Quince días sin volar son muchos días, casi tantos como de abstinencia en lo que más guste, a saber cada uno. Los hay que no pueden resistirse a hurgarse en la nariz, que por cierto, puede ser hasta terapéutico. El sábado, contra el plan previsto, me uní a un selecto grupo de Sevillanos (Andrés, Gaspar y Leo) camino de el Bosque, sin saber si el viento nos dejaría volar. Los expertos se quedaron abajo, en el despegue de las delta y el prudente y el neófito subimos al de arriba. Descubrí una nueva ruta de acceso pues si en determinada bifurcación tomas la que va hacia abajo terminas en la parte inferior del repechón de la subida empinada, para empezar de nuevo a escalar. Es paralelo al camino, menos cómodo pero más pintoresco: si alguien quiere lo acompaño... sin cargar con la mochila.
El viento racheado y cruzado por momentos nos hace dudar. He aprendido que lo mejor es preparar y esperar a que baje la intensidad. Reviso los cordinos a conciencia, una segunda corbata seguida sería de imbéciles. Le he tomado el tranquillo a los despegues con viento -tocaremos madera- y hoy salgo bien, dirigiéndome a las piedras de la izquierda a la vez que subo hasta los mil, que fue lo más alto que estuve. La atmósfera estaba "guarrilla" con constantes plegaditas de estabilos que no me preocupan. El exceso de peso -hoy llevaba hasta los cargadores de la radio y el vario- no me dejará subir, pero asienta la vela un montón. Un par de alumnos avanzados de Lijar Sur vuelan constantemente por encima mía, lo que mosquea un poco, no por la escuela, sino por ser ellos de escuela. En cierto momento, uno se mete en el venturi de en medio y le cuesta salir. Empiezo a entender: si a la falta de habilidad para aprovechar las térmicas se une el exceso de peso y la evitación de las zonas prohibidas (fugas de los extremos, venturi y la parte posterior de la montaña) me autolimita para subir. Se que podría seguir la vertical de la cresta sin meterme en los rotores, pero no me fío de las rachas, aunque llevo siempre el acelerador preparado. Los otros tres de la cuadrilla andaban perdidos por esos cielos de Dios, incluyendo a Gaspar, que tardó en despegar pero cuando lo hizo subió rapidísimo y para atrás como los cangrejos, tal era la fuerza de la racha. Enseguida estuvo a la altura de los otros, en esos espacios al que solo tienen acceso los iniciados, que en esto del vuelo la estratificación social es bastante literal: unos arriba y otros abajo. Hago un intento de salir al valle pero no encuentro nada. Al segundo, tampoco, así que me dispongo a aterrizar mentalizándome para usar los pies, viendo como Gastón me adelantaba en el descenso barrenando hasta casi taladrar el suelo como un sacacorchos, para luego no tocar tierra y volver a subir, seguro que hay pacto con el Diablo por medio. Tres vueltas a los frenos, manos al fondo y en el último instante, culazo que te crió. Definitivamente, creo que es fobia a cargar mi rodilla izquierda -la del accidente de moto de cuando tenía 20 años- además del vicio de aterrizar con ultraligeros. Andrés y Leo, que lo vieron, no entendían porqué no saqué los pies. Muy buen vuelo, de todas formas.
A las siete, vuelta para aprovechar la restitución. Me inclino por la subida clásica, una vez explorada la alternativa, esta pierde interés, y sigo a Gaspar como perrillo faldero. Abajo quedaron Gastón Andrés y Leo, junto a un par de alas delta. Uno de los pilotos de estas era casi septagenario, diría yo.
Toda la promoción de Lijar Sur estaba arriba, no se cabía, pero cuando pido pista, me hacen sitio. Vuelvo a despegar bien, aunque solo noté presión al final de la carrera, quizás la racha bajó demasiado. Esta vez pretendía subir al crestón de la derecha, así que cuando tomé altura en la de la izquierda, la fui sobrevolando. Localicé a Leo y por radio le dije que intentaría seguirle, a ver así pillaba alguna térmica. Nos adentramos en el valle, yo debajo y detrás, parecía estar remolcado por un cable invisible. No tuvimos suerte y nos volvimos con doscientos metros menos, como si mi torpeza hubiera lastrado su vuelo. Andrés me dijo por radio algo de la cresta, entendí que no la sobrepasara, aunque era justo lo contrario, pues ya no habían rachas y podría subir mejor encima de ella. Hice algunas fotos, sobre todo de Gaspar. Cuando el sol estaba más bajo de lo acostumbrado giré hacia el valle y en lo alto del campo de aterrizaje vi algo asombroso. Un parapente cubría casi la mitad del único árbol que había allí. Después he hecho el cálculo considerando el tamaño aproximado de la finca, y la estadística es de una posibilidad entre once mil ciento once de que alguien aterrice en ese árbol con los ojos cerrados. Algo habría pasado que me llamaba poderosamente la atención. Volví a tomar tierra con mi técnica personal, estoy por vender la botas y volar con chanclas, para lo que me sirven.
