jueves, 26 de julio de 2012

El aliado

El jueves pasado tras la siesta me acerqué por Algodonales, donde ya estaban Rafael "Canalsur" y David "Sanlucar" entre otros. Subí con ellos a un Poniente de viento más que alegre y con arranques racheados que invitaban a la prudencia. He comprobado que el rito de la preparación, con el mismo ceremonial con que el cura se viste para la misa del Corpus, atempera la ventolera: primero las botas -solo las uso para el momento del vuelo- luego los protectores de rodillas y piernas, coderas, mono o ropa de abrigo, radio en el lateral, etc... todo un procedimiento que, seguido paso se convierte en una rutina cómoda. Para cuando he terminado, las ventanas de desegue ya se han definido. Fue un vuelo interesante, no muy alto, siempre cerca del palomar, lo no proorciona la tranquilidad para disfrutar del paisaje o tomar fotos. He de reconocer que, como todos los españoles, tengo el estómago revuelto por la indigestión de "la prima" , que esta vez no me ha curado ni la sesión de vuelo.
Cómo llegué tarde, bajé pronto. Rafael me había dicho que se podía subir andando desde las ruinas hasta Poniente, una hora de camino. Aterricé sobre un campo de cardos resecos -u otras plantas igual de pinchudas- que prolongaron la plegada. Cuando emprendí la marcha campo a través, mochilón a la espalda, un sol ya dorado por su caida empezaba a lamer el horizonte. En el kilómetro 3.5 escondí la mochila y empecé a subir ayudado por los bastones -buena idea de Carlos López- con la energía de quien le van a borrar el camino en cuanto se vaya la luz. Detrás de cada última curva, una cuesta y después, otra curva más, y después otra cuesta, en un paraje que se ensombrecía por momentos. Llegué al despegue con noche casi cerrada y la línea entre cielo y tierra apenas silueteada por los estertores del atardecer.
El domingo repetí el programa, ir solamente por la tarde dejando la mañana para la parentela. El primer alegrón fue ver a Carlos en la montaña, aun no en vuelo pero de buen ánimo. Pronto nos estará marcando la senda de nuevo. Posteriormente nos regaló una serie de sus maravillosos fotomontajes parapentísticos cuyo enlace me permito copiar: https://picasaweb.google.com/
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VuelosDeVerano2012
El resto de la cuadrilla, Andrés, Pacomesa, Pepe, Gaspar... ya habían tenido su experiencia tridimensional mañanera con desigual fortuna, la mayoría buena. Las madres, como los curas y la Guardia Civil, siempre están de servicio y la allí presente me regañó con cariño por dejar mi vela al sol. Tenía razón, y la tapé con la silla hasta que el viento, malcriado como hijo único de padres viejos, nos fue permitiendo despegar. Llegué a estar a 200 metros por encima, bueno para lo que acostumbro, y disfruté esta vez del vuelo, haciendo alguna incursión al valle para intentar cazar y centrar térmicas. 
Seguí a los pajarracos, más numerosos que otras veces, y me aproximé al despegue ensayando el toplanding. Esta vez conseguí dejar a la prima de riesgo en casa. Descarté las ruinas y me dirigí al campo tras el despegue oficial con tanta desconsideración al fuerte viento reinante que cuando giré para aterrizar me quedé clavado, algo lejos del punto previsto. Iba directo hacia un zarzal pero el gradiente me permitió avanzar un poco, sin llegar a la barranquilla de delante. Esta vez la excursión fue por la dehesa, loma y vaguada incluidas.  
En el campo de aterrizaje aprendí del "holandrés" que si tiramos de las telas unidas por una costura y el hilo de esta no vuelve a desaparecer tras la tracción, el material ha perdido sus propiedades elásticas. La cena, sustanciosa para el que quiso, fue un buen encuentro, ensombrecido por una expresión que cada vez suena más: "habría que fusilar a unos cuantos". Lo que se dice medio en broma puede llegar a suceder y, muy posiblemente, termine siendo "ajusticiado" alguien cercano al que lo ha dicho, si no él mismo. Igual sirve para la guillotina, que la guerra civil y la revolución francesa ya son historia. ¡Qué enseñarán en las escuelas! Con estas cosas no se bormea.

