jueves, 28 de junio de 2012

El piloto del arcoiris

Un fuerte resfriado de verano me ha retenido este fin de semana en tierra, que conozco mi cuerpo serrano y si me pide descanso, mejor dárselo. Mientras me reservaba en mi estudio, recibí una llamada de Kasparellus que me habló con cierto misterio de una buena historia que contarme, que si le invitaba a una copa. Le contesté que si se conformaba con algún tinto joven o una infusión, bien, y si no que él mismo se trajera el bebercio. A la hora acordada apareció con una botella de J&B, unos 7Up, una bolsa de hielo y un cuarto kilo de pistachos. Dio en el clavo, todo me gustaba y nada de eso tenía. Tras un primer cubata comentando vaguedades, adoptó una actitud trascendente y empezó a narrarme la siguiente historia, asegurándome que era la primera vez que hablaba de ello.

"Hace unos diez días estrené mi nueva Ellus 4. Subí con todo el grupo a Poniente de Alogodonales, donde el viento estaba muy de norte y el personal optó por intentar despegar desde la piedra (norte) cuando aparecieron en el horizonte las primeras velas que habían salido de allí. Yo estaba entusiasmado con mi equipo y me dediqué a instalar el acelerador y a comprobar los detalles de la nueva ala. Un rato después de quedarme solo lo tenía todo preparado y, aunque el viento seguía fuerte y bastante cruzado, algunas rachas más ligeras y mejor orientadas me animaban a despegar. Me sentía optimista y con fuerza para superar cualquier inconveniencia climatológica. Era, no obstante, un día raro en que un frente frío amenazaba con perturbar más la atmósfera, aunque finalmente no tuvo consecuencias visibles para el conjunto de los mortales.

En el momento propicio, tiré de las bandas "A" y la vela, como si adquiriera alma en ese instante, despertó con una levantada perfecta, contenta como un cachorro acariciado. Giré y a los dos pasos estaba en el aire, elevado con la decisión de quien tiene todas las fuerzas intactas. El ala parecía responder al pensamiento, girando, planeando y ascendiendo, comandada casi por telepatía, pues a  la mínima insinuación en los mandos obedecía con agilidad. No le he perdido el cariño a mi vieja vela, pero hay que reconocer que esto es otra cosa, ¡ya me tocaba! Entusiasmado por un vario contentísimo, que parecía estar festajando la nueva cabalgadura, empecé a subir a más tres, más cuatro, más cinco, más seis, más siete, y cuando me di cuenta me hallaba debajo de una nube que parecía haberse formado de repente, pues ni yo hasta ahora ni mis compañeros antes nos habíamos percatado de ella. El fondo era plano y oscuro y la parte superior no era visible, ya que era muy alta y yo estaba en su vertical. Por una vez me dejé guiar por el atrevimiento de llevar un parapente inmejorable y me sumergí de lleno en la densa masa vaporosa.

Al principio el vuelo era estable, con un ascenso rápido aunque controlado y yo me encontraba animado, pensando en la suerte de estrenar la vela con una subida record. Apenas veía nada pero no  estaba desorientado pues recordaba los giros y cambios de dirección que había hecho desde que entre. Pero la turbulencia fue aumentando rápidamente y pronto perdí el sentido de la posición a medida que el parapente empezaba a galopar más que a trotar. La vela cabeceaba de un lado a otro y de delante hacia atrás y yo penduleaba en todos los sentidos en un sin fin de wing over incontrolados. El frío arreciaba -venía con ropa de verano- y enseguida apareció  la lluvia, más frío y finalmente el granizo, al principio en granos pequeños, después más grandes, que me golpeaban con violencia. Los fogonazos de los relámpagos y el ruido ensordecedor de los truenos me trasladaban a una batalla naval nocturna donde el vapor casi impenetrable de la nube emulaba la atmósfera asfixiante del humo de pólvora quemada. Fui pasando del miedo al pánico, del pánico al terror desbordado y me vi rogando a gritos a Dios, a toda la Corte Celestial que me socorriera, que perdonara mis pecados, que yo me arrepentía de todas mis faltas, jurando y perjurando que si salía vivo nada sería igual: no volvería a tener la osadía de ignorar los avisos de la Providencia, no volvería a emitir juicios radicales e irracionales cuando analizará la vida pública, sería un hombre nuevo..., ¡Oh Dios mío, si me sacaba de este infierno gaseoso! Un relámpago, madre de todos los relámpagos, me encegueció y un trueno, con el bramido de diez mil truenos, me ensordeció, quedando inerte y aturdido, a merced de la Divina Providencia.

