viernes, 7 de septiembre de 2012

El caso del parapentista evanescente

Luisma testea en tierra la nueva vela de Acro de Pablo
El jueves toca vuelo de entrenamiento, destinado primero a seguir perdiendo el miedo, segundo a conocer mejor la vela y tercero a seguir practicando el centrado de térmicas. Para el primer y segundo objetivos, terapia de choque. Si hay miedo a las turbulencias, pues a volar con aire guarrete. No ha sido de los peores pero la vela ha dado alguna espantada que he reprimido con rienda tensa. He tratado de girar todo lo que se parecía a una términa, de 0.1 para arriba, y cuando me cansé, para descender tuve que rehuir los sitios donde giraban los pajarracos, pues de no haberlo hecho hubiera seguido volando hasta el añochecer. Ensayo orejas, que son o grandes o nada y hay que bombear bastante para sacarlas.
Pedrete Andreu prueba su nueva vela de Acro, un trapo de 22 metros que gira solo con pensarlo de nerviosa que es. Al final de la sesión lo veo hacer una barrena y un SAT como si la conociera de toda la vida. Gastón y Luisma, cada uno a su nivel, andan con los helicópteros -parecía el ataque de Apocalypse now, solo faltaba la Walkiria- y con los HÁA, una variante algodoleña del SAT. Los giris, como aves migratorias sin peligro de extinción, empiezan a volver a Algodonales. Se nota que va a cambiar la estación.

Andrew Brave, en un rato de relajo, me cuenta... El caso del parapentista evanescente

Hace tiempo, me llamó confidencialmente el teniente Pinillos, que recordaba mi fortuita participación en el caso de parapentista desnucado, para pedirme que colaborara con el capitán Toledo, destinado en la sede de la 4ª Zona de la Guardia Civil. Acudí al cuartel de Eritaña, en Sevilla, donde me recibieron de inmediato dos oficiales.
-- Soy el capitán Toledo. Le presento al teniente Aguilera de Asuntos Internos.
-- Encantado, Andrew Brave para servirles.
-- Gracias -contestó Toledo-. Antes de empezar, le ruego que lea y firme este compromiso de confidencialidad.
-- Lo firmaré sin leerlo -dije signando el documento-.
-- Gracias de nuevo. Pertenezco -continuó el capitan- al OPSIVE, la oficina que coordina el Servicio Integrado de Vigilancia Exterior que tiene, entre otros cometidos, detectar las embarcaciones que tratan de pasar el estrecho con contrabando o inmigrantes ilegales.
 -- Ya -le interrumpí- los de los radares móviles de las costas, no los de las carreteras.
--Entre otros dispositivos -me aclaró-. El problema es que se ha producido una fuga de información importante desde mi oficina y aunque tenemos identificado al autor de la sustracción no podemos demostrarlo.
 --¿Podría saber de que información se trata?
-- El cuadrante para todo el  mes con los turnos y puestos de vigilancia  asignados a los guardias que controlan los radares móviles. Con estos datos, las mafias pueden localizar a algún agente corrupto y alijar en su turno. Esta información al detalle no la tienen ni los propios guardias hasta poco antes de empezar el servicio. La mayoría somos íntegros pero en todas partes hay algún garbanzo negro.
-- No entiendo en que les puedo ayudar.
-- Le explico -dijo Aguilera-. El sospechoso es Julián Merino, un cabo que ha estado destinado en la OPSIVE como experto informático y que recientemente fue expulsado por conducta impropia.
 - -¿Y eso? -pregunté sorprendido.
-- Se enamoró perdidamente de una joven marroquí, bailarina de danza del vientre y menor de edad. Pensábamos que la chica trataba de inducirlo a robar información en beneficio de las mafias, como finalmente ha sucedido.
-- Sigo sin entender en que puedo serles útil.


-- Medios, motivos y oportunidad -aseveró el capitán-. Cuando el cabo fue expulsado, se le retiraron los pases de acceso y se ordenó encarecidamente al servicio de vigilancia que le impidiera la entrada. El perímetro está vigilado al igual que los muros externos, con cámaras infrarojas. A pesar de todo, hace dos días descubrimos que alguien había grabado un CD con la información reservada en el ordenador principal. Fue a las 3.30 de la madrugada y se usó el código de acceso del General de la Zona. Estamos seguros de que fue Julián Merino. Resulta que es un avezado escalador, además de paracaidista y parapentista. Sospechamos que penetró desde la azotea, pero necesitamos descubrir como lo hizo y probarlo.

