lunes, 18 de junio de 2012

Superwoman, basado en hechos reales

Carlos nos anima a volar los dos días pero ese lujo solo está al alcance de algunos. Los demás quedamos a la espera de lo que  decida el grueso del grupo (la mayor parte, no el obeso, que no lo hay) y nos decantamos por el sábado. La primera opción es poniente de Algodonales, donde llegamos cuando algunos habían despegado ya de la piedra (norte). El viento se muestra fuertecito, racheado y cruzado de norte, por lo que casi ni sacamos los equipos. Gaspar prueba vela nueva y Leo su nueva vela, también casi a estrenar. Decidimos intentarlo en norte, excepto Gaspar, que de manera ceremoniosa revisa su equipo e instala el acelerador con celo de neurocirujano. Allí lo dejamos y de allí despegó en su vuelo inaugural.

La piedra está en medio de un venturi que obliga a despegar con viento fuerte, ya que lo contrario significa que la ladera no tira.  La gente que lo intenta aprovecha las rachas flojas para salir, y así lo hacen varios de la cuadrilla, si bien otros desisten tras un rato de aguantar la vela a tensión con dos o tres compañeros controlando el borde de ataque. No me gusta ni el sitio, reducido y con muchos arbustos delante, ni  las rachas fuertes por lo que desempaco de mala gana, dejando pasar el tiempo. He aprendido que si no estás a gusto, nadie te obliga a salir .Además, en otro despiste tonto he olvidado la antena de la radio. Al rato me entero de que Andrés (V), camino de Ronda, ha aterrizado en Villalones. así que voy a la recogida. Circulando cerca de donde debía estar Andrés oigo un silbido, paro y doy marcha atrás. Del olivar sale Gaspar, que había bautizado  a su equipo con un cross para que fuera sabiendo lo que le espera, poco palomeo y mucha milla por delante. David de Sanlucar también tomó por la zona, así que regresamos los cuatro. La norma consuetudinaria en parapente dicta que el que hace cross espera a última hora o se busca el regreso por su cuenta, así que, aunque agradecido, no tenía por que haber interrumpido mi día de vuelo, me amonesta Andrés. Me disculpé argumentando que no iba a volar en esas condiciones y le prometí que si se volvía a darse la misma situación... haría lo mismo. Pepe (V) llegó a El Bosque.

Fuimos directamente a poniente y el viento, aun racheado, estaba algo más suave y mejor orientado.Un compañero recién equipado comprueba que su vela le saca del apuro en que se mete el solito, al dejarse atrapar por la fuga de la izquierda. Instalé la radio de Andrés y la dejé con el volumen bajo. Pretensé y a la mínima tregua de las rachas levanté, giré y salí, mientras los de tierra empezaban a gritarme. El estabilo derecho estaba encorbatado y una racha empezaba a subirme y desplazarme hacia atrás. Lo primero, tirar del freno y nada, luego del cordino quita corbatas y tampoco, vuelta al freno, cada vez un poco más atrás, vuelta al cordino, otra vez el freno y por fin se deshizo el entuerto. Intento entaconar el aro del acelerador y no lo encuentro, así que agarro los maillones del mismo y tiro con fuerza, está duro, hasta que empiezo a avanzar y salgo de la vertical del despegue. Por la radio, muy baja, no oía nada. Luego me advirtieron que con una corbata no muy grande como aquella debería haber seguido volando hasta alejarme de la ladera y después tratar de desliarla. También, que hay que revisar bien la vela mientras sube, antes de girar y despegar, no se cómo se me escapó esto. A pesar de que no paré hasta que no se desenredó, no tuve sensación de peligro ni me sentí nervioso, será el atrevimiento de la ignorancia.

En desagravio, me he homenajeado con uno de los mejores vuelos realizados hasta ahora. El espacio empezaba a teñirse de atardecer y un viento generoso disipaba los calores de junio. Para empezar, tome altura encima del despegue hasta cerca de los 1500, mucho más bajo que otros. Allí giré una térmica a casi +4, una proeza para mi. Cuando llevaba media hora cerca del palomar, tiré para el aterrizaje a ver lo que pasaba, y pasó que una termiquita de +1 me subió otra vez a 1300. Volví para recorrer ahora toda la cornisa de norte, volando unas veces por la cresta y otras un poco sobre el páramo. Todo ese largo paredón, marca que indica por donde la naturaleza cortó el mejor trozo del pastel del Mogote, es grandioso desde abajo y desde arriba. Se adivina lleno de vida, habitado por especies voladoras y terrestres en perfecta simbiosis, donde el hombre es un advenedizo al que la bondad animal  permite entrometerse como el que se cuela en una convite al que no está invitado.

En contra de mi costumbre, me resistí a dejar de evolucionar, de este a oeste, por encima del farallón compartiendo espacio con unos pajaracos hermosos que orientaban las ascendencias. Me di cuenta que, tanto si seguía a los pájaros como a Gastón, que andaba a su aire por allí, yo subía. En uno de nuestros acercamientos empezó a silbarme con insistencia, lo que interpreté como una advertencia. El viento sobre el páramo era fuerte y me iba a arrastrar a sotavento. Acordándome del apuro que pasó el compañero, metí acelerador a fondo y salí parsimoniósamente, se ve que la meseta tiene pocos amantes y trata de retenerlos. Para no abusar ni de la tarde ni ahora del lector, hice una par de barrenitas y algún intento de wingover para perder altura divirtiéndome y aterricé de libro en mi colina particular,

En la cerveza de contar mentiras, una mamá de cuatro hijos, el pequeño de un añito que aprenderá a volar antes que a andar, me sorprende cuando me entero que es una experta parapentista en activo. Seguro que el guionista de Superwoman se inspiró en ella.