Apurando la semana y el mes, repito programa junto a Gastón, llegando el viernes a Poniente de Algodonales sobre las 6 de la tarde. Los locales y algún agregado contemplan indecisos el paisaje desvaído por la calima y el humo de los incendios. Salgo el segundo, aprovechando una rachita, con un pésimo despegue, donde arrastro el culo de la silla por todo el chinarral de la zona. Otra vez, la mala regulación y el peso excesivo en la espalda me sientan antes de despegar. En compensación, subo sin parar hasta sobrepasar los 1500. "La suerte del novato" dirán los que me han visto cómo he salido y no saben que llevo ya dos años en esto. Sigo practicando el centrado de las térmicas tratando de mantener el ala encima de mi cabeza, con aceptable resultado. Algún experto sube hasta 1000 metros más, y se desplaza a las zonas que yo de momento me prohíbo. Pierdo por dos veces la altura ganada y, tras un intento fallido de alcanzar una térmica marcada por los buitres, consigo llegar a mi aparcamiento particular -las ruinas- pensando en cada momento que me comería los cables de alta tensión, el sitio que más temo en estos parajes. Un vuelo más: sigo ganando confianza y conociendo la nueva aeronave. En el aterrizaje oficial, alguien necesita hablar de lo malnacido/a que es su excónyugue. Entiendo por qué siente lo que siente y dice lo que dice, esperemos que prevalezca la paciencia a la ira, que de algo han de servir las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia.
El sábado vuelvo a salir desde Niculoso en la selecta compañía de Andrés (Valiente) y Javi Brugarolas, de los Brugarolas de toda la vida. El viento se muestra indefinido y nos aventuramos a levante de Algodonales, donde algunas rachitas vienen más del este que del sur. Javi lleva dos meses nevegando en su barquito velero y confiesa un nudito en el estómago, normal. Despega acariciado por todos los pinitos que delimitan la zona, a los que sortea como Messi antes de marcar, si es que Messi es regateador, no tengo ni idea. Que cada uno pongo su regateador favorito. Pero hace su vuelecito de reiniciación, aterrizando junto a otro cortijo vecino al oficial, mejor conservado, porque el habitual está que da pena y Javier es hombre de buen gusto.
Inicio el vuelo a continuación, con una extraña subida de cinco metros sobre la pista, para descender inmediatamente hasta casi dar un culazo para terminar saliendo a ras de las puntas de los matojos. Recordando un comentario previo de Andrés, vuelo en paralelo a la montaña hacia el extremo este, al que llego perdiendo poca altura y en donde me mantengo sin problemas. En el trayecto, calzo la vela y evito sobre todo las abatidas, y en la medida que puedo los campaneos laterales. Está turbulento, o sea "guarrete".
En la esquina noreste encuentro "un pepinaco" con el que empiezo a subir, con giros más abiertos de lo adecuado, según me dicen después, para llegar a los ¡dos mil treinta y cinco metros! con ascensos hasta de +4.7, todo un super récord personal. Me sigue Ingnácio, un experto, ágil como un pájaro, que no tarda en darme alcance y al que estorbo en una de mis salidas y entradas en la térmica, que fueron varias y violentas. Solo tuve una plegada de estabilo, que yo sepa. Me impresiona un poco la altura y decido dar por cubierto el objetivo del día, bajando sin hacer tonterías y disfrutando de las perspectivas. Ignacio, 250 metros más arriba, me invita a seguirlo en un cross pero se me hace pronto para desprenderse de la querencia de la montaña. Andrés, Miguel, y Emi después, llegaron a los 2.500, sin saber muy para donde tirar.
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Un joven piloto inicia le vuelo con viento cruzado en la roca. |
Después harían su fiesta nocturna, a la que no pude quedarme muy a mi pesar.
En el despegue norte, Adrián, un jovencísimo piloto, hace un planeo a la desesperada con viento atravesado de la derecha, llegando justo al aterrizaje. Volvemos a Sevilla sin volar por la tarde, con el de la mañana ya bastaba. Una bonita puesta de sol nos saluda desde Coripe hasta Utrera.
Previamente, durante la cervecita en el Cortijo, Andrew Brave me comentó el terrible suceso en el que se vio envuelto y de cuya resolución tomó parte activa. Fue...
El caso del parapentista desnucado
El caso del parapentista desnucado
Aquel día, cuando ya recogíamos los equipos en el aterrizaje de poniente, alguien preguntó por Perico "Trebujena", que había salido en solitario desde norte y al que hacía rato que se le perdió la pista sin que nadie lo viera aterrizar. No era un día de cross y todos volamos relativamente cerca unos de otros. Unos colegas dijeron que lo habían visto rascando a la altura de los montículos cercanos al despegue norte, lo que les extrañó porque la zona estaba en la cara contraria al viento y Perico conocía bien el peligro de los rotores en sotavento. Lo llamamos por radio y por teléfono, sin resultado. Antonio "el Grande", Pedro "Topillo" y Curro "Piesplanos" salieron en coche en su busqueda, camino de la vaguada tras la loma sotaventada. A la media hora "Topillo", con voz entrecortada, nos comunicó por radio que Perico estaba en el suelo junto a su vela, aparentemente sin vida. Quedamos conmocionados, pues el bueno de Perico era muy querido por su buen carácter y su simpático acento cerrado. No obstante, alguno dijo que hoy lo había notado más distante que otras veces. Entre el revuelo, alguien llamó al 112, que a su vez dio aviso a la Guardia Civil.
