martes, 16 de octubre de 2012

El parapentista navegante

Vejer de la Frontera es un pequeño paraíso del vuelo al alcance de los mortales, afortunadamente poco valorado por el gran público parapentero. Allí volví a volar el sábado por la tarde, tras renunciar al de la mañana por aquello de "más vale estar en tierra deseando... etc, etc" Con la ayuda del instructor de una escuela Malagueña -argentino emparejado con londinense- salí al quinto intento del cuidadísimo despegue del lugar, el mejor conservado desde Despeñaperros para abajo.

Recorrí la ladera de norte a sur durante un rato, volando con la suavidad que dan las sábanas muy usadas recién lavadas. Al leve cimbreo tras cruzarte con otro parapentista le llaman allí turbulencia. A cincuenta metros por encima de la salida, montes por un lado, Conil por el otro, Barbate más allá, Marruecos en el horizonte y el mar por todas partes. ¿Quién da más? Juan, el piloto local de origen latinomaricano, se encarga de cuidar y organizar esa joya de sitio, para orgullo propio y satisfacción de los demás.
Aterricé decentemente abajo -el top landing está reservado para expertos o locales- y, tras guardar el equipo, el amigo del Nuevo Continente me contó su historia.


El parapentista navegante
En mi país, pive, debes andar cientos de kilómetros para encontrar una laderita de donde despegar. Estaba harto ya de remolques a torno; para sentir el vuelo tienes que competir en altura con las montañas, de las que te sirves y a las que desafías. Mi sueño era volar en una zona montañosa, a ser posible cerca del mar, que el aire sin salitre es un gas inodoro. 
Un día de otoño en que el cambio de estación me tenía más inquieto que melancólico, agarré mi vieja vela, la poca plata que tenía y, diciendo que iba a por tabaco, me acerqué al puerto donde un marinero borracho me farfulló que su portacontenedores zarpaba dentro de dos horas para Lisboa. Le invité a la penúltima copa y sujetándolo por el brazo me dirigí a la pasarela del buque, cómo quien ayuda a un colega más mamado aún que uno mismo.

Una vez en el barco, dejé al marinero durmiendo la mona en un camarote y me escondí en la bodega. Sentí arrancar el motor, la sirena sonar y el barco moverse, primero lentamente, luego más aprisa. Contento con la partida, me dormí bajo el rum rum de las máquinas.
Horas después me desperté... con la boca seca y un hambre atroz, ya que no había previsto  la subsistencia a bordo, tan repentina fue mi decisión. Acuciado por la necesidad, me aventuré por la cubierta y al instante me acarició el olorcillo de un arroz condimentado con todas los aromas del Caribe. Observé a través del ojo de buey que parecía no haber nadie en la cocina, a pesar del guiso que hervía en una olla, y entré dispuesto a arramblar con todo lo que pudiera. No me dio tiempo ni a llegar a la mesa. Un chino casi tan grande como el armario que lo ocultaba me trincó con la zarpa que le dejaba libre la espumadera, arrastrándome ante el capitán tal que a  un pollo desplumado cogido por el pescuezo. 



Tres días después, me veía abandonado en Formigao, un peñasco deshabitado de los islotes de las Hormigas, al oeste de las Azores. De provisiones, un garrafón de agua, un cajón de galletas, mi vela y ahí te pudras. El mecánico del faro automático, único edificio del lugar, vendría dentro de dos meses y, si lo convencía, quizás me llevara a la Isla de Santa María. En vez de esperar a ver cuando se me terminaban las reservas, decidí salir de allí cuanto antes. Junto al faro encontré los restos de una cabaña de madera desvencijada por los temporales y me puse a la faena.

Usando una bisagra oxidada a modo de palanqueta, fui sacando clavos hasta  tener una buena provisión. Después transporté los tablones a la playa, donde armé una balsa uniendo las maderas con los clavos. Un toldillo medio podrido me serviría de vela y el tronco un árbol joven y derecho, de mástil. Improvisé el cordaje con los alambres de una cerca arrumbada, que también me sirvieron para reforzar la unión de los maderos. La construcción de la balsa me llevó una semana.
Aseguré mi carga a bordo -agua, galletas y parapente- y zarpé de aquel pedrúsco inhóspito rumbo al Este, con tal optimismo que pasé de largo por las Azores y navegué directamente hacia el Viejo Continente. Los vientos empujaban alegres mi improvisada nave que avanzaba a cuatro millas por hora. Habían transcurrido diez días de buena navegación cuando el viento empezó a arreciar y se formó un temporal que ponía en peligro la travesía y mi propia existencia. El mar embravecido bamboleaba el inestable suelo, haciendo rechinar los amarres de los tablones, y olas enormes barrían la cubierta dejándome empapado y exhausto. La marejada cambiaba a fuerte marejada cuando uno de los embates del mar quebró el mástil, que desapareció arrastrando la vela de ocasión. La balsa se había convertido en un naufragio flotante, así que me preparé para perecer ahogado, abrazándome al parapente como si fuera el osito de peluche de mis terrores nocturnos, ahora multiplicados por mil.  Pero el cansancio trocó la muerte por el sueño.


Desperté en un día luminoso en que la tempestad dejaba sitio a una brisa decidida, aunque no tenía vela para aprovecharla. Sobre la insegura superficie seguía el garrafón del agua y el parapente, pero las galletas habían sido pasto de los peces. O se me ocurría algo pronto o adiós, mundo cruel. A ver: un tablado para aguantar, agua para beber y mi vela ¡vela!. Saqué el trapo y me coloqué el arnés de vuelo. Me afiancé en la balsa atando el arnés a los restos de alambre que habían sujetado el mástil, aún fijos a la balsa. Después coloqué el parapente en coliflor y lo lancé al viento, abriéndose  con decisión, como lo había hecho siempre. Por último, le di la vuelta en el aire, manteniendo el borde de salida hacia arriba y el de ataque hacia abajo,  igual que cuando se le quiere quitar la arena de la playa. Funcionaba como una magnífica cometa, tres veces más grande que las de surf, de tal forma que avancé casi a la velocidad que alcanzan los veleros de la Copa América.

