martes, 8 de mayo de 2012

Nubes y claros


Un cielo indeciso en nubes (casi todo el catálogo) y claros nos recibió en poniente el domingo, donde llegamos gracias el coche-patera del Pacomesa. Hacía frío por momentos y, como otras veces, los veteranos las veían venir. Un grupo de alumnos de progresión de  Lijarsur amenizaba la espera, recordándome los todavía recientes tiempos de levantadas, panderazos y vuelta a intentarlo. Aproveché para grabar, con fines científicos, todo un repertorio de despegues fallidos, donde los pies, objeto de mi estudio, adoptan posturas inverosímiles. El aire estaba tontorrón -guarrete en el argot- y costaba subir, tanto que incluso algunos experimentados no lo consiguieron.

Ya de los últimos -me da tranquilidad ver un rato la actuación de los demás- salí con un despegue aceptable. Después de evolucionar cerca de la ladera un tiempo con no mucha altura probé suerte en el valle, por encima del aterrizaje, y fui bajando cada vez más, aunque con intentos de mantenerme aprovechando cualquier alarma del vario. Aun no me he tomado en serio la faena de centrar térmicas y me limito a frenar un poco cuando las atravieso y a dejar que la vela se acelere en las descendencias. No tengo problemas con las turbulencias, ni me inmuto cuando un chupinazo inesperado nos revolea a mí por un lado y a la vela por el contrario. Hice fotos de la tela en vuelo porque me las pidió el comprador. Efectivamente, ayer volé por última mi familiar trapo, que aunque esté de buen uso, toca renovar por cuestión de prestigio social en la clasista (jejeje) sociedad parapentista. Puede que eche de menos esta aeronave (con todas la letras) con la que, amante mimosa y entregada, he compartido tantos ratos de placer y también algunos de infortunio, como la vida misma.

El aterrizaje, en la parcela de mi uso y disfrute fue decentito, sin pegar con el culo. Ya en tierra pude seguir por radio la aventura de Andrés V. y Gastón que, como habían maquinado, intentaban hacer cross hasta Ronda. Para ellos será una cosa cotidiana, un abrir boca pensando en la gran temporada que se aproxima, pero para mí es un sucedáneo de la odisea colombina. Según oía, a 1500 metros se lanzaron a favor del viento y no pararon hasta su destino. En la zona el ambiente estaba relativamente tranquilo, algo animado por los alumnos que hacía campa y se corregían los unos a los otros bajo la mirada de Paco el Largo que parecía dejarlos que aprendieran por si mismos. Parte de la patrulla de Triana remontamos otra vez y nos disponíamos a salir cuando el viento arreció un tanto y le hizo dar un traspiés al Pacomesa, que empezaba la luna de miel con su nueva vela. El mismo viento, con sus respingos, hacia graciosos los intentos de otros.

Cuando se calmó un poco me animé a despegar con una técnica también aceptable y empecé a subir bastante. No pasé de los 1200, que para mí ya está bien sobre todo cuando veía a otros más bajos. Estuve un buen rato disfrutando junto a la ladera, subiendo y bajando, rara vez debajo de la cota de despegue, y sorteando alumnos. Me percaté de lo anárquico que se vuela aquí, donde nadie parece respetar las reglas de trafico aéreo (los que tienen la ladera a la derecha deben pasar por dentro) y donde hay que estar más pendiente de la trayectoria en ruta de colisión de los neófitos que del vuelo como tal. Estuve un tiempo cerca de Paco, cuya vela, al igual que la mía, hacía plegaditas cuando alguna térmica la enrabietaba. Me fijé en el pantano, hoy de un intenso azul turquesa en palabras de Gaspar, y no conseguí sacarle el color pero se veía muy bonito. Si conseguir sacarle una foto. Las recientes lluvias habían restaurado el viejo lienzo de la naturaleza, eliminándole esa patina gris que produce el polvo y la calima, y los verdes lucían muy verdes y los ocres, más ocres. Cuando todavía se volaba bien me dirigí al aterrizaje. Decidí seleccionar un punto de mi parcela y aterrizar en él. Lo hice a unos diez metros de la diana, señal de que voy adquiriendo precisión. 

La tarde se fue aclarando, como si los ángeles del cielo hubieran comprado todo el estocaje de nubes de la mañana, penando que mercancía tan exuberante no se encuentra todos los días. Sobre un manto de grama  musgosa y minúsculas florecillas plegué con todo esmero mi vela, esperando que su nuevo propietario la disfrute. Al regreso apagué la sintonía de la radio y sintonicé con el compañero, con el que practiqué el grato deporte de la conversación sincera e inteligente que, después de la ayuda a los demás, hacer el amor con la mujer de tu vida, y volar en parapente, es una de las sensaciones más gratificantes que existen: barato, sin riesgos y no parece que canse.