La sala del ordenador estaba cerrada con una puerta que necesita tarjeta y clave, ninguna dificultad para Merino, un hacker actuando desde dentro. Podría haber clonado la tarjeta tras un pase previo por el lector y obtenido una clave grabando las pulsaciones con una microcámara colocada dentro de la lámpara del techo. El acceso al ordenador lo conseguría con el código previamente robado tras lograr consultar el registro de los mismos, todo ello antes de que lo despidieran. Para llegar al pasillo de la oficina había forzado finamente la cerradura de una ventana que daba a un patio interior. Por lo tanto, había entrado y salido por el techo.

La azotea era amplia y larga, con varios ojos de patio, uno de ellos para la parte de oficinas. Observando atentamente,  descubrí junto la pretil de la cara este varios trocitos de lo que parecía un sedal de pesca finísimo y otro algo mayor de una especie de film de envolver alimentos, muy resistente.
- ¿Encontraron algo que les llamara la atención en la azotea, mi capitán? -le pregunté a Toledo-.
- En la azotea no, pero en el ojo de patio apareció una bombona metálica vacía de las que usan para inyectar CO2 y presión a la cerveza, y el encargado de la cantina dijo que no era suya -contestó el teniente Aguilera.
 - ¿Podríamos consultar por internet la dirección del viento la noche de la intrusión?
 - Aquí está, de suroeste, dijo Toledo.
-Creo que ya se como entró en el cuartel. El tal Merino sabía pilotar algo más que parapentes. Mande analizar, por favor, el resto del gas que pueda quedar en la bombona, creo no encontraran rastro de CO2.


Merino confesó finalmente el modus operandi. Necesitó un torno de arrastre de parapentes de los que se conectan al enganche del coche, un equipo básico de escalada, unas buenas tijeras y dos artilugios de fabricación artesanal. Usando film de propileno transparente de alta resistencia, confeccionó un parapente usando de patrón otro previamante descosido, uniendo las piezas por termofusión. Sustituyó los cordinos por sedales de pesca. Del mismo material fabricó un globo lo suficientemente grande para llevar su peso, dotado de una válvula de llenado y vaciado. Después adquirió una botella de helio de globos de fiestas y transfirió su contenido a otra vacía de CO2 para cerveza, intentado que al ser encontrada pasara desapercibida. Con la ayuda de su cómplice, la joven bailarina, entraron en el antiguo campo de aviación de Tablada, desde donde despegó en parapente, arrastrado por el coche con torno. Llevaba consigo el globo plegado, la bombona, las tijeras y el material de escalada. El poco peso de la lamina de polipropileno del globo le permitió volar con la carga.

Con viento a favor, planeó sin problemas hasta cuartel de Eritaña, aterrizando silenciosamente en su azotea sin ser visto. Un mono de vuelo negro y el parapente transparente, casi invisible, lo hizo posible. Conseguido el CD tras rapelar por el ojo de patio,  cortó en trocitos el parapente, lanzando al viento los inocentes retales e infló el globo con el helio, que dejó amarrado al pomo de una puerta. La bombona casi bacía fue depositada en el fondo del patio, usando una cuerda con un lazo que se soltaba desde arriba, para simular un despiste del cantinero. Finalmente, enganchó el arnés de parapente al globo, lo liberó de su amarre y se dejó arrastrar por el viento hasta llegar a las afueras de la ciudad. La cuerda de escalada, cortada a trozos según convenía, le servía de lastre. Descendió abriendo la válvula del globo y fue recogido por la bailarina, a la que le entregó el valioso CD.

Meses después obtuve permiso para visitar al excabo en la prisión militar.
-¿Porqué te metiste en esos líos, con la buena hoja de servicios que tenías, Julián, y el prometedor futuro que te esperaba?
- Por mi afición al vuelo, señor, por mi afición. ¡Cada vez que estaba en los brazos de Yasmina, volaba, señor, volaba!

En el cuartel renovaron las medidas de seguridad y me liberaran de mi compromiso de confidencialidad, por eso te puedo contar este suceso.




domingo, 2 de septiembre de 2012

El caso del parapentista desnucado

Apurando la semana y el mes, repito programa junto a Gastón, llegando el viernes a Poniente de Algodonales sobre las 6 de la tarde. Los locales y algún agregado contemplan indecisos el paisaje desvaído por la calima y el humo de los incendios. Salgo el segundo, aprovechando una rachita, con un pésimo despegue, donde arrastro el culo de la silla por todo el chinarral de la zona. Otra vez, la mala regulación y el peso excesivo en la espalda me sientan antes de despegar. En compensación, subo sin parar hasta sobrepasar los 1500. "La suerte del novato" dirán los que me han visto cómo he salido y no saben que llevo ya dos años en esto. Sigo practicando el centrado de las térmicas tratando de mantener el ala encima de mi cabeza, con aceptable resultado. Algún experto sube hasta 1000 metros más, y se desplaza a las zonas que yo de momento me prohíbo. Pierdo por dos veces la altura ganada y, tras un intento fallido de alcanzar una térmica marcada por los buitres, consigo llegar a mi aparcamiento particular -las ruinas- pensando   en cada momento que me comería los cables de alta tensión, el sitio que más temo en estos parajes. Un vuelo más: sigo ganando confianza y conociendo la nueva aeronave. En el aterrizaje oficial, alguien necesita hablar de lo malnacido/a que es su excónyugue.  Entiendo por qué siente lo que siente y dice lo que dice, esperemos que prevalezca la paciencia a la ira, que de algo han de servir las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia.