Paraba de vez en cuando para descansar y dormir, pescar algo -usando alambres a modo de anzuelos- y para recoger agua de lluvia.  Así fui haciendo millas  y millas, hasta recalar, veinte días después, en el cabo de Trafalgar, desde donde se divisa esta sierra de Vejer en la que hemos  volado hoy.
- ¡Heróico! ¿Y la vela, la usas todavía?
- Quedó hecha jirones después de tanto arrastrar la balsa, pero cada cierto tiempo la saco a volar para que le de el aire. 
- Parecerás el parapentista errante.
-  ¿Y ese quién es?
- Otro día te contaré la historia.

martes, 9 de octubre de 2012

El parapentista que hacía estallar los vasos

Tras un cambio de escenario el sábado -aprendiendo a rapelar en un curso de iniciación al barranquismo, muy divertido- reinicio los vuelos este domingo siete de septiembre. Han sido varias semanas de inactividad, por culpa de los vientos indecisos y otras ocupaciones. En compañía de Rafael Canalsur y Carlopez -que ya mismo estará en el aire otra vez- me acerqué por Algodonales, donde, con la misma tónica de viento inconstante, hago dos vuelos cortos, como para hacer boca. Dos despegues de los que atraen miradas, por lo "peculiares" y dos aterrizajes clandestinos en mi predio particular, el segundo de pie, que es como mean y aterrizan los hombres.
Aterrizaje de las ruinas, con la cara norte del Mogote al fondo.
En medio, una burla de las térmicas, que optaron por gente más avezada y que apenas me subieron cincuenta metros sobre el despegue de poniente. Como mérito, fui el primero en despegar -y en aterrizar, claro-  desde ese punto en la jornada. Me falta campa, y viento para hacerla.

Con una tapa de carrillada por delante, contemplo un hecho inusual: al colega de enfrente le estalla el vaso de "zarzaparrilla americana" en sus manos, y pega un rebrinco maldiciendo las jodidas vibraciones. Es necesario el dulce encanto de la guapa compañera de al lado para que se calme y se vuelva a sentar. Un rato después, me cuenta lo que le pasa.

El parapentista que hacía estallar los vasos

Resulta que la NASA había contratado los servicios de 0NewtonParaglider -todos los nombres aquí son ficticios, ya que se trata de información clasificada por el Pentágono- para testar un nuevo tipo de aleación con increíbles capacidades de resistencia y elasticidad. Al parecer, es una mezcla de acero ultraresistente y aramida que supera al resto en diversas aplicaciones, incluido su uso parapentil. Los cordinos fabricados con él pueden ser tan finos que en lugar de oponer resistencia al aire, este los subciona, incrementando la velocidad de la aeronave. Su extrema delgadez obliga a manipularlos con cuidado, pues cortan como cuchillos jamoneros, siendo necesario empelar guantes de kevlar, que ha de pagar el propio operario ya que la NASA también anda de recortes y no da un duro para la colaboración científica. 
Dotado un parapente biplaza con los nuevos cordinos, se encarga el experto piloto Xavi Dinamitero de la prueba, porque al hombre G. -manager de 0NewtonParaglider- le da risa ser el primero. Como pasajera e ingeniera de vuelo viaja la chinoamericana Chang Shu Yho -que trabaja oficialmente para la NASA y oficiosamente para el gobierno chino-.

Despegan secretamente desde norte del Mogote -Algodonales- aprovechando que no había nadie en los alrededores ya que el viento venía de levante, cosa que al nuevo parapente no le afecta dadas las prestaciones del cordaje. Nuestro héroe percibe enseguida el incremento de velocidad del aparato, que penetra el aire con los bríos de un toro andaluz. Comienzan las maniobras del programa de ensayos y, circunstancialmente, Dinamitero descubre otras propiedades del material no previstas. Si pulsaba en vuelo los nuevos cordinos, emitían unas notas musicales perfectamente audibles, que eran amplificadas por el ala hueca a modo de  caja de resonancia. En concreto, hizo vibrar las de los externos de la banda A y sonó un grave Dooooooo, que resonaba en el cerebro, emulando las enigmáticas salmodias tibetanas. Chang, gratamente sorprendida, juntó sus dedos pulgares con los corazones y acompañó al sonido con el mantra om. Ommmm, Ommmmm, recitaba la chinita a la par del Doooo

A continuación, Xavi tocó los cordinos siguientes y se escuchó un perfecto Reeeeee, percibido por la pasajera como armonizador del corazón, logrando que sus latidos se acompasaran el ritmo de la naturaleza. Ehhhh, Ehhhhh, decía notando el benefactor efecto sobre ese órgano. 
Animado con el experimento y sus acciones, que eran compartidas por ambos tripulantes, rasgó el cordino aledaño, emitiendo un claro Miiiiii que parecía ir directamente a los riñones, pues sintieron ganas de orinar. Ahiiiií, ahiiiií, decía la oriental señalando la parte baja de su espalda, lo que entendió perfectamente Xavi que también experimentaba las transitorias consecuencias de aquella nota.

El vuelo continuaba sin mayor problema, pero el piloto no podía substraerse a las cualidades melódicas del aparato, así que tañó el siguiente cordino, de donde partió un Faaaaa nítidísimo con especial reverberancia en los pulmones. Ahhhhh, ahhhhhh, se oía al exhalar el aire con fuerza la señorita Shu Yho, que cada vez se mostraba más entusiasmada con el vuelo. 
Terminada la terapia respiratoria, el piloto tentó la siguiente cuerda de la que salió un sonoro Sollllllllllll que zumbaba en el estómago, predisponiendo al abandono a los sentidos. Chang, ya totalmente desinhibida, le confesó sus sentimientos al acompañante: amollllll, amolllllll, amolllll, susurraba girando la cabeza y entornando los ojos. 
Encantado con los resultados de aquella megaarpa del cielo, Xavi, que no hacía ascos a lo que se avecinaba, pulsó el cordino próximo a la zona medial que, como se esperaba, emitió un agudo Laaaaaa cuyos armónicos se concentraban en las caderas, que estaban a punto de desintegrarse por la vibración. ¡Yahhhhhm, yahhhhhh!, no paraba de gemir nuestra amiga mientras el joven, extasiado, dejaba el parapente a su suerte.  
Sin resistirse más, tocó la última cuerda de las bandas A y un agudísimo Siiiiii, como cantado por Montserrat Caballé, inundó el espacio. Ambos pilotos, en el culmen de sus sensaciones, empezaron a gritar ¡¡Siiiiiii, Siiiiiiii!!, con las partes íntimas ya electrizadas por las ondas sonoras, justo en el momento de tomar tierra. En ese preciso instante, estallaron varias ventanillas de los coches aparcados en el aterrizaje, al sintonizar sus moléculas con los ciclos vibratorios.

- Es fantástico, Xavi, pero aquí en el bar no estaba sonando ninguna nota producida por el parapente cuando se rompió tu vaso. 
- Ya, pero me ha quedado una grave secuela de la experiencia. Fíjate que cuando veo a una chica que me gusta -yo me pude imaginar quién, recordando a la preciosa colega española con la que compartíamos mesa- la "cosa" se me pone en vibración ultrasónica, la que solo oyen los perros, y eso basta para que se rompa cualquier objeto de cristal que yo toque en ese momento. ¡Estoy desesperado! ¿Que puedo hacer, amigo?
- ¡Duchas de agua fría, hermano, mucha agua fría!. Y por favor, por si acaso, a mi cerveza ni te acerques.

martes, 18 de septiembre de 2012

Accidente de Paco Mesa. El parapentista ciego

el 


El accidente de Paco Mesa

El fin de semana ha sido para pasar página. Una turbulencia traicionera ha metido a Paco Mesa en una espiral a poca altura sin tiempo de reaccionar. Ha caído enmedio de la cara sureste del Mogote. Podía haber sido fatal, pero afortunadamente solo ha sufrido graves fracturas en las dos piernas, que sepamos. Según algún entendido, podría haber entrado en los rotores laterales de fuga de la ladera de poniente cuando el viento roló hacia sur, pero es solo una hipótesis. El rescate fue muy dificultoso y participaron numerosos medios además de los compañeros presentes.











