lunes, 15 de agosto de 2011

Las montañas del Valle

El miércoles ya tarde aparqué en el descampado de la calle de infierno (donde instalan las atracciones en la Feria de Sevilla) para desplegar la vela. El sitio, magnífico; el precio, explicarle a los chicos  de la Policía Nacional que todo aparato que vuela, planea y no tiene porqué estrellarse si se para el motor, incluido su helicóptero, menos los cohetes, y que mi parapente, al no tener motor, no suponía ningún peligro para la seguridad nacional.- ¡No, no...! si no venimos a identificarle, es por curiosidad.-¡Vale, gracias, buen servicio!. Esta semana pienso volver, a una zona asfaltada y sin polvo de albero.

En el puente, hotelito a pensión completa en Benalmádena. Lo más cercano para volar, el Valle de Abdalajís, al que llevaba tiempo con ganas de meterle mano. Laure me puso en contacto con Merino y este con el club local. La amable chica que me atendió al teléfono me indicó el lugar equivocado, no tenía porque saberlo, pero al final llegué y me encontré con el sitio y con la gente. El viaje, una vuelta a la España de la posguerra, con unas carreteritas a las que solo les faltaba un pelotón de la Falange guardando lo cruces, los viejos y los que han estudiado historia lo entenderán.

Los pilotos malagueños, atentos y colegas a más no poder. Me enseñaron el aterrizaje, me guiaron al despegue, me explicaron como se volaba allí y se ofrecieron para todo lo que hiciera falta. Volábamos en la Capilla, que no es propiamente el de Poniente, porque el viento venía algo de norte. Ya había gente en el aire pero me advirtieron que el viento era escasísimo y podía pinchar. La ventaja es que desde el aterrizaje hay apenas veinte minutos andando hasta el despegue, por lo que no había problema para recuperar el coche. Dejé salir a tres, de los que uno bajó directo. Los que fueron bien aprovechaban las rachitas de termoladera -creo que es eso- para subir, de modo que escarmenté por cabeza ajena. Una brisita se hizo notar mientras me preparaba así que... tirón de la vela, salida decidida y giro a la derecha, buscando un paredón con pinta de estar calentito. No me engañó, me recordaba el "ascensor" que hay a la derecha del despegue de poniente en Algodonales.

Primero di una pasada a pocos metros sobre el despegue, que tiene la particularidad de estar relativamente bajo en relación a la altura de la montaña. A la segunda, y sobre la zona donde la piedra se mostraba desnuda, empecé a ascender notablemente. En la tercera o cuarta vuelta, una turbulencia solitaria le pegó tal sacudida a la vela que vi como la banda derecha se arrugaba medio metro al quedarse sin tensión. Un trallazo al instante  puso las cosas en su sitio y me disipó de golpe los últimos sopores de la siesta.
Lo que siguió fue un ascenso casi continuo, el pitito estaba contento, que me llevó casi a los 1700, mi record personal. Cómo en las últimas ocasiones, he sacado la cámara. aunque una calima de fondo dificultó la nitidez de las imágenes. Sigo erre que erre con el centrado de las térmicas y con la reticencia a alejarme de la zona despegue y aterrizaje. Supongo que cuando domine mejor las ascendencias me aventuraré un poco. Es como cuando me costaba destetarme de la tutela de la Escuela, requiere su tiempo. No faltaron las turbulencias ni los bandazos. El paisaje, majestuoso, con el pantano de Guadalorce, creo, siempre presente y la afilada cresta de la Capilla bajo mi trasero. A medida que caía la tarde fui perdiendo altura así que intenté un top landing, que a priori no parecía complicado. Estuve a dos metros del suelo, pero me pasé de largo, así que decidí tirar para el aterrizaje, llegando muy alto como es mi manía. Problema: costaba bajar sobre la zona, lo que me obligo a hacer ochos y más ochos pronunciados hasta que me harté y enfilé la parcela. Terminé contactando con los terrones ¡de pie, por fin, de pie!  al otro extremo, comprobando la buena calidad de las faenas agrícolas en toda la finca.

En el área de plegado, los colegas que me habían recibido en principio se ofrecieron a subirme para recuperar el coche, pero otro piloto tenía que hacerlo por haber olvidado el lastre, así que me despedí de ellos agradecido. Al ratillo, otros le trajeron de arriba lo que le faltaba al mencionado compañero, así que me dispuse a subir andando, sopesando cuanto iba a adelgazar, no hay mal... A medio camino, un monovolumen se paró a mi lado para que me subiera. Era el colega, que había convencido a otro con coche para rescatarme de la cuestecita. Todo un detalle, se ve que el parapente conserva la caballerosidad de los tiempos del Barón Rojo ¡que no se pierda, por favor!

Arriba, una pareja linda, me recordaron a Pablo y María, renunciaron a salir en biplaza, ella no baila..., no vuela sola. Junto a ellos Manuel, un albañil retirado que con 62 años lleva seis o siete dándole al parapente y al paramotor. Con ejemplos así no da tanto miedo darse cuenta de lo rápido que se pasa el tiempo y lo pronto que llegarán las terceras y las cuartas edades. Bajé con Manuel, todo un honor.

Cerca de Benalmádena se vuela en playa, aunque el despegue es arriesgado, según me dijeron. Pero hay un pedazo de planeo desde una antena en Mijas hasta la playa de mil metros de altura. A ver si organizamos algo. Para celebrarlo, espetones en el paseo marítimo, a la porra el self-service del hotel.


                                                              La capilla, con el pueblo al fondo

                                         Despegue y aterrizaje en la Capilla (El valle de Abdalajís)


                                              El pantano a contraluz, difuminado por la calima.



La semana próxima, curso de cross. Deseando y temiendo.

ENSEÑANZAS (A corregir por los expertos)


- Cuando se va a un sitio nuevo a volar, hay que asesorarse muy bien por los pilotos del lugar, a los que les suele ser grata esta tarea.
- Hay que informarse previamente sobre la forma de llegar, incluido el estado de las carreteras y caminos. Puede ser fácil perderse en las sierras. Lo ideal sería quedar con un piloto de la zona que te lleve la primera vez.
- Saber cuando va a llegar una rachita, por el movimiento de la vegetación en la ladera o por otros síntomas, es una habilidad de expertos muy útil.
- Dejar que los más expertos salgan primero es muy sensato, sobre todo en sitio nuevo.
- Incluso en la playa, en cualquier momento puede haber una plegada más o menos importante. Llevar los frenos un poco calzados da seguridad, además de aumentar el índice de planeo.
- Hay que saber en que momento de la aproximación hay que enfilar el aterrizaje o habrá que estar mentalizado para patear toda la finca.
- No exagerar el nivel real que se tiene y no ir de listillo ni de "enterao" de la capital facilita las relaciones sociales en cualquier ambiente, y más en este, donde la solidaridad es imprescindible.