El sábado vuelvo a salir desde Niculoso en la selecta compañía de Andrés (Valiente) y Javi Brugarolas, de los Brugarolas de toda la vida. El viento se muestra indefinido y nos aventuramos a levante de Algodonales, donde algunas rachitas vienen más del este que del sur. Javi lleva dos meses nevegando en su barquito velero y confiesa un nudito en el estómago, normal. Despega acariciado por todos los pinitos que delimitan la zona, a los que sortea como Messi antes de marcar, si es que Messi es regateador, no tengo ni idea. Que cada uno pongo su regateador favorito. Pero hace su vuelecito de reiniciación, aterrizando junto a otro cortijo vecino al oficial, mejor conservado, porque el habitual está que da pena y Javier es hombre de buen gusto.
Inicio el vuelo a continuación, con una extraña subida de cinco metros sobre la pista, para descender inmediatamente hasta casi dar un culazo para terminar saliendo a ras de las puntas de los matojos. Recordando un comentario previo de Andrés, vuelo en paralelo a la montaña hacia el extremo este, al que llego perdiendo poca altura y en donde me mantengo sin problemas. En el trayecto, calzo la vela y evito sobre todo las abatidas, y en la medida que puedo los campaneos laterales. Está turbulento, o sea "guarrete". 
En la esquina noreste encuentro "un pepinaco" con el que empiezo a subir, con giros más abiertos de lo adecuado, según me dicen después, para llegar a los ¡dos mil treinta y cinco metros! con ascensos hasta de +4.7, todo un super récord personal. Me sigue Ingnácio, un experto, ágil como un pájaro, que no tarda en darme alcance y al que estorbo en una de mis salidas y entradas en la térmica, que fueron varias y violentas. Solo tuve una plegada de estabilo, que yo sepa. Me impresiona un  poco la altura y decido dar por cubierto el objetivo del día, bajando sin hacer tonterías y disfrutando de las perspectivas. Ignacio, 250 metros más arriba, me invita a seguirlo en un cross pero se me hace pronto para desprenderse de la querencia de la montaña. Andrés, Miguel, y Emi después, llegaron a los 2.500, sin saber muy para donde tirar.

Un joven piloto inicia le vuelo con viento cruzado en la roca.
Aterricé tras una trepada inesperada a 10 metros del suelo, con una jardazo hacia delante y a la izquierda digno de un paradón de gol seguro. Nos remonta Ángel (de San Pedro) tras recoger a Javi de su cortijo señorial. Arriba los de Zero Gravity preparan un concurso ingeniosísimo de bombardeo patatero que no desvelo por si lo quieren repetir. Emprenden marcha hacia el despegue de noreste, un kilómetro a pie, desde donde despegaron y realizaron la prueba.
Después harían su fiesta nocturna, a la que no pude quedarme muy a mi pesar.
En el despegue norte, Adrián, un jovencísimo piloto, hace un planeo a la desesperada con viento atravesado de la derecha, llegando justo al aterrizaje. Volvemos a Sevilla sin volar por la tarde, con el de la mañana ya bastaba. Una bonita puesta de sol nos saluda desde Coripe hasta Utrera.

Previamente, durante la cervecita en el Cortijo, Andrew Brave me comentó el terrible suceso en el que se vio envuelto y de cuya resolución tomó parte activa. Fue...

El caso del parapentista desnucado
Aquel día, cuando ya recogíamos los equipos en el aterrizaje de poniente, alguien preguntó por Perico "Trebujena", que había salido en solitario desde norte y al que hacía rato que se le perdió la pista sin que nadie lo viera aterrizar. No era un día de cross y todos volamos relativamente cerca unos de otros. Unos  colegas dijeron que lo habían visto rascando a la altura de los montículos cercanos al despegue norte, lo que les extrañó porque la zona estaba en la cara contraria al viento y Perico conocía bien el peligro de los rotores en sotavento. Lo llamamos por radio y por teléfono, sin resultado. Antonio "el Grande", Pedro "Topillo" y Curro "Piesplanos" salieron en coche en su busqueda, camino de la vaguada tras la loma sotaventada. A la media hora "Topillo", con voz entrecortada, nos comunicó por radio que Perico estaba en el suelo junto a su vela, aparentemente sin vida. Quedamos conmocionados, pues el bueno de Perico era muy querido por su buen carácter y su simpático acento cerrado. No obstante, alguno dijo que hoy lo había notado más distante que otras veces. Entre el revuelo, alguien llamó al 112, que a su vez dio aviso a la Guardia Civil.