 La comunidad parapentística debe buscar mecanismos para analizar los accidentes y aprender de ellos. Hace falta ya una buena página de análisis de accidentes en parapente como tienen otros deportes aéreos. Además hay que  agradecer a Bomberos, Rescate en Montaña, Guardia Civil y Emergencias Sanitarias 061 -y a todos los que participaron en el difícil rescate- su actuación. Y exigir que el estado del bienestar -en peligro- siga permitiéndonos contar con estos medios públicos. Es de destacar la actuación de Carlos López, que a pesar de sus dificultades físicas temporales, bajó el primero por la escarpada y dificilísima pendiente, atravesando un bosque de arbustos impenetrables, para atender al compañero herido, cosa que hizo solo, durante un rato, hasta que vinieron los equipos de socorro. También la del compañero bombero de Madrid que gestionó la intervención del helicóptero de la Guardia Civil ademas de prestar ayuda.

El parapentista ciego

Cuando estuvimos con más calma, y con una cerveza por delante, Gabriel Canales me contó un suceso juvenil que le marcó para siempre.
-- Empecé a volar en los inicios del parapente, con aquellas velas restangulares sin estabilos, herederas directas de los primeros paracaídas con capacidad de planeo. Con el atrevimiento de mi juventud, despegábamos desde un acantilado en la costa de Portugal en el que no había playa debajo, de modo que teníamos que volver a aterrizar arriba. En caso de caer al agua, el ahogamiento en un féretro de tela y cuerdas enredadas en tu cuerpo era muy probable.

Un atardecer de primavera, en el que quedaban aún un par de horas de sol, despegué como de costumbre a la orilla del precipicio. Había una buena brisa procedente del mar que me elevaba a una notable altura a pesar del poco rendimiento de aquellos equipos. 
En la segunda pasada, me percaté de que, sobre una colchoneta neumática, tomaba el sol una joven morena, esbeltísima, de cabellos negros azabache, que vestía un sugerente biquini. Aunque yo volaba a más de cuarenta metros de altura, apreciaba la perfección de su cuerpo, la suavidad de su piel, la tersura de sus formas, y su rostro, un óvalo perfecto donde se intuían unos ojos profundos. Parecía disfrutar de un rato de absoluta relajación o incluso podría estar dormida.

A cada pasada me parecía apreciar más los detalles de su ser. Unos dientes blanquísimos, unos labios carnosos, unos senos proporcionados, una caderas anchas sin excesos, unas piernas contorneadas, unos pies pequeños. ¡La mujer ideal, el sueño de todo hombre! Sin percibirlo, había recibido un flechazo. Estaba enamorado de la bella desconocida. Pero nos hallábamos en dimensiones distintas. Ella flotaba  en el mar y yo volaba sobre el acantilado. No podía bajar hasta al agua, pues no había playa.

¿Qué hacer para llamar su atención, para enviarle una muestra de mi amor? No quería turbar su descanso a gritos y se me ocurrió una estupidez propia de un joven enamorado. Le escribiría un poema de amor, pero no en un papel cualquiera. Usaría la tela de mi parapente como pergamino, aprovechando un grueso rotulador que llevaba en la mochila. Y, lo más heroico, le lanzaría el trozo de parapente a la colchoneta desde el aire. 
Aterricé con la mente enfebrecida y  empecé a redactar en el cajón externo derecho la primera estrofa.
Un destello en el mar nubla mi vista
Explosión que estalla en lo más hondo
Por el aire que respiras yo te rondo
Para amarte mi alma ya esta lista

Corté el cajón con los versos y despegué para lanzárselos como una ofrenda de amor. Me costó mantener la dirección, pues el ala tendía a girar hacia el lado amputado. Sobrevolé desde una altura de seguridad  a mi amada y lancé el lienzo que se depositó justamente encima suya sin que ella se inmutara. Terminó sumergiéndose en al mar. Era natural, se estaba haciendo rogar. Aterricé y, cortando el cajón del otro lado, seguí escribiendo.
No me ignores, no seas egoísta
No hundas a un hombre hasta el fondo
Mi amor por ti yo a nadie escondo
Concédeme el honor de una entrevista.

Con la tela escrita en otro cajón cortado en mi bolsillo, volví a despegar y descendí peligrosamente junto al acantilado, debido a la pérdida de sustentación. Ella seguía impasible tomando el sol mientras era mecida por los olas, cerca de las rocas. Solté la estrofa a su altura y subí a duras penas aprovechando una rachita. A pesar de que había caído junto a la colchoneta, no hizo ademan de recoger el texto, que se hundió lentamente. Cuanto más me despreciaba, mayor era mi deseo así que, cegado por la pasión, volví al poema.
Tu desdén es cruel e inhumano
Para verlo mis sesos me devano
y mi vuelo pongo en un aprieto.

Era el tercer cajón que cortaba y la falta de sustentación y la asimetría hacia casi imposible volar. Loco de remate, planeé casi hasta las olas y solté el terceto encima de mi amada, cuya frágil nave se bamboleaba a pocos metros del acantilado. Milagrosamente, una racha fuerte me elevó otra vez a la parte alta.

Miré ansioso el resultado de la temeraria demostración y ¡Dios! las olas  habían arrojado la balsa contra las rocas y lo que antes era la mujer de mis sueños, ahora aparecía como un conjunto revuelto de piernas, brazos, cabeza y cuerpo flotantes, en cuyos extremos se veían claramente las esferas que permitían articularse. ¡Estaba ciego. Me habían enamorado de un maniquí de plástico que algún bromista había colocado en una colchoneta a la deriva! Ofuscado, acometí el último terceto del poema y lo arrojé al agua, escrito en el parapente ya inservible.
Plástico barato y casquivano
eres, y por tu espejismo malsano
compuse este ripio de soneto. 

