miércoles, 22 de agosto de 2012

El penitente

Los ingredientes para el vuelo son un sitio adecuado, Matalascañas, un viento propicio, suroeste, y alguien con tiempo y ganas de volar: Andrés (valiente) Rafa (Canalsur) y un servidor. Hace tres jueves coincidimos en la zona, que me trae recuerdos de costillas rotas. Me había prometido despegar desde la duna grande pero Andrés me animó -y tuteló- para hacerlo desde el Bananas. Salí y me mantuve sin remontar hasta el siguiente chiringito, donde pinché.
Andrés sale con la vela roja

Logré despegar otra vez pero apenas volé  treinta metros, atravesando el único cañaveral de playa que hay hasta Mazagón, sin daño alguno gracias a mis amortizadas espinilleras. Con la penosidad de los últimos metros de ascensión al Everest, subí por una senda de arena hasta el acantilado previo a la duna grande, donde Andrés (ahora "el compasivo") me ayudó a despegar con el viento algo cruzado del oeste. Estaba exhausto y torpe, por lo que cogí mal las bandas en el primer intento. Cuando por fin remonté, me mantuve volando justo encima de la duna -unos doscientos metros de recorrido- durante hora y media. La playa estaba casi solitaria, el mar brillante y el viento fuertecito, que te hacía avanzar a paso de carreta hacia poniente y a velocidad de galgo de vuelta. Un grupo de caballistas admiraba el mar y a los parapentistas y nosotros viceversa. Andrés y Rafa, cuando me rebasaron para seguir camino de Mazagón, me dijeron por radio que si bajaba a media altura avanzaría más rápido. Les contesté que, con lo que me había costado subir, trataría de acumular altura lo mismo que otros amontonan dinero en paraísos fiscales, cada uno es avaro de lo que quiere y puede.
Rafael, volando bajo, me adelanta.
Mientras me entretenía con idas y vueltas, otros pilotos se fueron incorporando al circo. Rafa y Ándrés volvieron desde casi cuesta Maneli y se quedaron por la duna grande. Es sorprendente ver a este último evolucionar por encima del agua, yo no lo haría ni loco, y con que facilidad vuelve a la playa y remonta otra vez, se nota que piloto ágil y vela "C" hacen maravillas.
El extraño piloto despega y aterriza una y otra vez
Mientras andaba a lo mío, me fijé en un parapentista con ala azul que despegaba desde la playa, daba un pequeño planeo y se posaba enseguida, para después repetirlo de nuevo, sin apenas tregua. Así había avanzado al menos un kilómetro desde que lo venía observando. Su inquebrantable insistencia me llamó la atención. Cuando bajé, me contó su historia.

"Siempre fui una persona frívola y despreocupada. Mi vida eran las chicas, las fiestas y el vuelo. Nunca me interesaron los temas sociales ni mucho menos las cuestiones espirituales, vivía a tope, que dicen que son dos días. Trabajaba cuando me salía un curro divertido, relaciones públicas en discotecas, chico de compañía ocasional, etc, y si no, le pedía dinero al viejo, que siempre me preguntaba que cuando terminaría la carrera, sin saber que hacia años que no pisaba la facultad. Volar era lo que más me molaba. Una noche de luna llena, después de un fiestorro cojonudo en la Costa Brava, me liberé de los brazos de la chica a la que servía de almohada, cogí el arnés y la bolsa del parapente y, sin más vestimenta que el meyba y las chanclas, me dirigí a la costa. Una luz de plata le daba un aura misteriosa al agua, a la orilla y al acantilado mientras la flauta del viento cantaba al oído. Medio obnuvilado por los vapores de la celebración, me ajusté el equipo y me dejé caer en la penumbra del precipicio.
Floté en la altura, dejándome llevar más que pilotar por las ráfagas que batían el barranco. Solo una pequeña parte de mi cerebro regía los brazos que accionaban los frenos. El resto recreaba un mundo fantástico, ampliando las sensaciones que  me llegaban desde el rumor de las olas, las mecidas en los giros y del regusto de la piel y la tersura de los pechos de la muchacha dormida. Tan poco espacio mental dejé para el pilotaje que imperceptiblemente me fui adentrando en el mar donde caí finalmente, con un violento despertar a la realidad. Estaba en el agua y los cordinos se me enredaban en los pies.
Aunque era ágil y fuerte, luchar contra un parapente que se hunde es batalla perdida. Braceaba con  fuerza intentando que el cordaje no me trabara también los brazos y trataba de avanzar hacia la arena  remolcando la vela. Quise desabrocharme el arnés, pero cuando dejaba de nadar me sumergía bajo unas olas que ahora resultaban enormes y nada poéticas. Tragué agua salada varias veces y cuando creía que me ahogaba definitivamente, calló a mi lado algo que flotaba, unido a una especie de cuerda y me agarré a aquello con la agonía del que le extraen el hueso que le obstruye la garganta.
A pesar de la resistencia del oleaje, el extaño flotador me fue acercando a la playa, donde varios pares de brazos me izaron hasta dejarnos, a la vela y a mí, en la arena seca, en la que me dejé caer extenuado. Pronto me recuperé a la voz de alguien que me cogía la mano y me hablaba con fuerte acento extranjero. -Hola hermano, ¡Cómo tú estár! -Bien, colega, bien, gracias, te debo una, te lo debo todo. -Tú permanecer tranquilo. El personaje, rodeado de varios más con el mismo atuendo, vestía túnica roja y tenía la cabeza rapada. Sus rasgos eran claramente orientales. -¡La hostia! ¿Pero quienes soy? 

Peregrinos postrándose

-Nosotros ser monjes de Lhasa y viajar en peregrinación por los santos lugares del mundo. Decir a ti una cosa. Este suceso no ser casual. Ser señal divina que indica que nuestra tarea ha terminado y tú continuar con ella, Tu recordar que tú debes la vida a nosotros. -Y que tengo que hacer, contesté resignado. -En nuestra tierra los peregrinos emprender largos viajes hasta los santuarios postrándose -tendiéndose en el suelo- cada tres pasos, una y otra vez, mientras invocar a divinidades. Así tu hacer. -Bueno, yo lo que sé es volar. Puedo hacer algo parecido. 

Y así fue como el piloto del ala azul emprendió su peculiar peregrinación a través de la costa, despegando y volviendo a aterrizar cada pocos metros. Mientras, los monjes budistas oran en una gruta de la Costa Brava esperando que el parapentista termine su periplo, en los fiordos noruegos. Para desesperación de los clérigos, el viaje se ha relentizado porque cada vez que el peregrino rompe su estado de pureza con un ayuntamiento carnal, tiene que retroceder cincuenta kilómetros, y el joven se resiste poco a los impulsos de la naturaleza. Están temiendo su paso por las playas nudistas.