En la sobremesa, mientras los demás explicaban la crisis, una reputada campeona me confesó su secreto: había domesticado a un águila para que le localizara las témicas.
"-¡Venga ya, no te quedes conmigo! - Que sí, pero no se lo cuentes a nadie que me podrían descalificar, aunque el reglamento no lo prohibe expresamente. - Prometido, pero, a ver ¿De que va esto?
Es una larga historia. Yo nací en una aldea perdida en la serranía, donde mi padre era pastor de día y furtivo de noche. Mi madre había fallecido al poco de parirme y me crió Silveria, una vecina con fama de bruja que lo mismo hacía de partera que libraba del mal de ojo. Con luna llena, desaparecía dos o tres días y a su vuelta se mostraba trastornada y ausente durante un tiempo. Mis primeras sangres, con doce años, coincidieron con el plenilunio. Ese día, mi nodriza me llamó con misterio y me dijo que ya estaba preparada para conocer su secreto. Aprovechando que padre se iba por unos días a la feria de ganado, Silveria preparó un atillo y salimos al oscurecer monte arriba. Subimos por senderos y trochas sin descanso durante mucho tiempo y cuando ya no podía más, llegamos a una cueva a la que accedimos por una gatera disimulada tras un lentisco.
Dentro el espacio se abría y la luna inundaba la estancia a través de una apertura en la parte superior, a modo de tragaluz. Sin preámbulos, Silveria me dijo que íbamos a iniciar un rito de invocación a las fuerzas de la naturaleza que me daría un poder sobre ella, y que este sería según mi deseo. Sin saber que pedir, me dejé guiar por la hechicera que me desnudó, hizo tenderme sobre el suelo de roca y me cubrió el cuerpo con un paño rojo. Luego me rodeó con siete velas negras, cuyo penetrante humo causaba una sensación placentera. Se situó detrás de mí y empezó a salmodiar una letanía en un lenguaje extraño que mezclaba palabras desconocidas, latinajos y graznidos de alimañas. Cuando la luna se situó justo en medio de la claraboya, su luz recortó el perfil de un ave inmensa que descendió aleteando suavemente, hasta posarse en lo alto de mí, apoyando cada una de sus patas engarradas justo donde más temía, para mi espanto. A  pesar de las afiladas garras, parecía procurar no hacerme daño, por lo que su peso era soportable. Mientras, Silveria, en estado de trance por el humo de la velas y otros cigarros que fumaba, danzaba a mi alrededor y untaba mis brazos y las alas del pájaro con una pócima que había preparado, que además de lo típico -sebo de vela negra, unto de gato del mismo color, salivajo de sapo, semen de ahorcado, etc- debía contener algo de mi propio flujo menstrual, ya que me había pedido un paño intimo usado.  En el climax de la ceremonia, el pájaro extendió sus alas en paralelo a mis brazos en cruz . Fue bajandolas hasta que brazos y alas fueon una misma cosa. Luego, el animal me dió un picotacito en mi frente y sorbió un poco de la sangre del rasguño. Finalmente, a una orden de la sacerdotisa, plegó sus alas, descendió y se acurrucó sumiso a mi lado, invitándome con la mirada a que lo acariciara. Mi deseo era que aquel ave que surcaba el cielo tan majestuosamente, me ayudara a mí a hacerlo, pues volar como las águilas y los ángeles era mi mayor anhelo.
Desde entonces mantenemos una complicidad telepática. Cuando despego, sin que tenga que decir nada, aparece y me localiza las mejores térmicas, volando en círculo sobre ellas,  según la ruta que me convenga. No necesito ni vario ni instrumentos. Solo una vez revoloteó en un sitio sin térmica y fue para marcar el punto donde un colega, apenas visible desde el aire, yacía mal herido tras un mal aterrizaje de emergencia.
- ¡Increible!  ¿Y te ayuda en algo más? -Bueno, cuando estoy muy desesperada por no encontrar nada para ascender, apoya su cabeza tras mí silla y me empuja batiendo sus enormes alas con fuerza,  para no pinchar antes de tiempo. No consige hacerme subir pero si mantener la altura, hasta que intuye una térmica y va a buscarla. - Y, por ejemplo, ¿Es capaz de sobrevolar a un tipo guapo, cariñoso, rico y sin compromiso, que pudiera ser un buen partido para ti? - Más quisiera yo, pero eso no lo sabe hacer, ¡como en su momento no expresé ese deseo! Si aún viviera la Silveria, le pediría que volviéramos a la montaña para repetir la ceremonia cambiando las condiciones.

He oido historias asombross de las que no he tenido por que dudar, pero este caso me parece que es solo afan de protagonismo de la señora. Tengo la impresión de que gana campeonatos por que es buena ¡ni águila ni nada! Quizás un buen psicoanalista pudiera entender lo que hay detrás de estas fantasías. 