-- Habrá que ver, Gabriel, la de hombres que se habrán enamorado perdidamente de lo que creían que era una mujer y resultó ser un maniquí. 
-- Y viceversa, amigo, y viceversa.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La parapentista diminuta

Sábado en poniente de Mogote

Nueva sesión de terapia de choque. El primer vuelo del sábado, breve para mí y para los que salen antes, dos biplazas con los de Zero Gravity y Javi de Sanlucar. Una termiquita precoz nos engañó, como si fuera un señuelo del bufón de los vientos. Un +0.7 y para abajo. En el segundo vuelo batallo durante cuarenta minutos con meneos y térmicas que se me antojan desabridas -"exaborías" diríamos aquí- cuyo gestos más malajes fueron un súbito subidón de +4 y una plegada de un tercio de ala a la que ayudé a salir bombeando, pero sin más consecuencias. El aterrizaje fue movidito, con una subida de cien metros a apenas treinta del suelo. Otros más expertos comentaban sucesos parecidos. A ver si el cambio climático está alterando la armonía de los vientos de Algodonales.
Para más detalles, les recomiendo la magnífica crónica de Pepe Retra en
www.amigosparapentesevilla.blogspot.com

Esperando la templanza del viento
Martes en norte de Mogote

El martes me embarqué en la furgopatera de Manu -una magnífica Volkswagen que me trae buenos recuerdos- que nos llevó amablemente hasta Mogote norte, en cuya roca un numeroso grupo de gíris y nacionales esperábamos a que el viento se cansara un poco. Salí ya de los últimos -es la primera vez que despegaba de allí, me da respeto ese embudo para las ráfagas- e hice un vuelo precioso a media altura por toda la cara norte del Mogote, disputándole el espacio a los buitres que tienen en aquellas paredes sus nidacos. 
Aterrizaje en el sitio y con el estilo habitual -la NASA me lo copió para depositar sus naves en Marte- comprobando lo bien que sigue funcionando el airbac. La vela, mitad en un arbusto, mitad en los cardos, viejos conocidos. El grupo de Manu, buena gente de calidad. La guinda, la puesta de sol, de foto. El Astro Rey está encaprichado con Cádiz. 
Martes 11 desde las ruinas del Mogote

La historia de la parapentista diminuta

El sábado anterior, esperando la recogida en el aterrizaje de poniente a la sombra de los árboles, Virginia Rosales se sentó a mi lado y, señalándome una hormiga descarriada, me dijo.
-- Gracias a un minúsculo animalito como este vuelo yo en parapente.
-- ¿Sí? No me hables de hormigas que me tienen infectada la cocina. Si me dijeras que era una paloma o un buitre, vería la relación, pero una hormiga, que además vive bajo tierra.
-- Los machos y hembras destinados a la reproducción tienen alas durante la etapa del apareamiento. Entonces salen de su hormiguero, localizan a una pareja de otra comunidad y se aparean en el aire.
-- Fascinante.¿Y que tiene que ver eso con tu afición al vuelo?
-- Mucho -me contestó Virginia-. La técnica de vuelo me la enseñó J y su equipo de Zero Gravity pero el tesón y el espíritu de superación necesario para volar lo aprendí de ellas.
-- ¡Ya! Leíste un tratado de zoología y supiste que con disciplina y constancia se obtienen buenos resultados, como las hormigas. 
-- ¡No, no! No no, me lo enseñaron... mejor dicho, me lo enseñó una en concreto.
-- Tenemos tiempo hasta que venga el coche desde el despegue. Explícate, Virginia Rosales.
-- Cuando era chica... en edad, en altura nunca he sido grande.
-- Las buenas esencias se sirven en tarros pequeños. Tu eres la Barby Parapentista, muñeca.
-- Gracias, y tú un cielo. Viví en el campo hasta los trece años, mi padre era labrador. Me crié sola y pasaba las horas jugando con los seres que me rodeaban. Piedras, plantas, animalitos, esos eran mis amigos. Los cuidaba, limpiaba las piedrecitas, regaba las plantas, le daba migitas de pan a los insectos... y les hablaba y acariciaba a todos sin distinción. Ninguno me hacía mucho caso excepto una hormiga, siempre la misma. Con sus gestos y miradas parecía comunicarse conmigo. Así llegué a entender lo que le fue sucediendo.

Era una obrera, una hembra estéril, con la tarea de recolectar comida, cuidar las larvas y agrandar el hormiguero. No era ni soldado, ni por supuesto estaba destinada a la reproducción. Cuando llegó la época del apareamiento, en que machos y hembras echan a volar para el cortejo, mi amiga se quedó prendada de un precioso macho de alas brillantes que exhibía su vuelo con gracia y habilidad. Deseó ardientemente estar allí arriba pero se miró... y no tenía alas. Pertenecía a otra casta Sin embargo, rebelde e inconformista, decidió intentarlo: trataría de volar para ser fecundada y  llegar a ser una reina.

Se separó de su fila de hormigas pensando como conseguirlo cuando vio a tres compañeras que, en dirección contraria, transportaban un trozo grande y alargado del ala de una mariposa muerta. Se ofreció a llevarlo ella sola y, una vez alejadas las otras, ocultó la carga tras una mata de romero. El plan había comenzado. Después se acercó a una arañita conocida y le pidió que le proporcionara una buena cantidad del resistente hilo que salía de su cuerpo, el cual enrolló en una madeja. En su escondite, recortó el retal de la mariposa hasta darle una forma elíptica, como si fueran dos alas de hormigas unidas por el centro, pero de tamaño mucho mayor. 
Con el hilo de araña tejió una especie de cuna donde ella se podía meter y que le permitía sacar la cabeza y sus seis patas. Desde la cuna extendió numerosos hilos hasta el ala de mariposa recortada. Para cada una de sus seis patas dejó un hilo libre- dos detrás, dos en los extremos y dos delante-, con lo que, tirando, podría cambiar en vuelo la geometría de la vela de mil maneras, a su voluntad. 

Sin más preámbulos, se introdujo en la cuna de su artilugio, se subió a una silla cargando con   el resto y se lanzó al vacío para emprender el vuelo. Calló en picado dando un porrazo monumental. Sin desanimarse, buscó una pendiente -una rampa de discapacitados- y corrió y corrió cuesta abajo, tropezando y rodando hasta que la detuvo una maceta. Volvió a la cima de la cuesta,  inasequible al desaliento, y observó cómo una leve brisa levantaba el ala que, sujeta por los hilos de araña, tiraba hacia arriba de ella. Corrió otra vez viendo como los seis pies se separaban del suelo y despegó limpiamente. Evitando cometer más errores, fue experimentando y aprendiendo a subir en las corrientes ascendentes de la tapia del jardín y en las térmicas de la chimenea. Y observando el vuelo de mosquitos, avispas y abejorros, trató de imitarlos, para lo que, con cada una de sus patitas, tiraba del hilo adecuado en el momento preciso.

Animada por su progresión, se acercó al área donde revoloteaban los machos intentando atraer al de brillantes alas que le había motivado su pasión por el vuelo. 
Sin embargo, ella presentaba una apariencia tan estrambótica que el varón alado no se dignó cortejarla. Se alejó desilusionada, ante las miradas burlonas del resto de las hembras. De pronto apareció una inmensa y terrorífica golondrina -gran depredadora de su especie- que, incitada por el brillo de las alas, inició la persecución de su amor platónico.  La hormigita se interpuso entre el pajaraco y su amado para evitar la captura, sin pensarlo dos veces. 