Antes del levantamiento del cadáver, que iba vestido con su conocido mono amarillo chillón, el teniente Pinillos me pidió que le asesorara en cuestiones de vuelo en parapente. Me parecieron extrañas varias cosas: llevaba un casco de ciclismo que a penas le cubría la parte superior de la cabeza; a pesar de estar casi debajo de un árbol, los cordinos no se habían enredado en este; y el cuerpo yacía tendido longitudinalmente, de lado, sin presentar las posturas grotescas propias tras un impacto. El médico dijo que, a primera visa -pendiente la autopsia- la causa de la muerte era la rotura de la base del cráneo, sin que se apreciara ninguna otra lesión en manos, cara, rodillas... Le dije al teniente que aquello no cuadraba pues aquella no era zona habitual de accidentes y, sobre todo, lo de los cordinos en el suelo era inexplicable.
Antes del levantamiento del cadáver, que iba vestido con su conocido mono amarillo chillón, el teniente Pinillos me pidió que le asesorara en cuestiones de vuelo en parapente. Me parecieron extrañas varias cosas: llevaba un casco de ciclismo que a penas le cubría la parte superior de la cabeza; a pesar de estar casi debajo de un árbol, los cordinos no se habían enredado en este; y el cuerpo yacía tendido longitudinalmente, de lado, sin presentar las posturas grotescas propias tras un impacto. El médico dijo que, a primera visa -pendiente la autopsia- la causa de la muerte era la rotura de la base del cráneo, sin que se apreciara ninguna otra lesión en manos, cara, rodillas... Le dije al teniente que aquello no cuadraba pues aquella no era zona habitual de accidentes y, sobre todo, lo de los cordinos en el suelo era inexplicable.
En el cuartelillo, los pilotos fueron interrogados uno a uno y sus testimonios coincidían en que vieron a Perico volando con aparente dificultad durante algún tiempo por la cara norte -era fácil identificarle por el mono amarillo y la vela naranja- hasta que desapareció allí a última hora, aunque si hubiera querido podría haber llegado fácilmente al aterrizaje. Piesplanos dijo que, a primera hora de la tarde, vio al finado fumando porros, lo que nos sorprendió a todos porque odiaba el olor de todo lo que humeara. El Grande lo justificó asegurando que últimamente, desde que se separo de su mujer estaba raro. Sin embargo, nadie se explicaba lo de los cordinos ni yo el resto de las anomalías. El teniente Pinillos preguntó que quiénes y por qué habían despegado de norte pues, según yo le había informado, el despegue adecuado ese día era el de poniente. Sólo Perico Trebujena, el Grande y Piesplanos se habían quedado en el despegue de norte mientras que los demás se habían ido, siguiendo la lógica, al otro. Los dos declararon que finalmente desistieron de volar, pues el viento estaba muy cruzado allí, y prefirieron hacer senderismo hasta el mirador de noreste, aunque Perico se empeñara en salir y lo lograra con dificultad.
No me pude callar y les pregunté que desde cuándo ellos preferían hacer senderismo, con lo poco que les gustaba andar, en vez de darse un buen vuelo. El teniente me miró con suspicacia y ordenó que todos, menos el Grande y Piesplanos, salieran de la sala, para interrogar a ambos por separado. También le pidió a Guzmán el letrado, que ejerciera el derecho de defensa. Tras dos horas de interrogatorio, vimos salir a los sospechosos esposados y con los ojos llorosos.
No me pude callar y les pregunté que desde cuándo ellos preferían hacer senderismo, con lo poco que les gustaba andar, en vez de darse un buen vuelo. El teniente me miró con suspicacia y ordenó que todos, menos el Grande y Piesplanos, salieran de la sala, para interrogar a ambos por separado. También le pidió a Guzmán el letrado, que ejerciera el derecho de defensa. Tras dos horas de interrogatorio, vimos salir a los sospechosos esposados y con los ojos llorosos.
En el juicio, el fiscal demostró que Perico Trebujena le pidió a los otros dos que se reunieran con él en despegue norte para hablar, a uno para decirle cuatro cosas y al otro como mediador y testigo. Tuvo una fuerte discusión con Piesplanos porque Perico había descubierto que su mujer lo engañaba con él y que comenzó a sospecharlo cuando dejaron de coincidir volando y su exmujer empezó a animarlo a venir a volar. Llegaron a las manos y Piesplanos le dio tal empujón a Perico que le hizo caer de espaldas sobre una roca, contra la que se desnucó. Asustados, idearon el plan: simular un accidente. El Grande, con fuerza suficiente para transportar al enclenque de Perico, lo trasladó a hombros, cubierto con una funda boa de plegar parapentes, hasta el lugar donde apareció después, mientras que Piesplanos se ponía el mono amarillo y despegó como pudo con la vela naranja de este, simulando ser Perico. Pasado un rato, cuando el viento se atenuó, aterrizó junto al cadáver, al que le volvió a poner el mono y un casco de ciclismo para justificar la desprotección de la nuca y le colocó la silla con la vela. A continuación se reunió con el Grande, que esperaba en las cercanías, y ambos se dirigieron al aterrizaje como si vinieran de patear la montaña.
Convencieron al jurado de que fue accidental y por eso solo van a pasar siete y tres años -autor de agresión, homicidio y denegación de auxilio uno y encubridor y denegación de auxilio el otro- haciendo volar avioncitos de papel en el patio de la prisión del Puerto de Santa María.
Menudas chapas!! No te vuelvo a leer.
ResponderEliminarGracias por haberlo hecho hasta ahora. Si escribes algo mejor, mándame el enlace, que estaré encantado de leerlo.
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