He retomado de lleno la actividad parapentística con cinco o seis vuelos, dos de los cuales han sido un festín de espacio/tiempo por su duración y por el disfrute de moverte en las tres dimensiones -volar es el autentico 3D y no esas pamplinas de las gafitas- con el viento en la cara como única compañía. La peña, calidad humana de primera, no conozco otro ambiente mejor y ya me he movido en algunos. Es difícil poder corresponder a tantas atenciones desinteresadas y a tantas muestras de afecto que me animan a escribir estas cuatro líneas. Se echa de menos a alguna gente, como a Pablo el grande y a María.
Lo primero es lo primero: enseñanzas de los últimos vuelos.
1) He notado mucho la falta de campa, que es esencial. Me siento inseguro en los despegues, lo que supone casi un intento fallido por cada uno bueno. Tengo que retomar el ratito semanal de ejercicios en el campo de la feria, antes de que pongan la calle del infierno. El problema es que vendí el arnés, gran fallo, y la silla que tengo ahora es pesada y engorrosa, con el paracaídas ventral. Puede que en este sitio proteja algo a los compañones del frío y de un impacto traicionero pero esa preñez fraudulenta no anima a la campa. Será cuestión de quitar el nudo y poner un mosquetón para unirlo a la silla, que es como debe ir aunque nadie lo haga. Así podré quitar el paraca para practicar en tierra.
2) Alguna forma física es necesario mantener: 8 ó 10 kilómetros andando al trabajo todos los días que puedo me han permitido subir el repechón del Bosque cargando con un equipo que pesa casi el doble que el de algún colega, eso sí, a pasito lento.
3) El tema de seguridad.- Jota me trajo unas magníficas botas que me pongo solo al despegar y que me quito en cuanto toco tierra. Para andar no son cómodas, pero ya las he amortizado aterrizando sobre un montón de pedruscos en Montellano. Con las normales me hubiera hecho daño y con estas, ni me enteré. También uso sin ninguna molestia unas rodilleras espinilleras que ya me han servido varias veces con tanto despegue abortado y tanto aterrizaje al "rodillazo". No es coña, estoy por diseñar una silla con ruedas ¡No confundir con sillade ruedas, no tengamos mal fario! para aterrizar a gusto. Dos fracasos: la protección de motocrós no sirve para el parapente, mejor usar el peto de hípica que utiliza el colega letrado. Y a mi silla no le entran las sueltas rápidas que me trajo Jota. Cabezón que soy, las voy a meter mediante una delicada intervención quirúrgica en las cinchas, para escándalo del personal experto. Pero creo que se lo que me hago. En cuanto lo resuelva le devolveré a Josín los mosquetones y los enganches del acelerador que tan voluntariosamente me prestó.
4) De los vuelos malos, osea pinchazos, pues que todavía no me quedo arriba si las condiciones no son ideales. En algún caso, he sido de los pocos que han ido para abajo. Deja perplejo ver cómo los colegas parecen levitar más que volar cuando tú pareces sumergirte más que planear. He llegado a pensar que mi vela está podrida, pero alguien entendido me dice que no, que aprenda… pues eso.
5) Hablando de vuelos buenos, he disfrutado de dos de los mejores. A últimos de diciembre en Montellano volé hasta hartarme, en un día de invierno que envidiaría la primavera si se enterara. El viento estaba tan a punto que podía pilotar solo con el peso, abriendo los brazos como la chica del Titanic. Y hoy mismo nos ha sorprendido una jornada que ha ido mejorando hasta ser de las más buenas de esta estación, según los que saben. 1800 mt ellos, 1400 yo. Me he ido atreviendo a ganar altura por la cresta situada tras el despegue y por primera vez me he adentrado hacia el valle, ascendiendo donde ni había viento de ladera ni yo notaba térmica, será la magia del Bosque. Descendí, ensayando algunos giros, cuando no aguantaba más el frío en los dedos de las manos, como el resto del personal.
La única tapa caliente -albóndigas en sala- estaba rica, rica, por lo que he repetido resolviendo la cena como lo hacemos los resolteros. La tertulia, cordial y entrañable, con su puntito guasón y con el viejo Rouco cogiendo al vuelo los cachitos de pan con salsa que le dábamos. A la vuelta, un anochecer pardo rojizo nos regala la vista dejándonos cierto regusto a culpa, unos tantas sensaciones y otros tan pocas.