martes, 24 de julio de 2012

Ave Fenix

El fin de semana anterior se cerró sin despegar los pies del suelo a pesar de cargar con el mochilón dese el viernes al domingo. La playa lo acaparó todo y Vejer de la Frontera, único sitio que quedaba cerca, no se puso cuando pasé por allí. Cómo sucedaneo, unos ratitos en mi vieja loma de el Balcón de Andalucía, entrando por Castilleja de Guzman, que me deparó un par de buenos atardeceres de campa, tan  necesaria y gratificante a la vez. He avanzado en el control de la vela en tierra, donde la mantengo arriba por un tiempo percibiendo sus movimientos casi sin mirar, aunque no me resisto a controlarla visualmente por el rabillo del ojo. El viento estuvo alegre en ambas ocasiones y, la verdad, recordando los arrastrones propios y las historias trágicas de otros estampándose la sesera contra las rocas, no he dejado de sentir miedo hasta el momento de la levantada. Una vez arriba, esa muñeira desangelada que hay que bailar cuando queremos mantener la vela en alto, cuyo ejemplo más gráfico fue el vídeo grabado por Gaspar a Andrés Suárez (el Valiente) en que no se sabe si el piloto sigue a la vela o la vela baila al compás del piloto. Eso iba a ser todo cuando recibí, in situ, la visita de Francesco de la Tavola, ese cavaliere con el que coincidimos frecuentemente y que, me confesó, escondía la siguiente historia, que tiene su comienzo precisamente en el lugar en el que nos encontramos: la loma del Balcón de Sevilla:

"Yo sabía que no se puede volar aquí porque  esta zona corresponde a la senda de planeo de los aviones comerciales cuando aterrizan en San Pablo. Pero vine con la intención, como tú hoy, de hacer campa y si se ponía a tiro, dar un planeito. Ese día el viento venía de poniente, por lo que me dirigí al cerro de enfrente, el que está coronado por los árboles, para aprovechar la ladera oeste. Los aviones no entraban por allí porque tendrían el viento a favor, pero si podían despegar en esa dirección, como efectivamente ocurrió. Tras un rato en tierra viendo como mi nueva vela cada vez se mnostraba más dócil en mis manos, decidí tomar carrera y dar un saltito, con tan aparente buena fortuna que una súbita ráfaga me elevó más de los previsto. Eran las seis de la tarde de un día caluroso y, nueva casualidad, una térmica imprevista me siguió subiendo hasta una altura considerable. Cuando empezaba a disfrutar de mi proeza sentí a mis espaldas un zumbido creciente, finalmente ensordecedor que terminó con una violenta sacudida, que puso la vela delante y debajo de mi, seguida por un tironazo bárbaro que solo puede comprender cuando vi el inmenso vientre de un Boeing 747, al que me mantenía unido por el parapente enganchado del extremo superior del timón de dirección, al que se fijaba en un saliente -una sonda o una antena- que le impedía soltarse.

Tras los primeros momentos de confusión puede estabilizarme, dejando de dar bandazos, y hacerme cargo de mi situación, a pesar de que un viento fortísimo me quemaba el cuerpo entero. El avión ascendía mientras ponía rumbo sur y a los pocos minutos vislumbré el estrechó de Gibraltar y las imponentes montañas del Atlas, en el norte de Marruecos. A medida que el avión subía y se aproximaba a África, el aire se hacía más irrespirable y la presión mayor hasta sentirme desfallecer. Cuando iba a perder el sentido, un súbito desgarrón de la flamante vela me liberó de mi nodriza y empecé a caer como una hoja... de plomo. Mi instinto de supervivencia me hizo tirar el paracaídas  al observar acercarse las cumbres nevadas. 

Desperté, dolorido y confuso, en la penumbra de una habitación grande y fresca, con el sonido de unos acordes árabes de fondo. Me parecía haber dormido días enteros. Un hombre con ropa occidental, gafas sin montura y fonendo al cuello me tomaba el pulso y hablaba en árabe con unas bellísimas jóvenes que estaban al lado. Después, en un inglés de colegio, se dirigió a mí. -How do you feel? Are you in pain? -Perdone, soy español. -¡Ah, paisa! ¿Te duele algo? Tu estás bendecido por Allá, el Magnánimo, tienes mucha suerte; ¿De donde has caído? Recordé mi forma de entrada y decidí ocultarla, resultaría increíble. -Estaba practicando parapente en estas montañas, mentí, y una corriente rompió mi vela y me arrastró hasta aquí. Gracias por su ayuda. -No me agradezcas nada, estas bajo la hospitalidad del jeque Abdulláh, señor de estar tierras, y bajo la protección de su Majestad el Rey de Marruecos. El galeno se retiró haciendo una reverencia al personaje que llegaba, un venerable anciano vestido con una chilaba de terciopelo verde, seguido a dos pasos por una no menos respetable señora.


