Sábado en poniente de Mogote
Nueva sesión de terapia de choque. El primer vuelo del sábado, breve para mí y para los que salen antes, dos biplazas con los de Zero Gravity y Javi de Sanlucar. Una termiquita precoz nos engañó, como si fuera un señuelo del bufón de los vientos. Un +0.7 y para abajo. En el segundo vuelo batallo durante cuarenta minutos con meneos y térmicas que se me antojan desabridas -"exaborías" diríamos aquí- cuyo gestos más malajes fueron un súbito subidón de +4 y una plegada de un tercio de ala a la que ayudé a salir bombeando, pero sin más consecuencias. El aterrizaje fue movidito, con una subida de cien metros a apenas treinta del suelo. Otros más expertos comentaban sucesos parecidos. A ver si el cambio climático está alterando la armonía de los vientos de Algodonales.
Para más detalles, les recomiendo la magnífica crónica de Pepe Retra en
www.amigosparapentesevilla.blogspot.com
Esperando la templanza del viento |
Martes en norte de Mogote
El martes me embarqué en la furgopatera de Manu -una magnífica Volkswagen que me trae buenos recuerdos- que nos llevó amablemente hasta Mogote norte, en cuya roca un numeroso grupo de gíris y nacionales esperábamos a que el viento se cansara un poco. Salí ya de los últimos -es la primera vez que despegaba de allí, me da respeto ese embudo para las ráfagas- e hice un vuelo precioso a media altura por toda la cara norte del Mogote, disputándole el espacio a los buitres que tienen en aquellas paredes sus nidacos.
Aterrizaje en el sitio y con el estilo habitual -la NASA me lo copió para depositar sus naves en Marte- comprobando lo bien que sigue funcionando el airbac. La vela, mitad en un arbusto, mitad en los cardos, viejos conocidos. El grupo de Manu, buena gente de calidad. La guinda, la puesta de sol, de foto. El Astro Rey está encaprichado con Cádiz.
Martes 11 desde las ruinas del Mogote |
La historia de la parapentista diminuta
El sábado anterior, esperando la recogida en el aterrizaje de poniente a la sombra de los árboles, Virginia Rosales se sentó a mi lado y, señalándome una hormiga descarriada, me dijo.
-- Gracias a un minúsculo animalito como este vuelo yo en parapente.
-- ¿Sí? No me hables de hormigas que me tienen infectada la cocina. Si me dijeras que era una paloma o un buitre, vería la relación, pero una hormiga, que además vive bajo tierra.
-- Los machos y hembras destinados a la reproducción tienen alas durante la etapa del apareamiento. Entonces salen de su hormiguero, localizan a una pareja de otra comunidad y se aparean en el aire.
-- Fascinante.¿Y que tiene que ver eso con tu afición al vuelo?
-- Mucho -me contestó Virginia-. La técnica de vuelo me la enseñó J y su equipo de Zero Gravity pero el tesón y el espíritu de superación necesario para volar lo aprendí de ellas.
-- ¡Ya! Leíste un tratado de zoología y supiste que con disciplina y constancia se obtienen buenos resultados, como las hormigas.
-- ¡No, no! No no, me lo enseñaron... mejor dicho, me lo enseñó una en concreto.
-- Tenemos tiempo hasta que venga el coche desde el despegue. Explícate, Virginia Rosales.
-- Cuando era chica... en edad, en altura nunca he sido grande.
-- Las buenas esencias se sirven en tarros pequeños. Tu eres la Barby Parapentista, muñeca.
-- Cuando era chica... en edad, en altura nunca he sido grande.
-- Las buenas esencias se sirven en tarros pequeños. Tu eres la Barby Parapentista, muñeca.
-- Gracias, y tú un cielo. Viví en el campo hasta los trece años, mi padre era labrador. Me crié sola y pasaba las horas jugando con los seres que me rodeaban. Piedras, plantas, animalitos, esos eran mis amigos. Los cuidaba, limpiaba las piedrecitas, regaba las plantas, le daba migitas de pan a los insectos... y les hablaba y acariciaba a todos sin distinción. Ninguno me hacía mucho caso excepto una hormiga, siempre la misma. Con sus gestos y miradas parecía comunicarse conmigo. Así llegué a entender lo que le fue sucediendo.
Era una obrera, una hembra estéril, con la tarea de recolectar comida, cuidar las larvas y agrandar el hormiguero. No era ni soldado, ni por supuesto estaba destinada a la reproducción. Cuando llegó la época del apareamiento, en que machos y hembras echan a volar para el cortejo, mi amiga se quedó prendada de un precioso macho de alas brillantes que exhibía su vuelo con gracia y habilidad. Deseó ardientemente estar allí arriba pero se miró... y no tenía alas. Pertenecía a otra casta Sin embargo, rebelde e inconformista, decidió intentarlo: trataría de volar para ser fecundada y llegar a ser una reina.
