y apenas me mantuve arriba unos minutos. Empecé a descender y a preguntarme donde tomar tierra, sin quitar ojo de la línea de alta, y vi que llegaba ajustado al despegue, donde aporricé sin pena ni gloria. Estoy pensando de verdad en  reforzar con una lámina de polipropileno la base de la silla y olvidarme de la forma de aterrizar. Rescatamos a Leo, que cojeaba tras cargar 400 metros con su equipo, y volvimos a subir. Los expertos se reían del viento desconcertado con unas subidas hasta 1800, techo del día, y fueron bajando en top landing cuando se cansaron.
La primera hora de la tarde fue una lección práctica de cultura popular argentina, incluyendo la historia del parapente austral. Si estoy un rato más me cambia el acento, pero siguió siendo un rato agradable.
Sobre las seis el viento se orientó decentemente y volvimos a salir. Ahora si que subía rápido, sobre todo en una especie de embudo que hace la cresta a la derecha, donde había un autentico ascensor que te ponía en 1200 o 1300m, no fallaba. Aún así, sigo con la regla de no sobrepasar por detrás la cumbre -ya se encarga Carlos de recordármelo- y no alejarme mucho hacia el lado contrario del aterrizaje. Los más viejos se metían en sotavento, altos, volaban sobre el pueblo, se iban donde les daba la gana, y subían donde querían, yo no pasé de los 1400. Por momentos, unos cimbronazos de los más fuertes que he sentido hasta ahora agitaban el parapente, moviéndome en la silla como a un muñeco de trapo, y dificultando eso del pilotaje activo, aunque se hacía lo que podía: en parte contrarestar, en parte esperar a que se calme. Traté de girar térmicas casi siempre que las intuía por el pitidito, pero debía salir y entrar en ellas contínuamente, dada la paliza que estaba cobrando. En las cercanías estaba Gastón haciendo el helicóptero. No se si será consciente de lo chuchurrida que se pone el ala cuando entra en rotación, da miedo verla. También hicieron vueltas en horizontal, no recuerdo el nombre de esta maniobra.  Logré hacer las primeras fotos desde el parapente, no malas aunque de color algo apagado por el exceso de sol. Cuando el cuello empezó a dolerme, bajé a la altura del despegue para hacer aproximaciones e ir ensayando el top landing. Es divertido sobrevolar el relieve porque se acentúa la sensación de deslizamiento sobre el aire teniendo tan cerca la referencia del suelo. No llegué tampoco a aterrizar arriba, pero todo se andará. 
En lo mejor de la tarde puse rumbo al aterrizaje. Como iba muy alto, me permití unos giros rápidos para ir preparando la barrena, que no tardará en llegar. Entré y salí sin problemas, tampoco fue tanto. Volví a aterrizar de culo, en el último momento me jiño y encojo las piernas, como si la silla del parapente fuera un ultraligero. Leo hizo lo mismo, pero él está medio cojo y tiene justificación. Además, no aporrizó con tanto estilo como  yo.
La velada, de autentica confraternización, a la que se sumó Jota y, como no, el viejo Rouco, mucho más educado en los ladridos. La camarera, un encanto. Otro buen fin de semana. Y otro hartón de volar.

Enseñanzas obvias, pero a tener en cuenta (A corregir o completar por los expertos.
- Al hombre urbano le hace falta un deporte que permita expandirse y estar en contacto con la naturaleza.
- Para volar bien en parapente hay que seguir practicando siempre campa.
- Es mejor no volar nunca solo y es imprescindible organizarse con el resto de los pilotos para los remontes y las recogidas, da igual que sean de otro club.
- Las velas de acrobacia, más pequeñas, pinchan antes.
- Cuando se empieza a descender hay que decidir y calcular pronto la mejor alternativa de aterrizaje.
- Si la técnica de aterrizaje falla, hay que volver a las prácticas de escuela.
- Aterrizar de culo protege las piernas pero castiga la espalda (que es peor).
-  Centrar bien las térmicas requiere técnica y práctica.
- Para aprender a hacer top landing es bueno empezar realizando aproximaciones a la zona de despegue.
- Para aprender a hacer barrenas, es bueno comenzar con giros acentuados y cortos.
- El alcohol, en la comida después del vuelo.
- A veces, el riesgo mayor del parapente está en la carretera, en la ida o en la vuelta a la zona de vuelo en coche, relajado y pensando que el peligro ya ha pasado. 


Aterrizaje de Poniente en Algodonales, junto a la carretera. La línea de alta tensión apenas se ve.

domingo, 31 de julio de 2011

Ni esto es un manual...

ni es perfecto, todo lo contrario, ni el que inicia el hilo es parapentista consumado sino polluelo en sus primeros aleteos. Por lo tanto, lo que parece indicar el título es rigurosamente falso y está dicho con bastante sorna. No obstante, puede que, a fuerza de analizar desastres y de corregir desaciertos – por los que tengan autoridad para hacerlo- estos testimonios se conviertan en un sucedáneo útil de ese libro que todo pajarraco con brazos debería tener en su mesita de noche: el Manual del perfecto parapentista. Aprovechemos los relatos que de sus andanzas vuelísticas haga un servidor y los que otros agreguen para tal fin. 

La semana aeronáutica comenzó con bricolaje pues decidí cambiar los cierres antiguos de mi silla por los automáticos del arnés. Armado de lo necesario - bisturí, agujas, hilo resistente, cola, tijeras, lezna...- y de mucha paciencia, fui descosiendo los cierres del arnés y las hebillas de la silla y pegando y recosiendo los primeros a la segunda. Y lo he hecho con el mismo tesón y esmero con que el carnicero aliña el chorizo destinado al consumo propio, pensado que yo era el que iba a estar colgado de las perneras. Ante una duda, otra costura más. Cuando la he probado, no había color. ¡Vaya comodidad!

