Es el tiempo que le he dedicado al parapente esta semana, otros menesteres me han tenido ocupado de mente y brazos. En el curso serían por lo menos treinta, incluidos los dos profesores. Era grato ver, como en un imposible parlamento político, a pilotos de los tres club, más alguno por libre, escuchado y comentado las sustancias enseñanzas de Jota y las reafirmaciones de su compañero de exposición. Los contenidos, imprescindibles y completos; el estilo, el del colegadetodalavida que te explica por qué esa mujer no te conviene: claro, conciso y convincente.
Se debió tratar de equipos adecuados, de climatología, de centrado de ascendencias, de los mejores puntos de aterrizaje, además de la generación y comportamiento de las térmicas, que fue la parte a la que pude asistir. Aprendí que estas se forman en una zona que se recalienta, se desplazan sobre la superficie -por el camino inverso al de las correntías- y se desprenden cuando algo las estimula, como el paso de una cosechadora, una loma interpuesta, una fila de árboles, la orilla de un pantano, una carretera o el hombro de una montaña. Supe que las ascendencias se inclinan hacia donde va el viento y que no todas llegan al techo. Que cuando se forman cerca de las laderas de vuelo, aparecen por las quebradas del borde y que unas veces están activas y otras se están preparando, por lo que hay que recorrer la cresta volando la ascendencia dinámica hasta que nos topamos con una, de manera esperada y sorpresiva a la vez, como esas güagüas plataneras que circulan sin ruta ni horario fijo pero que todo lugareño sabe donde pillar.
Que primero hay que buscar las señales en el suelo, estudiando los lugares propicios, desnudos y oscuros, y después en el aire: aves planeadoras, estorninos comiendo mosquitos o, si se aprecia, material en suspensión levantado por el remolino, e incluso la delatora pestilencia de las cochineras. Y también los cúmulos, claro. Los buenos son los triangulares con la base hacia abajo, bien definidos y de un blanco brillante. En la parte más oscura de la base se centra la ascendencia. Y nos advirtieron que si están muy deshilachados ya no tiran y sobre todo, que hay que evitar las nubes densas de tormenta y más aún los cumulonimbos, en forma de torre gigantesca. También os dijeron que a veces los cúmulos forman calles paralelas que, desde la altura, se aprecian por su sombra en el suelo. Que esas rutas se pueden interrumpir y entonces hay que girar transversalmente a la de al lado.
Nos describieron cómo la primera vez que saltas fuera de la ladera sientes miedo pero puedes vencerlo apoyándote en otro colega más experimentado que te preceda, y que puedes marcarte una meta cercana, tratando de ir y volver, para así empezar a despegarse de la montaña.
Todo eso explicaron en el breve rato que estuve allí y mucho más me perdí a mi pesar. Animo a otro, estoy pensando en Carlos, a que transcriba la clase aprovechando sus dotes y oficio pedagógico. Con lo aprendido me imagino ya navegando entre morterazos que te catapultan y manotazos que te hunden con intervalos de planeo suave, donde la tela ya calmada te permite oír el leve silbido del viento en los cordinos.