Intentado llamar la atención del monstruo, voló de la manera más extrema posible, ejecutando descensos bruscos dando vueltas en espiral, giros con el ala en vertical y vueltas de campana en el aire, generando tal confusión en la golondrina que se golpeó contra la rama de un limonero mientras volaba y cayó aturdida. 
Todas las hormigas salieron a escape, haciendo gestos de agradecimiento a la obrera valiente. Esta, sin saberlo había inventado la barrena, el SAT y el tumbling, las principales maniobras acrobáticas en parapente.

-- Y consiguió la hormigita su objetivo de ser reina.
-- Imposible -respondió Virginia-. Su naturaleza le impedía ser fecundada, era estéril como todas la obreras, pero fue muy feliz volando.
-- Moraleja: con voluntad y constancia se pueden conseguir cosas que parecen imposibles, siempre que las capacidades naturales lo permitan. En todo hay un límite.¿Y que pasó con ella?
-- Para evitar que la golondrina se vengara zampádosela en la merienda, el fabriqué un terrario con espacio suficiente para volar y la instalé allí, donde seguía practicando sus acrobacias a mi vista sin que nadie la pusiera en peligro. 
-- ¿Y todavía la tienes?
-- No Raul Rodríguez, el acróbata, me la pidió -quién le puede negar algo a Raul- y la estuvo cuidando una larga temporada. Después se encargó Hernán Pitoco y finalmente, hasta que falleció de viejecita, la tenía Horacio Llorens.
-- ¡Los mejores parapentistas acrobáticos del mundo!. Y luego dirá Raul Rodríguez que él inventó el SAT. ¡Vaya morro que tienen algunos!

viernes, 7 de septiembre de 2012

El caso del parapentista evanescente

Luisma testea en tierra la nueva vela de Acro de Pablo
El jueves toca vuelo de entrenamiento, destinado primero a seguir perdiendo el miedo, segundo a conocer mejor la vela y tercero a seguir practicando el centrado de térmicas. Para el primer y segundo objetivos, terapia de choque. Si hay miedo a las turbulencias, pues a volar con aire guarrete. No ha sido de los peores pero la vela ha dado alguna espantada que he reprimido con rienda tensa. He tratado de girar todo lo que se parecía a una términa, de 0.1 para arriba, y cuando me cansé, para descender tuve que rehuir los sitios donde giraban los pajarracos, pues de no haberlo hecho hubiera seguido volando hasta el añochecer. Ensayo orejas, que son o grandes o nada y hay que bombear bastante para sacarlas.
Pedrete Andreu prueba su nueva vela de Acro, un trapo de 22 metros que gira solo con pensarlo de nerviosa que es. Al final de la sesión lo veo hacer una barrena y un SAT como si la conociera de toda la vida. Gastón y Luisma, cada uno a su nivel, andan con los helicópteros -parecía el ataque de Apocalypse now, solo faltaba la Walkiria- y con los HÁA, una variante algodoleña del SAT. Los giris, como aves migratorias sin peligro de extinción, empiezan a volver a Algodonales. Se nota que va a cambiar la estación.

Andrew Brave, en un rato de relajo, me cuenta... El caso del parapentista evanescente

Hace tiempo, me llamó confidencialmente el teniente Pinillos, que recordaba mi fortuita participación en el caso de parapentista desnucado, para pedirme que colaborara con el capitán Toledo, destinado en la sede de la 4ª Zona de la Guardia Civil. Acudí al cuartel de Eritaña, en Sevilla, donde me recibieron de inmediato dos oficiales.
-- Soy el capitán Toledo. Le presento al teniente Aguilera de Asuntos Internos.
-- Encantado, Andrew Brave para servirles.
-- Gracias -contestó Toledo-. Antes de empezar, le ruego que lea y firme este compromiso de confidencialidad.
-- Lo firmaré sin leerlo -dije signando el documento-.
-- Gracias de nuevo. Pertenezco -continuó el capitan- al OPSIVE, la oficina que coordina el Servicio Integrado de Vigilancia Exterior que tiene, entre otros cometidos, detectar las embarcaciones que tratan de pasar el estrecho con contrabando o inmigrantes ilegales.
 -- Ya -le interrumpí- los de los radares móviles de las costas, no los de las carreteras.
--Entre otros dispositivos -me aclaró-. El problema es que se ha producido una fuga de información importante desde mi oficina y aunque tenemos identificado al autor de la sustracción no podemos demostrarlo.
 --¿Podría saber de que información se trata?
-- El cuadrante para todo el  mes con los turnos y puestos de vigilancia  asignados a los guardias que controlan los radares móviles. Con estos datos, las mafias pueden localizar a algún agente corrupto y alijar en su turno. Esta información al detalle no la tienen ni los propios guardias hasta poco antes de empezar el servicio. La mayoría somos íntegros pero en todas partes hay algún garbanzo negro.
-- No entiendo en que les puedo ayudar.
-- Le explico -dijo Aguilera-. El sospechoso es Julián Merino, un cabo que ha estado destinado en la OPSIVE como experto informático y que recientemente fue expulsado por conducta impropia.
 - -¿Y eso? -pregunté sorprendido.
-- Se enamoró perdidamente de una joven marroquí, bailarina de danza del vientre y menor de edad. Pensábamos que la chica trataba de inducirlo a robar información en beneficio de las mafias, como finalmente ha sucedido.
-- Sigo sin entender en que puedo serles útil.


-- Medios, motivos y oportunidad -aseveró el capitán-. Cuando el cabo fue expulsado, se le retiraron los pases de acceso y se ordenó encarecidamente al servicio de vigilancia que le impidiera la entrada. El perímetro está vigilado al igual que los muros externos, con cámaras infrarojas. A pesar de todo, hace dos días descubrimos que alguien había grabado un CD con la información reservada en el ordenador principal. Fue a las 3.30 de la madrugada y se usó el código de acceso del General de la Zona. Estamos seguros de que fue Julián Merino. Resulta que es un avezado escalador, además de paracaidista y parapentista. Sospechamos que penetró desde la azotea, pero necesitamos descubrir como lo hizo y probarlo.

La sala del ordenador estaba cerrada con una puerta que necesita tarjeta y clave, ninguna dificultad para Merino, un hacker actuando desde dentro. Podría haber clonado la tarjeta tras un pase previo por el lector y obtenido una clave grabando las pulsaciones con una microcámara colocada dentro de la lámpara del techo. El acceso al ordenador lo conseguría con el código previamente robado tras lograr consultar el registro de los mismos, todo ello antes de que lo despidieran. Para llegar al pasillo de la oficina había forzado finamente la cerradura de una ventana que daba a un patio interior. Por lo tanto, había entrado y salido por el techo.