Se separó de su fila de hormigas pensando como conseguirlo cuando vio a tres compañeras que, en dirección contraria, transportaban un trozo grande y alargado del ala de una mariposa muerta. Se ofreció a llevarlo ella sola y, una vez alejadas las otras, ocultó la carga tras una mata de romero. El plan había comenzado. Después se acercó a una arañita conocida y le pidió que le proporcionara una buena cantidad del resistente hilo que salía de su cuerpo, el cual enrolló en una madeja. En su escondite, recortó el retal de la mariposa hasta darle una forma elíptica, como si fueran dos alas de hormigas unidas por el centro, pero de tamaño mucho mayor.
Con el hilo de araña tejió una especie de cuna donde ella se podía meter y que le permitía sacar la cabeza y sus seis patas. Desde la cuna extendió numerosos hilos hasta el ala de mariposa recortada. Para cada una de sus seis patas dejó un hilo libre- dos detrás, dos en los extremos y dos delante-, con lo que, tirando, podría cambiar en vuelo la geometría de la vela de mil maneras, a su voluntad.
Sin más preámbulos, se introdujo en la cuna de su artilugio, se subió a una silla cargando con el resto y se lanzó al vacío para emprender el vuelo. Calló en picado dando un porrazo monumental. Sin desanimarse, buscó una pendiente -una rampa de discapacitados- y corrió y corrió cuesta abajo, tropezando y rodando hasta que la detuvo una maceta. Volvió a la cima de la cuesta, inasequible al desaliento, y observó cómo una leve brisa levantaba el ala que, sujeta por los hilos de araña, tiraba hacia arriba de ella. Corrió otra vez viendo como los seis pies se separaban del suelo y despegó limpiamente. Evitando cometer más errores, fue experimentando y aprendiendo a subir en las corrientes ascendentes de la tapia del jardín y en las térmicas de la chimenea. Y observando el vuelo de mosquitos, avispas y abejorros, trató de imitarlos, para lo que, con cada una de sus patitas, tiraba del hilo adecuado en el momento preciso.
Animada por su progresión, se acercó al área donde revoloteaban los machos intentando atraer al de brillantes alas que le había motivado su pasión por el vuelo.
Animada por su progresión, se acercó al área donde revoloteaban los machos intentando atraer al de brillantes alas que le había motivado su pasión por el vuelo.
Sin embargo, ella presentaba una apariencia tan estrambótica que el varón alado no se dignó cortejarla. Se alejó desilusionada, ante las miradas burlonas del resto de las hembras. De pronto apareció una inmensa y terrorífica golondrina -gran depredadora de su especie- que, incitada por el brillo de las alas, inició la persecución de su amor platónico. La hormigita se interpuso entre el pajaraco y su amado para evitar la captura, sin pensarlo dos veces.
Intentado llamar la atención del monstruo, voló de la manera más extrema posible, ejecutando descensos bruscos dando vueltas en espiral, giros con el ala en vertical y vueltas de campana en el aire, generando tal confusión en la golondrina que se golpeó contra la rama de un limonero mientras volaba y cayó aturdida.
Todas las hormigas salieron a escape, haciendo gestos de agradecimiento a la obrera valiente. Esta, sin saberlo había inventado la barrena, el SAT y el tumbling, las principales maniobras acrobáticas en parapente.
-- Y consiguió la hormigita su objetivo de ser reina.
-- Imposible -respondió Virginia-. Su naturaleza le impedía ser fecundada, era estéril como todas la obreras, pero fue muy feliz volando.
-- Moraleja: con voluntad y constancia se pueden conseguir cosas que parecen imposibles, siempre que las capacidades naturales lo permitan. En todo hay un límite.¿Y que pasó con ella?
-- Para evitar que la golondrina se vengara zampádosela en la merienda, el fabriqué un terrario con espacio suficiente para volar y la instalé allí, donde seguía practicando sus acrobacias a mi vista sin que nadie la pusiera en peligro.
-- ¿Y todavía la tienes?
-- No Raul Rodríguez, el acróbata, me la pidió -quién le puede negar algo a Raul- y la estuvo cuidando una larga temporada. Después se encargó Hernán Pitoco y finalmente, hasta que falleció de viejecita, la tenía Horacio Llorens.
-- ¡Los mejores parapentistas acrobáticos del mundo!. Y luego dirá Raul Rodríguez que él inventó el SAT. ¡Vaya morro que tienen algunos!