domingo, 12 de febrero de 2012

Arriba y abajo




Me había ganado un buen día de vuelo después de tres semanas de abstinencia.  Con el Carlos de explorador y sin correos de los senior de mi tribu, contacto con los junior y enfilamos la de Algodonales, siguiendo el olfato atmosférico de Pablete. En Zero, buena movidilla vuelística: Bea la instructora, con la suave voz con la que se les habla a las flores, da teórica a tres reclutas, mis amigos gaditanos estrenan equipos y gente nueva se arrima al olor de los trapos y de los vientos. Liquido con Jota la Licencia Federativa y subimos para poniente en mi viejo Peugeot, que no se merece lo poco que lo cuido.
Poquita gente al principio pero el viento está bueno y bien encarado. David Renault y Pablo salen y suben rápido. Me tomo mi tiempo. Estreno mono paquistaní, hecho para Antonio el bailarín que resalta mi silueta… cervecera, y que me enfundo encima de las cuatro capas que llevaba. Había sustituido los pantalones por unas mallas y me puse además guantes de esquí sobre otros finos. Aun así, noté algo de fresquito arriba.
Despego bien y subo rápido al principio, recorriendo la ladera en las proximidades del despegue. El asiento de la silla está regulado en su punto -una cintas muy baqueteadas que se destensan con facilidad lo vuelven incómodo- y esa es una clave en el disfrute del vuelo. No recuerdo otra en que haya cambiado tantas veces de cota. Lo mismo estaba a cien metros por encima que a cien por debajo, mirando de reojo posibles aterrizajes alternativos. Como otras veces, ese sube y baja me sugiere la incertidumbre de tantos aspectos de la vida, como el ánimo, el amor, el trabajo, el dinero, donde hoy estás alto y mañana por los suelos y al final… todo el mundo "aterriza". Lo mejor, ver cuando vas cayendo y de pronto, un subidón y vuelta a las alturas. Hay que tener confianza en uno mismo y en la suerte. Pues eso, como la vida misma, tú eres tú (equipo material, equipo mental, tu experiencia) y tus circunstancias, la meteo de ese momento. Ortega y Gasset hubiera sido un magnífico parapentista.
La mayoría de los pilotos se concentran  más alto que yo aunque alguno pincha delante del despegue. Otros, como lobos esteparios, suben en soledad hasta cerca de los dos mil, me parece. Un colega hace top landing -el coche está arriba- e inaugura un campo nuevo treinta metros antes de donde aterriza todo el mundo. Desde arriba, le veo desencantar a los cordinos del hechizo de los arbustos. De repente, aunque las condiciones son buenas, me encuentro volando solo. Me dirijo al despegue guardando las distancias con la línea de alta, tú allí y yo aquí, sobre la que hago ochos, demasiado encima del campo. En el último momento se esfuma el viento y, reafirmado por las indicaciones que  Jota me hace por radio, aterrizo en el sembrado que hay tras la valla, con cuyo dueño tengo que hacer tratos de compra, dada mi querencia por ese campito. Bea, con el máximo tono de sargento de hierro que le permite su dulce voz, me hace ver que la mejor entrada es por encima de los árboles, lo mismo que Jota me había explicado tiempo atrás. Gracias por esta clase extra. Pablete me aclara el motivo de la espantada: el frío. Ventajas de ir abrigado.
La subida sentado en la perrera del Land Rover me trae a la memoria las días de insolaciones y laderas del curso de iniciación. Envidia me dan estos nuevos pollos, que con la moda del biplaza no han pateado el cuestarrón de ninguna loma con veinte quilos en coliflor clavándose en el hombro. Pero lo que no se sufre, no se disfruta.
Ana Derqui, hermosa y animada ¡chica más simpática, tú! sigue recuperándose. Salgo el último, con dos intentos fallidos. En uno, el viento afloja y al notar que la vela no me levanta, aborto. En el otro, despego y vuelvo a caer, pillándome sentado. Me avisan de que son las últimas ráfagas. A la tercera va, y empiezo a subir casi fuera del valle. Dejo la ladera siguiendo a Pablo y noto que subo sin hacer nada. Algunos meneos atenuados por el peso, debo ir al límite, me dan confianza. A lo lejos, David y otros se pierden camino de Montellano. Sobre el aterrizaje, Pablo empieza un moderado barreneo que le lleva cerca del suelo, iba por diez o doce vueltas cuando dejé de contar. La calima casi había desaparecido y el contorno aparece limpio, en toda su inmensidad, visto desde nuestro mágico ojo de pez. Algunos intentan el helicóptero y otras filigranas y yo con giros rápidos al plato, emulo a Pablo y bajo en busca del aterrizaje. El viento lo pone fácil, tomando en el campo oficial, con la consiguiente felicitación de los de Zero ¡Hacía ya tiempo! Una preciosa parapentista aterriza después, con la gracia de la gaviota al posarse sobre el malecón, y se gana el beso de un afortunado.
Tras recoger a David en Montellano, a donde llegó finalmente en el remolque de un tractor, no nos consta que se tropezara allí con alguna ardiente moza entre la paja, emprendimos el retorno. Las últimas claridades perfilan las leves colinas de la campiña y un vaho de oro viejo, despedida del sol, nos señala el oeste, por donde habrá de volver el pícaro viento… de poniente