La azotea era amplia y larga, con varios ojos de patio, uno de ellos para la parte de oficinas. Observando atentamente,  descubrí junto la pretil de la cara este varios trocitos de lo que parecía un sedal de pesca finísimo y otro algo mayor de una especie de film de envolver alimentos, muy resistente.
- ¿Encontraron algo que les llamara la atención en la azotea, mi capitán? -le pregunté a Toledo-.
- En la azotea no, pero en el ojo de patio apareció una bombona metálica vacía de las que usan para inyectar CO2 y presión a la cerveza, y el encargado de la cantina dijo que no era suya -contestó el teniente Aguilera.
 - ¿Podríamos consultar por internet la dirección del viento la noche de la intrusión?
 - Aquí está, de suroeste, dijo Toledo.
-Creo que ya se como entró en el cuartel. El tal Merino sabía pilotar algo más que parapentes. Mande analizar, por favor, el resto del gas que pueda quedar en la bombona, creo no encontraran rastro de CO2.


Merino confesó finalmente el modus operandi. Necesitó un torno de arrastre de parapentes de los que se conectan al enganche del coche, un equipo básico de escalada, unas buenas tijeras y dos artilugios de fabricación artesanal. Usando film de propileno transparente de alta resistencia, confeccionó un parapente usando de patrón otro previamante descosido, uniendo las piezas por termofusión. Sustituyó los cordinos por sedales de pesca. Del mismo material fabricó un globo lo suficientemente grande para llevar su peso, dotado de una válvula de llenado y vaciado. Después adquirió una botella de helio de globos de fiestas y transfirió su contenido a otra vacía de CO2 para cerveza, intentado que al ser encontrada pasara desapercibida. Con la ayuda de su cómplice, la joven bailarina, entraron en el antiguo campo de aviación de Tablada, desde donde despegó en parapente, arrastrado por el coche con torno. Llevaba consigo el globo plegado, la bombona, las tijeras y el material de escalada. El poco peso de la lamina de polipropileno del globo le permitió volar con la carga.

Con viento a favor, planeó sin problemas hasta cuartel de Eritaña, aterrizando silenciosamente en su azotea sin ser visto. Un mono de vuelo negro y el parapente transparente, casi invisible, lo hizo posible. Conseguido el CD tras rapelar por el ojo de patio,  cortó en trocitos el parapente, lanzando al viento los inocentes retales e infló el globo con el helio, que dejó amarrado al pomo de una puerta. La bombona casi bacía fue depositada en el fondo del patio, usando una cuerda con un lazo que se soltaba desde arriba, para simular un despiste del cantinero. Finalmente, enganchó el arnés de parapente al globo, lo liberó de su amarre y se dejó arrastrar por el viento hasta llegar a las afueras de la ciudad. La cuerda de escalada, cortada a trozos según convenía, le servía de lastre. Descendió abriendo la válvula del globo y fue recogido por la bailarina, a la que le entregó el valioso CD.

Meses después obtuve permiso para visitar al excabo en la prisión militar.
-¿Porqué te metiste en esos líos, con la buena hoja de servicios que tenías, Julián, y el prometedor futuro que te esperaba?
- Por mi afición al vuelo, señor, por mi afición. ¡Cada vez que estaba en los brazos de Yasmina, volaba, señor, volaba!

En el cuartel renovaron las medidas de seguridad y me liberaran de mi compromiso de confidencialidad, por eso te puedo contar este suceso.




domingo, 2 de septiembre de 2012

El caso del parapentista desnucado

Apurando la semana y el mes, repito programa junto a Gastón, llegando el viernes a Poniente de Algodonales sobre las 6 de la tarde. Los locales y algún agregado contemplan indecisos el paisaje desvaído por la calima y el humo de los incendios. Salgo el segundo, aprovechando una rachita, con un pésimo despegue, donde arrastro el culo de la silla por todo el chinarral de la zona. Otra vez, la mala regulación y el peso excesivo en la espalda me sientan antes de despegar. En compensación, subo sin parar hasta sobrepasar los 1500. "La suerte del novato" dirán los que me han visto cómo he salido y no saben que llevo ya dos años en esto. Sigo practicando el centrado de las térmicas tratando de mantener el ala encima de mi cabeza, con aceptable resultado. Algún experto sube hasta 1000 metros más, y se desplaza a las zonas que yo de momento me prohíbo. Pierdo por dos veces la altura ganada y, tras un intento fallido de alcanzar una térmica marcada por los buitres, consigo llegar a mi aparcamiento particular -las ruinas- pensando   en cada momento que me comería los cables de alta tensión, el sitio que más temo en estos parajes. Un vuelo más: sigo ganando confianza y conociendo la nueva aeronave. En el aterrizaje oficial, alguien necesita hablar de lo malnacido/a que es su excónyugue.  Entiendo por qué siente lo que siente y dice lo que dice, esperemos que prevalezca la paciencia a la ira, que de algo han de servir las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia.

El sábado vuelvo a salir desde Niculoso en la selecta compañía de Andrés (Valiente) y Javi Brugarolas, de los Brugarolas de toda la vida. El viento se muestra indefinido y nos aventuramos a levante de Algodonales, donde algunas rachitas vienen más del este que del sur. Javi lleva dos meses nevegando en su barquito velero y confiesa un nudito en el estómago, normal. Despega acariciado por todos los pinitos que delimitan la zona, a los que sortea como Messi antes de marcar, si es que Messi es regateador, no tengo ni idea. Que cada uno pongo su regateador favorito. Pero hace su vuelecito de reiniciación, aterrizando junto a otro cortijo vecino al oficial, mejor conservado, porque el habitual está que da pena y Javier es hombre de buen gusto.
Inicio el vuelo a continuación, con una extraña subida de cinco metros sobre la pista, para descender inmediatamente hasta casi dar un culazo para terminar saliendo a ras de las puntas de los matojos. Recordando un comentario previo de Andrés, vuelo en paralelo a la montaña hacia el extremo este, al que llego perdiendo poca altura y en donde me mantengo sin problemas. En el trayecto, calzo la vela y evito sobre todo las abatidas, y en la medida que puedo los campaneos laterales. Está turbulento, o sea "guarrete". 
En la esquina noreste encuentro "un pepinaco" con el que empiezo a subir, con giros más abiertos de lo adecuado, según me dicen después, para llegar a los ¡dos mil treinta y cinco metros! con ascensos hasta de +4.7, todo un super récord personal. Me sigue Ingnácio, un experto, ágil como un pájaro, que no tarda en darme alcance y al que estorbo en una de mis salidas y entradas en la térmica, que fueron varias y violentas. Solo tuve una plegada de estabilo, que yo sepa. Me impresiona un  poco la altura y decido dar por cubierto el objetivo del día, bajando sin hacer tonterías y disfrutando de las perspectivas. Ignacio, 250 metros más arriba, me invita a seguirlo en un cross pero se me hace pronto para desprenderse de la querencia de la montaña. Andrés, Miguel, y Emi después, llegaron a los 2.500, sin saber muy para donde tirar.