-¡A sí que eres español! No piso la península desde que luché en la Cruzada de Liberación, a las órdenes del Caudillo. No se si eres un enviado de Alláh o un infiel que ha profanado mi harén. Ante la duda te dejaré que vivas y que y que goces de este paraíso en la tierra, pero si tengo pruebas de que eres un enemigo, mandaré cortarte el cuello después de arrancar tus atributos. -Oh, señor, juro por Dios, digo por Alláh, que no era mi intención molestarle. Si me lo permite, saldré de aquí ahora mismo. -¡Eres un ingrato, cristiano! Acaso desprecias mi hospitalidad. Te digo que goces de nuestro jardín de Alláh representado por estas beldades. ¡Fátima, Yasmina! -ordenó el anciano dirigiéndose a dos jóvenes- haced que este hombre honre al Profeta tras conocer vuestras virtudes. Y tu, infiel, compórtate con mis dos esposas como si fuera yo mismo, que a mi edad prefiero testaferros para ciertas cosas. Confundido y expectante, me dejé guiar por las púberes, que no creían en la suerte de yacer con un varón tan atractivo como yo, hacia una alcoba anexa. Cuando me tendía en el lecho, se acercó la mujer que acompañaba al jeque, ante la cual, las muchachas se inclinaron y, a una orden suya, se retiraron presurosas. 

- Soy Amira, la primera mujer del ABdulah. Abstente, joven, de tocar a ninguna de sus esposas, ya que después no vivirás para contarlo. Ya les ha ocurrido a tres italianos y a dos franceses. Nadie puede vivir para desvelar que el Jeque es representado en estos trances. Solo yo puedo otorgarte mis favores y si cumples bien, podrás salir de aquí a salvo y cargado de presentes. Ven esta noche a mi estancia, retocemos un rato y al amanecer te embarcaré en una goma -bote neumático de contrabandistas de hachís- que atravesará el estrecho con un cargamento y te dejará en los alrededores de Tarifa. - Gracias, Amira, será un placer. ¿Podría pedirte un favor? ¿Haz que reparen mi vela, que me es muy querida? -No se para que la necesitas, pero yo misma me encargaré, pues en mis ratos de asueto, que son muchos, me entretengo con la costura. - Gracias de nuevo, procura que quede como nueva, sin que pierda la forma cuando la hinche el viento, por favor. 


Me quedé solo y aproveché para salir al inmenso patio donde, en una especie de taller aledaño, tres objetos llamaron mi antención: mi silla de vuelo, una bomba de agua portatil movida por un motor Solo (usado también en paramotores) y un aerogenerador pequeño, cuya hélice estaba desmontada. Se me encendió la mente y, con un par de llaves, desacoplé la bomba, dejando el motor unido al soporte, y corté con una segueta la parte sobrante de ese soporte. Después probé acoplar la hélice al eje del motor y lógicamente, no coincidía. Busqué la broca apropiada y agrandé el agujero de la hélice hasta que se acopló bien . A falta de pasador para fijarla, le apliqué un bote entero de Loctite a la unión del eje y la hélice. En esto llegó un sirviente que, receloso, me preguntó si necesitaba algo, a lo que le contesté que estaba construyendo un ventilador para refrescar el patio y hacerlo más agradable a su señor, en señal de agradecimiento. Se fue satisfecho, lo que me permitió seguir  acoplando toda la estructura -motor, depósito y hélice montados en el soporte- a la silla, para lo que le eliminé el airbag e improvisé una bancada de unión, usando los restos del soporte de la bomba. Anochecía cuando terminé mi paramotor modelo Ave Fenix.

Tras una rápida ducha, me dirigí a cumplir mi promesa, con la lívido por los suelos. -Toma, mi amante cristiano, aquí tienes tu vela cosida, dame ahora lo que acordamos. - Gracias, señora,  pero déjame un instante que la levante al viento para ver cómo ha quedado. -Bien, pero no tardes, porque si no quedo satisfecha, seré yo quien te desgarre lo que no te sirva conmigo. Entonces lo vi claro, ni quería perder los compañones a manos de la señora, ni la libertad por narcotraficante. Parsimoniósamente, me coloqué el paramotor improvisado, enganché la vela y, ante la mirada atónita de esposas, concubinas y criados, arranqué y despegué a la carrera saliendo desde una punta del patio y rozando el tejado del palacio al abandonar el lugar. Detrás, con voz desgarrada, la señora decía: -Vuelve, maldito infiel, cumple lo acordado o no tendrás agujero donde esconderte.

Un viento de sur me empujó hacia la península y, muy cerca de la playa, se agotó el combustible. Nadé los últimos metros y traté de convencer a la Guardia Civil, que me sorprendió cuando vigilaba un alijamiento, de que no era un narco. -Me dormí con la caña en las manos, señor agente, y me caí del bote. Ahora vivo aterrado. Cada vez que veo a alguien con pinta de marroquí me temo que sea un esbirro de Amira, que me quiere llevar de vuelta al harem para que cumpla lo prometido o pague si no lo hago".

No se si serán reales estos hechos pero Francesco nunca nos ha mentido antes, salvo extrema necesidad, por lo que, aunque no verosímil, puede que lo narrado sea verídico.

Después he realizado un par de vuelos, donde han sucedido cosas interesantes y me han confiado aventuras aún más sorprendentes, pero eso queda para otra entrega.