miércoles, 10 de agosto de 2011

Otro hartón de volar, y sus enseñanzas.


Estaremos de acuerdo en que haber descubierto un deporte de fin de semana que nos restituya las fuerzas y la moral, es una suerte. No cometamos la locura de dejar esta actividad de locos sanos.
El miércoles hice campa en la ladera porque notaba ya la falta de pericia en los despegues. Con un buen viento de 16 a 20 km/h, alguna racha de más, con su arrastroncito consiguiente, estuve un rato manteniendo la vela arriba. No había encontrado compañía, pero no es bueno hacerla solo. Este miércoles trataré de ir otra vez.
El sábado quedé sobre la marcha con Carlopez en ir a la Escuela, pero Jota venía por la tarde. Coincidimos con el pelotón de los boludos, esa colonia porteña a la que solo le falta la música de fondo de un bandoleón y alguien cantando la cumparsita, parecía que en vez de en el Cortijo estábamos en los arrabales. Buena gente los ché y que bien se lo montan con sus barbacoas. Después me enteré que ellos nada tenían que ver con el secuestro emocional de la moza que comentábamos la semana pasada, el delincuente venía de otra parte. Vayan mis disculpas … y tranquilidad,  no son tan fieros. Organizados, subimos juntos a poniente.
El viento estaba raro, flojo, muy de noroeste y con rachas térmicas. Los dos o tres primeros, oliendo las ascendencias aunque no hiedan a granja, subieron disparados. Leo el mecánico, convaleciente de un esguince severo de un pie, estrenaba vela de acro. Salió después y empezó a bajar como el plomo, pinchando a un kilómetro del aterrizaje. A mi no me fue mejor y apenas me mantuve arriba unos minutos. Empecé a descender y a preguntarme donde tomar tierra, sin quitar ojo de la línea de alta, y vi que llegaba ajustado al despegue, donde aporricé sin pena ni gloria. Estoy pensando de verdad en  reforzar con una lámina de polipropileno la base de la silla y olvidarme de la forma de aterrizar. Rescatamos a Leo, que cojeaba tras cargar 400 metros con su equipo, y volvimos a subir. Los expertos se reían del viento desconcertado con unas subidas hasta 1800, techo del día, y fueron bajando en top landing cuando se cansaron.
La primera hora de la tarde fue una lección práctica de cultura popular argentina, incluyendo la historia del parapente austral. Si estoy un rato más me cambia el acento, pero siguió siendo un rato agradable.
Sobre las seis el viento se orientó decentemente y volvimos a salir. Ahora si que subía rápido, sobre todo en una especie de embudo que hace la cresta a la derecha, donde había un autentico ascensor que te ponía en 1200 o 1300m, no fallaba. Aún así, sigo con la regla de no sobrepasar por detrás la cumbre -ya se encarga Carlos de recordármelo- y no alejarme mucho hacia el lado contrario del aterrizaje. Los más viejos se metían en sotavento, altos, volaban sobre el pueblo, se iban donde les daba la gana, y subían donde querían, yo no pasé de los 1400. Por momentos, unos cimbronazos de los más fuertes que he sentido hasta ahora agitaban el parapente, moviéndome en la silla como a un muñeco de trapo, y dificultando eso del pilotaje activo, aunque se hacía lo que podía: en parte contrarestar, en parte esperar a que se calme. Traté de girar térmicas casi siempre que las intuía por el pitidito, pero debía salir y entrar en ellas contínuamente, dada la paliza que estaba cobrando. En las cercanías estaba Gastón haciendo el helicóptero. No se si será consciente de lo chuchurrida que se pone el ala cuando entra en rotación, da miedo verla. También hicieron vueltas en horizontal, no recuerdo el nombre de esta maniobra.  Logré hacer las primeras fotos desde el parapente, no malas aunque de color algo apagado por el exceso de sol. Cuando el cuello empezó a dolerme, bajé a la altura del despegue para hacer aproximaciones e ir ensayando el top landing. Es divertido sobrevolar el relieve porque se acentúa la sensación de deslizamiento sobre el aire teniendo tan cerca la referencia del suelo. No llegué tampoco a aterrizar arriba, pero todo se andará. 
En lo mejor de la tarde puse rumbo al aterrizaje. Como iba muy alto, me permití unos giros rápidos para ir preparando la barrena, que no tardará en llegar. Entré y salí sin problemas, tampoco fue tanto. Volví a aterrizar de culo, en el último momento me jiño y encojo las piernas, como si la silla del parapente fuera un ultraligero. Leo hizo lo mismo, pero él está medio cojo y tiene justificación. Además, no aporrizó con tanto estilo como  yo.
La velada, de autentica confraternización, a la que se sumó Jota y, como no, el viejo Rouco, mucho más educado en los ladridos. La camarera, un encanto. Otro buen fin de semana. Y otro hartón de volar.

Enseñanzas obvias, pero a tener en cuenta (A corregir o completar por los expertos.
- Al hombre urbano le hace falta un deporte que permita expandirse y estar en contacto con la naturaleza.
- Para volar bien en parapente hay que seguir practicando siempre campa.
- Es mejor no volar nunca solo y es imprescindible organizarse con el resto de los pilotos para los remontes y las recogidas, da igual que sean de otro club.
- Las velas de acrobacia, más pequeñas, pinchan antes.
- Cuando se empieza a descender hay que decidir y calcular pronto la mejor alternativa de aterrizaje.
- Si la técnica de aterrizaje falla, hay que volver a las prácticas de escuela.
- Aterrizar de culo protege las piernas pero castiga la espalda (que es peor).
-  Centrar bien las térmicas requiere técnica y práctica.
- Para aprender a hacer top landing es bueno empezar realizando aproximaciones a la zona de despegue.
- Para aprender a hacer barrenas, es bueno comenzar con giros acentuados y cortos.
- El alcohol, en la comida después del vuelo.
- A veces, el riesgo mayor del parapente está en la carretera, en la ida o en la vuelta a la zona de vuelo en coche, relajado y pensando que el peligro ya ha pasado. 


Aterrizaje de Poniente en Algodonales, junto a la carretera. La línea de alta tensión apenas se ve.