No se cuanto tiempo pasaría desde que perdí la conciencia pero cuando la recobré me encontréaba volando suavemente en una bruma que parecía la neblina de una mañana soleada. Por encima vislumbraba un cielo azul claro y no quedaba rastro de la tempestad anterior. El sonido de la brisa tañendo el arpa de los cordinos había sustituido a las explosiones broncas de los truenos. Notaba paz y tranquilidad interior, apenas ensombrecida por la incertidumbre de no saber donde me encontraba. De pronto, algo más adelante y a mi derecha, observé a otro parapentista, que me miraba sonriendo. Pilotaba un parapente antidiluviano, cuadrangular, sin estabilos, con cajones inmensos de colores chillones, cada uno con una gama del arcoiris. Vestía un mono de esquiador igual de brillante y se cubría con un caso de futbol americano. Lo más extraño es que volaba
con una perfección sobrehumana, haciendo giros irrepetibles que no obedecían a las leyes del vuelo, menos con un parapente tan primitivo. No veía a nadie más en el aire y el suelo seguía cubierto por una densa masa, por lo que me acerqué a él, mientras pulsaba el micrófono. -Hola compañero, estoy perdido, ¡me puedes ayudar! -Hello, body, I'm lost, can you help me? La radio siguió en silencio pero vi -la distancia visible alrededor y hacia arriba era infinita- que me hacía señas de que le siguiera, y así lo hice.

A  los pocos minutos sucedió lo más sorprendente. El misterioso piloto se acercó a la cara superior de la nube, en una zona especialmente oscura y se dispuso a aterrizar como si aquello fuera una superficie consistente. Incrédulo, vi como metía frenos a fondo, sacaba los pies y se posaba sutilmente, deslizándose la vela detrás como sábana soltada de sus pinzas. Mi entendimiento se negaba a admitir que aquella planicie de vapor de agua se comportara como un portaaviones pero lo estaba viendo con mis ojos. Desde abajo, el piloto  me indicó con un gesto seguro que hiciera lo mismo. Confuso y confiado a la vez, dirigí mi vuelo hacia el rellano donde había aterrizado y repetí su gesto, tomando contacto con un suelo firme, algo flexible, con la consistencia de un colchón duro, perfecta para aterrizar. Los pocos pasos que di levantaron una leve neblina y la tela se aplanó en aquel campo imposible, quedando semicubierta por un manto nebuloso. Me desabroché la silla y me dirigí hacia el fantástico personaje para agradecerle mi salvación. A mitad del trayecto me detuve cuando me señaló hacia un lado y, nuevamente sorprendido, vi un como en esa dirección se había formado un enorme agujero por donde podía contemplar, desde muy alto, el paisaje que me era tan familiar: el Mogote, Algodonales, los pantanos, la Muela... Mi salvador, sonriendo, me indicó que debía despegar sin demora. Le di las gracias con un gesto y me volví a colocar rápidamente el equipo, pues el agujero empezaba a cerrarse. Localicé cerca una especie de rampa por la que inicié el despegue corriendo hacia delante, como en la escuela, y al instante me vi otra vez en el aire. La nube estaba de nuevo encima, cada vez más alta, y el agujero por el que la atravesé se cerró por completo.

Barrené, metí orejas y descendí rápido, deseando llegar a tierra canto antes. Me alegró volver a oír la voz de mis compañeros por la radio, ajenos a todo lo sucedido. Miré hacia arriba y la gran nube había desaparecido. Poco antes de Villalones identifiqué un campo donde aterrizar sin dificultad, y así lo hice. De mi extraña historia no conservaba prueba alguna, por lo que decidí ocultarla para que no me tomaran por loco. He querido contártela a ti porque ha sido una experiencia demasiado fuerte para guardármela para mi solo"

Todos conocéis al protagonista de estos hechos, hombre formal poco dado a las fantasías y menos propenso a embriagueces durante el vuelo que no sean los que proporciona la propia actividad de manera natural. También me conocéis a mi, persona dedicada a la ciencia y a lo empírico y demostrable. Os pido por tanto que no dudéis de lo que os he relatado lo mismo que yo creo firmemente lo que he oído de su boca. Y si alguien en un vuelo especialmente alto vuelve a ver al misterioso piloto, que le haga saber que Kasperallus llegó a tierra bien, eternamente agradecido, y que en pago de ello se ha convertido en un hombre nuevo, y va a dejar de fumar y de decir barbaridades de sus oponentes políticos.