Un joven piloto inicia le vuelo con viento cruzado en la roca.
Aterricé tras una trepada inesperada a 10 metros del suelo, con una jardazo hacia delante y a la izquierda digno de un paradón de gol seguro. Nos remonta Ángel (de San Pedro) tras recoger a Javi de su cortijo señorial. Arriba los de Zero Gravity preparan un concurso ingeniosísimo de bombardeo patatero que no desvelo por si lo quieren repetir. Emprenden marcha hacia el despegue de noreste, un kilómetro a pie, desde donde despegaron y realizaron la prueba.
Después harían su fiesta nocturna, a la que no pude quedarme muy a mi pesar.
En el despegue norte, Adrián, un jovencísimo piloto, hace un planeo a la desesperada con viento atravesado de la derecha, llegando justo al aterrizaje. Volvemos a Sevilla sin volar por la tarde, con el de la mañana ya bastaba. Una bonita puesta de sol nos saluda desde Coripe hasta Utrera.

Previamente, durante la cervecita en el Cortijo, Andrew Brave me comentó el terrible suceso en el que se vio envuelto y de cuya resolución tomó parte activa. Fue...

El caso del parapentista desnucado
Aquel día, cuando ya recogíamos los equipos en el aterrizaje de poniente, alguien preguntó por Perico "Trebujena", que había salido en solitario desde norte y al que hacía rato que se le perdió la pista sin que nadie lo viera aterrizar. No era un día de cross y todos volamos relativamente cerca unos de otros. Unos  colegas dijeron que lo habían visto rascando a la altura de los montículos cercanos al despegue norte, lo que les extrañó porque la zona estaba en la cara contraria al viento y Perico conocía bien el peligro de los rotores en sotavento. Lo llamamos por radio y por teléfono, sin resultado. Antonio "el Grande", Pedro "Topillo" y Curro "Piesplanos" salieron en coche en su busqueda, camino de la vaguada tras la loma sotaventada. A la media hora "Topillo", con voz entrecortada, nos comunicó por radio que Perico estaba en el suelo junto a su vela, aparentemente sin vida. Quedamos conmocionados, pues el bueno de Perico era muy querido por su buen carácter y su simpático acento cerrado. No obstante, alguno dijo que hoy lo había notado más distante que otras veces. Entre el revuelo, alguien llamó al 112, que a su vez dio aviso a la Guardia Civil.


Antes del levantamiento del cadáver, que iba vestido con su conocido mono amarillo chillón, el teniente Pinillos me pidió que le asesorara en cuestiones de vuelo en parapente. Me parecieron extrañas varias cosas: llevaba un casco de ciclismo que a penas le cubría la parte superior de la cabeza; a pesar de estar casi debajo de un árbol, los cordinos no se habían enredado en este; y el cuerpo yacía tendido longitudinalmente, de lado, sin presentar las posturas grotescas propias tras un impacto. El médico dijo que, a primera visa -pendiente la autopsia- la causa de la muerte era la rotura de la base del cráneo, sin que se apreciara ninguna otra lesión en manos, cara, rodillas... Le dije al teniente que aquello no cuadraba pues aquella no era zona habitual de accidentes y, sobre todo, lo de los cordinos en el suelo era inexplicable.

En el cuartelillo, los pilotos fueron interrogados uno a uno y sus testimonios coincidían  en que vieron a Perico volando con aparente dificultad durante algún tiempo  por la cara norte -era fácil identificarle por el mono amarillo y la vela naranja- hasta que desapareció allí a última hora, aunque si hubiera querido podría haber llegado fácilmente al aterrizaje. Piesplanos dijo que, a primera hora de la tarde, vio al finado fumando porros, lo que nos sorprendió a todos porque odiaba el olor de todo lo que humeara. El Grande lo justificó asegurando que últimamente, desde que se separo de su mujer estaba raro. Sin embargo, nadie se explicaba lo de los cordinos ni yo el resto de las anomalías. El teniente Pinillos preguntó que quiénes y por qué habían despegado de norte pues, según yo le había informado, el despegue adecuado ese día era el de poniente. Sólo  Perico Trebujena, el Grande y Piesplanos se habían quedado en el despegue de norte mientras que los demás se habían ido, siguiendo la lógica, al otro. Los dos declararon que finalmente desistieron de volar, pues el viento estaba muy cruzado allí, y prefirieron hacer senderismo hasta el mirador de noreste, aunque Perico se empeñara en salir y lo lograra con dificultad.
No me pude callar y les pregunté que desde cuándo ellos preferían hacer senderismo, con lo poco que les gustaba andar, en vez de darse un buen vuelo. El teniente me miró con suspicacia y ordenó que todos, menos el Grande y Piesplanos, salieran de la sala, para interrogar a ambos por separado. También le pidió a Guzmán el letrado, que ejerciera el derecho de defensa. Tras dos horas de interrogatorio, vimos salir a los sospechosos esposados y con los ojos llorosos. 

En el juicio, el fiscal demostró que Perico Trebujena le pidió a los otros dos que se reunieran con él en despegue norte para hablar, a uno para decirle cuatro cosas y al otro como mediador y testigo. Tuvo una fuerte discusión con  Piesplanos porque Perico había descubierto que su mujer lo engañaba con él y que comenzó a sospecharlo cuando dejaron de coincidir volando y su exmujer empezó a animarlo a venir a volar. Llegaron a las manos y Piesplanos le dio tal empujón a Perico que le hizo caer de espaldas sobre una roca, contra la que se desnucó. Asustados, idearon el plan: simular un accidente. El Grande, con fuerza suficiente para transportar al enclenque de Perico, lo trasladó a hombros, cubierto con una funda boa de plegar parapentes, hasta el lugar donde apareció después, mientras que Piesplanos se ponía el mono amarillo y despegó como pudo con la vela naranja de este, simulando ser Perico. Pasado un rato, cuando el viento se atenuó, aterrizó junto al cadáver, al que le volvió a poner el mono y un casco de ciclismo para justificar la desprotección de la nuca y le colocó la silla con la vela. A continuación se reunió con el Grande, que esperaba en las cercanías, y ambos se dirigieron al aterrizaje como si vinieran de patear la montaña.

Convencieron al jurado de que fue accidental y por eso solo van a pasar siete y tres años -autor de agresión, homicidio y denegación de auxilio uno y encubridor y denegación de auxilio el otro- haciendo volar avioncitos de papel en el patio de la prisión del Puerto de Santa María.


viernes, 31 de agosto de 2012

Profanando el espacio-tiempo

Este jueves volví a la carga en compañía de Gastón, empeñado en cogerle confianza a la Ellus 4. No empecé del todo bien, pues me obstiné en inflar de frente cuando el viento estaba cruzado y tuvo que corregirme un colega para salir. El vuelo no solo transcurrió sin problemas si no que por primera vez me he acercado a los 1500 cuando el techo era de 1850, que es lo que alcanzó Gastón. Mientras yo trataba de centrar térmicas, que ya me va saliendo, el susodicho revoloteaba por el escenario aéreo como niño inquieto, lo mismo estaba subiendo a lo máximo que bajando haciendo helicópteros o barrenas. Yo, a lo mío, me atreví un poco por el valle, coqueteé con la piedra y anduve arriba  abajo varias veces. Unas nubes altas tapaban el sol por momentos, avisando de que el verano se termina. Desde el aire observé al tercer biplaza de la tarde, una niña de apenas 4 añítos que habría los ojos como platos viendo empequeñecerse el montículo donde habían quedado sus padres. 

