martes, 18 de septiembre de 2012

Accidente de Paco Mesa. El parapentista ciego

el 


El accidente de Paco Mesa

El fin de semana ha sido para pasar página. Una turbulencia traicionera ha metido a Paco Mesa en una espiral a poca altura sin tiempo de reaccionar. Ha caído enmedio de la cara sureste del Mogote. Podía haber sido fatal, pero afortunadamente solo ha sufrido graves fracturas en las dos piernas, que sepamos. Según algún entendido, podría haber entrado en los rotores laterales de fuga de la ladera de poniente cuando el viento roló hacia sur, pero es solo una hipótesis. El rescate fue muy dificultoso y participaron numerosos medios además de los compañeros presentes.











 La comunidad parapentística debe buscar mecanismos para analizar los accidentes y aprender de ellos. Hace falta ya una buena página de análisis de accidentes en parapente como tienen otros deportes aéreos. Además hay que  agradecer a Bomberos, Rescate en Montaña, Guardia Civil y Emergencias Sanitarias 061 -y a todos los que participaron en el difícil rescate- su actuación. Y exigir que el estado del bienestar -en peligro- siga permitiéndonos contar con estos medios públicos. Es de destacar la actuación de Carlos López, que a pesar de sus dificultades físicas temporales, bajó el primero por la escarpada y dificilísima pendiente, atravesando un bosque de arbustos impenetrables, para atender al compañero herido, cosa que hizo solo, durante un rato, hasta que vinieron los equipos de socorro. También la del compañero bombero de Madrid que gestionó la intervención del helicóptero de la Guardia Civil ademas de prestar ayuda.

El parapentista ciego

Cuando estuvimos con más calma, y con una cerveza por delante, Gabriel Canales me contó un suceso juvenil que le marcó para siempre.
-- Empecé a volar en los inicios del parapente, con aquellas velas restangulares sin estabilos, herederas directas de los primeros paracaídas con capacidad de planeo. Con el atrevimiento de mi juventud, despegábamos desde un acantilado en la costa de Portugal en el que no había playa debajo, de modo que teníamos que volver a aterrizar arriba. En caso de caer al agua, el ahogamiento en un féretro de tela y cuerdas enredadas en tu cuerpo era muy probable.

Un atardecer de primavera, en el que quedaban aún un par de horas de sol, despegué como de costumbre a la orilla del precipicio. Había una buena brisa procedente del mar que me elevaba a una notable altura a pesar del poco rendimiento de aquellos equipos. 
En la segunda pasada, me percaté de que, sobre una colchoneta neumática, tomaba el sol una joven morena, esbeltísima, de cabellos negros azabache, que vestía un sugerente biquini. Aunque yo volaba a más de cuarenta metros de altura, apreciaba la perfección de su cuerpo, la suavidad de su piel, la tersura de sus formas, y su rostro, un óvalo perfecto donde se intuían unos ojos profundos. Parecía disfrutar de un rato de absoluta relajación o incluso podría estar dormida.

A cada pasada me parecía apreciar más los detalles de su ser. Unos dientes blanquísimos, unos labios carnosos, unos senos proporcionados, una caderas anchas sin excesos, unas piernas contorneadas, unos pies pequeños. ¡La mujer ideal, el sueño de todo hombre! Sin percibirlo, había recibido un flechazo. Estaba enamorado de la bella desconocida. Pero nos hallábamos en dimensiones distintas. Ella flotaba  en el mar y yo volaba sobre el acantilado. No podía bajar hasta al agua, pues no había playa.

¿Qué hacer para llamar su atención, para enviarle una muestra de mi amor? No quería turbar su descanso a gritos y se me ocurrió una estupidez propia de un joven enamorado. Le escribiría un poema de amor, pero no en un papel cualquiera. Usaría la tela de mi parapente como pergamino, aprovechando un grueso rotulador que llevaba en la mochila. Y, lo más heroico, le lanzaría el trozo de parapente a la colchoneta desde el aire. 
Aterricé con la mente enfebrecida y  empecé a redactar en el cajón externo derecho la primera estrofa.
Un destello en el mar nubla mi vista
Explosión que estalla en lo más hondo
Por el aire que respiras yo te rondo
Para amarte mi alma ya esta lista

Corté el cajón con los versos y despegué para lanzárselos como una ofrenda de amor. Me costó mantener la dirección, pues el ala tendía a girar hacia el lado amputado. Sobrevolé desde una altura de seguridad  a mi amada y lancé el lienzo que se depositó justamente encima suya sin que ella se inmutara. Terminó sumergiéndose en al mar. Era natural, se estaba haciendo rogar. Aterricé y, cortando el cajón del otro lado, seguí escribiendo.
No me ignores, no seas egoísta
No hundas a un hombre hasta el fondo
Mi amor por ti yo a nadie escondo
Concédeme el honor de una entrevista.

Con la tela escrita en otro cajón cortado en mi bolsillo, volví a despegar y descendí peligrosamente junto al acantilado, debido a la pérdida de sustentación. Ella seguía impasible tomando el sol mientras era mecida por los olas, cerca de las rocas. Solté la estrofa a su altura y subí a duras penas aprovechando una rachita. A pesar de que había caído junto a la colchoneta, no hizo ademan de recoger el texto, que se hundió lentamente. Cuanto más me despreciaba, mayor era mi deseo así que, cegado por la pasión, volví al poema.
Tu desdén es cruel e inhumano
Para verlo mis sesos me devano
y mi vuelo pongo en un aprieto.

Era el tercer cajón que cortaba y la falta de sustentación y la asimetría hacia casi imposible volar. Loco de remate, planeé casi hasta las olas y solté el terceto encima de mi amada, cuya frágil nave se bamboleaba a pocos metros del acantilado. Milagrosamente, una racha fuerte me elevó otra vez a la parte alta.

Miré ansioso el resultado de la temeraria demostración y ¡Dios! las olas  habían arrojado la balsa contra las rocas y lo que antes era la mujer de mis sueños, ahora aparecía como un conjunto revuelto de piernas, brazos, cabeza y cuerpo flotantes, en cuyos extremos se veían claramente las esferas que permitían articularse. ¡Estaba ciego. Me habían enamorado de un maniquí de plástico que algún bromista había colocado en una colchoneta a la deriva! Ofuscado, acometí el último terceto del poema y lo arrojé al agua, escrito en el parapente ya inservible.
Plástico barato y casquivano
eres, y por tu espejismo malsano
compuse este ripio de soneto. 

-- Habrá que ver, Gabriel, la de hombres que se habrán enamorado perdidamente de lo que creían que era una mujer y resultó ser un maniquí. 
-- Y viceversa, amigo, y viceversa.