El viernes, acompañado de los agradecidos colegas Luisma y Pablo A, me acerqué por la tarde a Poniente. El día anterior habíamos desistido por falta de viento. Allí nos topamos con un desolado Laure que vio el cielo abierto cuando llegamos, sobre todo por poder organizar el transporte. En la subida recogimos a Julián el argentino, que había pinchado por allí. Lo embutimos a él y a su equipo en el derrengado Peugeot y llegamos al despegue los primeros. Julián, piloto avezado y generoso, nos asesoró sobre la forma de hacer top landing en la zona, evitando las turbulencias locales, y de cómo funciona el ciclo de las térmicas en la ladera. Luego despegó el primero colgado de una "2" y subió como un cohete.
Impaciente, intenté salir después yo y volví a fallar a la primera, acusando la falta de campa. A la segunda despegué bien y subí rápido. El aire estaba algo movidito pero ya me da igual para donde bambolee el parapente: controlo un poco mientras espero que se serene. Avaricioso de altura, alcancé hasta 250 metros sobre el despegue guiándome por el altivario, pero aún no logro centrar bien las térmicas. Cuando pita ascendencia en la ladera no se si es dinámico o térmico y si hay que girarla o sobrevolarla en ocho. Intenté ambas cosas con un resultado incierto. Otras veces volé por debajo del despegue sin pretenderlo. Observé como el resto se metía descaradamente en sotavento, volando tras la cresta, o se desplazaba al extremo opuesto al campo de aterrizaje. Quizás lo hacían con altura suficiente, pero yo me mantuve conservador.

Es curiosa la tendencia de los pilotos a ir al mismo sitio -imitación inteligente o espíritu gregario- está por desarrollar la Antropología Aeronáutica. Luisma alcanzó buenas alturas sin vario. Pedro A. también, pero con dicho instrumento. El primero, habilidoso y atrevido, hizo un “peazo” de top landing y despegó otra vez. Imitando los tráficos en aviación, me dediqué entonces a hacer aproximaciones al depegue, algunas bastante osadas para mi nivel, metiendo orejas y girando fuerte al llegar al paredón de detrás. Solo una vez estuve cerca de poder tomar. En el aire un buen número de parapentes, cada uno a su bola, punteaban de colores la suave monotonía del atardecer.
Cuando el sol empezaba a declinar tiré para el aterrizaje donde llegué alto –pánico me dan los cables- y tomé tierra con un fuerte efecto de gradiente y forzando la posición bípeda, tiempo hacía que no lo lograba. Detrás fueron llegando los demás, imitación inteligente… En el aterrizaje me encontré con Ana la mayorquina que, desatendida por la panda pijos de nuestro grupo, anda en las malas –buenas- compañías de la competencia. El acentito musical y las palabritas embaucadoras de los descendientes de los barcos te levantan una buena moza en cuento te descuidas, la mezcla porteña de sangre española e italiana más alguna gotita de siria o libanesa es lo que tiene.

El domingo prometía de verdad en Matalascañas, por fin, y allí llegué después almorzar en Bollullos del Condado. Tras dejar instalada a la socia en la arena, subí a la plataforma de despegue donde el viento estaba fuertecito, según me dijo Pablo A desde el aire. Este cabroncete mariposea por las dunas como los ángeles, señal de que echó sus alas aquí. Enseguida se acercó un grupo liderado por Leo –más o menos de mi quinta- que coordinó los despegues con la desinteresada solidaridad habitual en este deporte. No conocía mi nivel pero cuando le dije que me había formado con José Ramón (Jota) afirmó que es muy bueno y se prestó a ayudarme sin dudarlo. Suena a peloteo pero es verdad y un orgullo partir de tan acreditada escuela. Me advirtió de que no me dejara arrastrar detrás de la duna, enfrentándome al viento y metiendo acelerador si era necesario. Despegué muy bien y me dirigí hacia las dunas grandes con poca altura en principio. Pasado el camping, el montículo sube y forma una especie de ladera que tiraba bien, por lo que fui ganando metros, eso sí, muy enfrentado al mar y con el acelerador a tope, a veces empujando con las puntas de los pies porque está algo largo. Pilotaba más con el cuerpo que con los frenos. Es curiosa la sensación de volar estacionario como en un helicóptero. Cuando llegaba a la duna grande, vuelta para atrás, recordando la travesía del desierto que se comieron David y Pablo la semana pasada. Aunque el viento era fuerte, allí donde el acantilado era más bajo parecía que iba a pinchar y, de hecho, un colega estaba plegando en la playa. Me crucé con varios pilotos, incluyendo a Luisma y Pablo, a los que saludé a grito pelado, solo me faltaba una bocina como en los galeones. Estuve como una hora. Los otros llegaron algo más lejos para juguetear con la arena desde el aire. Me pareció que el mar brillaba diferente, visto desde donde  volaba, y envidié a los que comparten en un biplaza estas sensaciones con alguien querido, todo se andará.

Volví pronto porque tenía que estar en Sevilla a las diez, pero muy satisfecho. Las fiestas, ya saben, interesa dejarlas en su mejor momento, antes de que decaigan.
Matalascañas. Pablo A en primer plano y el autor en el fondo.
Foto de Pablo A publicada en Facebook