Tras una hora de vuelo, me fui para mi aterrizaje privado, donde me posé abusando del airbac, a 4 metros del espacio que tengo desbrozado para plegar, justo en el camino que atraviesa la zona de las ruinas que está más cerca del aterrizaje oficial.  Desde este aterrizaje, unos cirros ajironados y enrojecidos daban calidez al cielo azul perfecto de la tarde, mientras un colega local explicaba con todo detalle un cross de los que entusiasman a alguien aburrido de volar.

En la cervecita posterior Edén Robledo me contó su alucinante historia.

Profanando el espacio tiempo

Ya pasé de los cuarenta, pive, y mi mujer me va dos años atrás. Está que no para con que es hora de tener un bebé y yo, que se lo que es eso de antiguo, me resistí hasta ahora pero últimamente me resultaba difícil negarme. Cómo último subterfugio, agarré y le dije que la dejaría preñada con la condición de que el niño fuese concebido en el aire, pues la tierra es un lugar contaminado por la maldad humana. -Vos estás loco, boludo. Si querés un lugar puro, esterilizo el dormitorio ¿donde me quieres coger? - Lo tengo todo pensado, chavita. Voy a modificar la silla del pasajero del biplaza y haremos el amor allí arriba, volando, a la luz de la luna, bajo las estrellas.... - Se te salió un patito de la fila, pirado, la estás chingando. - Pues es lo único que me motiva, cielito, ya sabes que últimamente anduve un poco remolón.

La noche era perfecta, la luna estaba pletórica y una brisa moderada aseguraba el vuelo. Ella llevaba puesto como única prenda un vestido vaporoso que acomodó adecuadamente en la silla que yo había preparado para la ocasión. Despegamos en una rafagita y enseguida llegamos a una altura de seguridad. -Y ahora mi amor, tomá los mandos que mis manos son solo para vos. La fui dirigiendo en el pilotaje con la voz mientras recorría su terso cuerpo hasta donde alcanzaban mis brazos. - Gira un poquito a la derecha ¡Ah! Ahora a la izquierda ¡Ahh! Frena un poquito ¡Ahhhh! Un poquito más ¡Ahh, ahhh, ahhhh! - ¡Sííííííííí! Gritó ella tirando de los frenos a fondo hasta meter el ala en pérdida. - ¡Cuidado, no, soltá, soltá los frenos!, le grité yo, lo que hizo bruscamente provocando que cayeramos dentro de la vela haciendo el temido caramelo. Empezamos a descender violéntamente envueltos en el trapo, abrazados los dos y esperando un impacto mortal inminente. 
Cuando ya deberíamos habernos estrellado comenzamos a notar a través de las telas un resplandor rojizo que se fue haciendo cada vez más intenso y a sentir más y más calor, pero seguíamos vivos. Pasado un tiempo indefinido, el resplador se fue atenuando y la temperatura nomalizándose, hasta sentir otra vez fresco. Entonces ocurrió cosa inexplicable. Una corriente de aire desenredó el parapente que empezó a volar de nuevo, como si nada hubiera ocurrido, pero ahora era de día y el paisaje, desconocido. A nuestra derecha, algo increíble. Una enorme cometa de seda y bambú, sujeta al suelo por una largisima cuerda, era pilotada, si eso era pilotar, por un individuo al que acompañaba una mujer, igual que nosotros. Vestían túnicas de flores y él se recogía el pelo en una trenza. El piloto, también sorprendido, nos hizo señales de que aterrizaramos y así lo hicimos, mientras él bajaba, jalando de la cuerda.

En tierra nos percatamos por sus vestidos y rasgos faciales de que eran chinos. Se acercaron haciendo reverencias y nos dijo algo que no entendimos, hablaría en mandarín. -¿Hablas español, por casualidad? le respondí yo -Pol casualidad no, polque he estudiado la lengua de Celvantes, amigo. Si tu hubielas estudiado la de Confucio, ahola estalíamos hablando en mi idioma. Soy Feng Zhao, científico al selvicio de su majestad impelial Kangxi, y ella, mis esposa, Xiang. Toma y mila, esta es la imagen del empeladol. Dijo dándome un grabado. Pelo, cuéntame, quienes sois y que os ha pasado. Y que estlaño apalato voladol es este. Le informé de quiénes eramos y le relaté todo lo que nos había ocurrido con detallel. Él me miró sorprendido. - Pol fin ha sucedido. Hemos plofanado el espacio-tiempo. Vosotlos vivís en el 2012 y nosotlos en el 4.397, que es le año 1700 según vuestlo calendalio. En el momento que habéis culminado vuestra unión sexual en pleno aile pulo a la luz de la luna se ha abielto un túnel espaciotempolal que ha unido la España del Siglo XXI con la China del XVIII, polque justamente mi esposa y yo estábamos haciendo lo mismo, solo que a plena luz del día. - ¿¿¡¡También estabais echando un polvo subidos a esa cometa!!?? - Tlatando de concebir a nuestlo hijo en un ambiente pulo, quelido. Y hemos debido llegal al culmen justo en el mismo instante que vosotlos. Pol eso se ha ploducido este fenómeno. Como han descubielto el bosón de Higgs, pasan estas cosas. -¿Y ahora, cómo volvemos a casa, a nuestro mundo, a nuestro tiempo? le dije a Feng, desesperado. -Solo se me ocule lepetid el ploceso. Nosotlos colabolalemos gustosos, ¿veldad quelida Xiang? A lo que ella asintió con una sonrisa picarona.

Así que ellos se elevaron en su cometa y nosotros, con nuestro biplaza, subimos a una loma bien orientada y tras ganar altura empezamos nuestro rito amoroso, mientras los chinitos hacían lo propio. Volvimos a meter el ala en pérdida, caímos dentro y, tras volver  a pasar por el túnel y salir a la superficie de nuevo, se desenredaron las telas y empezamos a volar otra vez,  bajo la luz de luna de Algodonales. En el aterrizaje pensé que todo había sido un sueño pero me sacó de dudas el retrato que tenia en mi bolsillo, desde donde un adusto señor oriental nos contemplaba con severidad. 

Nunca se sabe, puede que sea verdad, cuando se trastocan las leyes esenciales de la física... al bosón de Higgs, mejor ni tocarlo.