En la larga espera para la recogida, movido por la curiosidad localicé al piloto del árbol y esta es su historia, contada de su propia boca.
"Yo nací en la Argentina, che, hijo inesperado de mi madre y de su cuarto marido. Mis hermanos, mucho más mayores, se criaron juntos, compartiendo bandoleones, chirusas y cumparsitas. Yo siempre anduve yeta y orbitado, pues mi mamá solo tenía ojos para su quinto y su sexto marido. Mi único refugio era un árbol triste y solitario como yo, en plena Pampa. Me hice una casita en sus ramas y allí me pasaba las horas y las horas, viendo desde lo alto cómo los gauchos lanzaban las boleras desde sus caballos a galope tendido. Un día de tormenta, un rayo punga me partió el árbol y a mí el alma, vos no podéis imaginar lo que sufrí. Desde entonces, mi anhelo, pibe, fue encontrar a su hermano gemelo, pues cada cosa en la naturaleza tiene su replica en otro sitio, eso me enseño un sanador mapuche que me curaba unas cagaleras, con perdón.
Estuve meses y meses navegando por Google Earth, hasta que lo encontré. En un lugar del sur de España había un rancho grande con tres árboles juntos a un lado, y uno solitario, pequeño y cachuso al otro ¡entedés, che, la analogía! Era mi propia historia. Decidí que tenía que ofrecer lo mejor de mi mismo a ese hermano, a ese otro yo. Cómo no tenia plata para venir a España, dejé a mi familia y me hice pasar por nieto de desaparecidos para sacar gita. La abuela a la que le hice la mula me decía -¡en lo demás no os parecéis en nada, pero los ojos son igualitos, igualitos!
Me acordé de los atentados de las torres gemelas y tracé mi plan. Iba a hacer lo mismo pero al revés, en vez de destruir, construiría. La aeronave ideal, un parapente, porque además de ultraliviano su vuelo es limpio y puro y mientras se desliza, sus telas pueden recoger toda la energía que fluye de la madre tierra hacia la atmósfera, ¡que mejor ofrenda que el abrazo de un parapente! Localicé una escuela del lugar y tomé un curso. El instructor me decía-¡Pero antes de hacer aterrizajes de precisión, tendrás que aprender a despegar, no! -Que no, que no, que solo me interesan los giros y acertarle una torre, digo a un árbol. Me costó una trabajera convencer a la Guardia Civil de que no era un terrorista. -¡Yo solo mato de amor, señor agente!
Y después de muchos ensayos en otros lugares para no dar pistas, llegó el gran día. Me había duchado con esmero para purificarme y me había vestido con ropa de algodón teñido con tintes naturales. Invoqué a la Energía Cósmica y me fui al aire concentrado en mi misión. Allí estaba la finca, tal como la había visto en sueños tantas veces. En un extremo, los tres árboles mayores, engrupidos y fuleros, y en el otro, mi árbol, cachuso y solitario. Me fui aproximando haciendo ochos y cuando ya casi lo tenía al alcance, una racha traicionera desvió mi trayectoria. En el último instante, sacando fuerzas no se de donde, hice un giro extremo y conseguí que al menos parte de la vela abrazará a mi arbol, a mi otro yo. La misión estaba cumplida.
- Y ahora que va a ser de tu vida, ***** .(omito el nombre por discreción).
- He encontrado mi destino. Desde ahorita mi laboro consistirá en encontrar a todos los árboles solitarios del mundo y y darles mi abrazo de solidaridad.
- Pues ánimo, porque en el Amazonas habrá cada vez más árboles así".
Ruta probable que siguió el hombre que abrazaba a los árboles
La vuelta, ya tarde, con la sensación, como dijo Gaspar, de traer limpia el alma.