Antes del levantamiento del cadáver, que iba vestido con su conocido mono amarillo chillón, el teniente Pinillos me pidió que le asesorara en cuestiones de vuelo en parapente. Me parecieron extrañas varias cosas: llevaba un casco de ciclismo que a penas le cubría la parte superior de la cabeza; a pesar de estar casi debajo de un árbol, los cordinos no se habían enredado en este; y el cuerpo yacía tendido longitudinalmente, de lado, sin presentar las posturas grotescas propias tras un impacto. El médico dijo que, a primera visa -pendiente la autopsia- la causa de la muerte era la rotura de la base del cráneo, sin que se apreciara ninguna otra lesión en manos, cara, rodillas... Le dije al teniente que aquello no cuadraba pues aquella no era zona habitual de accidentes y, sobre todo, lo de los cordinos en el suelo era inexplicable.

En el cuartelillo, los pilotos fueron interrogados uno a uno y sus testimonios coincidían  en que vieron a Perico volando con aparente dificultad durante algún tiempo  por la cara norte -era fácil identificarle por el mono amarillo y la vela naranja- hasta que desapareció allí a última hora, aunque si hubiera querido podría haber llegado fácilmente al aterrizaje. Piesplanos dijo que, a primera hora de la tarde, vio al finado fumando porros, lo que nos sorprendió a todos porque odiaba el olor de todo lo que humeara. El Grande lo justificó asegurando que últimamente, desde que se separo de su mujer estaba raro. Sin embargo, nadie se explicaba lo de los cordinos ni yo el resto de las anomalías. El teniente Pinillos preguntó que quiénes y por qué habían despegado de norte pues, según yo le había informado, el despegue adecuado ese día era el de poniente. Sólo  Perico Trebujena, el Grande y Piesplanos se habían quedado en el despegue de norte mientras que los demás se habían ido, siguiendo la lógica, al otro. Los dos declararon que finalmente desistieron de volar, pues el viento estaba muy cruzado allí, y prefirieron hacer senderismo hasta el mirador de noreste, aunque Perico se empeñara en salir y lo lograra con dificultad.
No me pude callar y les pregunté que desde cuándo ellos preferían hacer senderismo, con lo poco que les gustaba andar, en vez de darse un buen vuelo. El teniente me miró con suspicacia y ordenó que todos, menos el Grande y Piesplanos, salieran de la sala, para interrogar a ambos por separado. También le pidió a Guzmán el letrado, que ejerciera el derecho de defensa. Tras dos horas de interrogatorio, vimos salir a los sospechosos esposados y con los ojos llorosos. 

En el juicio, el fiscal demostró que Perico Trebujena le pidió a los otros dos que se reunieran con él en despegue norte para hablar, a uno para decirle cuatro cosas y al otro como mediador y testigo. Tuvo una fuerte discusión con  Piesplanos porque Perico había descubierto que su mujer lo engañaba con él y que comenzó a sospecharlo cuando dejaron de coincidir volando y su exmujer empezó a animarlo a venir a volar. Llegaron a las manos y Piesplanos le dio tal empujón a Perico que le hizo caer de espaldas sobre una roca, contra la que se desnucó. Asustados, idearon el plan: simular un accidente. El Grande, con fuerza suficiente para transportar al enclenque de Perico, lo trasladó a hombros, cubierto con una funda boa de plegar parapentes, hasta el lugar donde apareció después, mientras que Piesplanos se ponía el mono amarillo y despegó como pudo con la vela naranja de este, simulando ser Perico. Pasado un rato, cuando el viento se atenuó, aterrizó junto al cadáver, al que le volvió a poner el mono y un casco de ciclismo para justificar la desprotección de la nuca y le colocó la silla con la vela. A continuación se reunió con el Grande, que esperaba en las cercanías, y ambos se dirigieron al aterrizaje como si vinieran de patear la montaña.

Convencieron al jurado de que fue accidental y por eso solo van a pasar siete y tres años -autor de agresión, homicidio y denegación de auxilio uno y encubridor y denegación de auxilio el otro- haciendo volar avioncitos de papel en el patio de la prisión del Puerto de Santa María.