Hostiarse es una cosa que solo le pasaba a los demás hasta que el pasa a uno mismo y todos somos candidatos, aunque unos hagan más méritos que otros. Hostiarse en parapente es, además, un requisito imprescindible para formar parte del exquisito club o asociación que vamos a formar próximamente, con congreso constituyente, directiva, presidente de honor y tribunal de admisión, pues habrá mucho accidentado hogareño que quiera colarse, la envidia es muy mala.
Hostiarse en parapente es, también, un rito de paso –que decimos en Antropología- sin el cual, el perfecto parapentista no lo será nunca. Al igual que los antiguos marinos solo podía lucir una argolla de oro en la oreja izquierda si habían pasado por el temible cabo de Hornos, alcanzando la categoría de Lobo Marino, el perfecto parapentista que haya vivido este trance deberá llevar su signo distintivo –a decidir que y donde- que lo haga identificable para el resto de la comunidad vuelística.
Habrá dos grados:el de los que la hostia no les dejó secuelas importantes y el de los que les ha mermado significativamente su calidad de vida, que formarán la élite del club; y también dos secciones: los que tuvieron el traspiés por causas del azar, independientemente de su buena técnica de vuelo, y a los que les sobrevino por hacer el capullo volando, que serán la mayoría. Por último, hay que saber que los miembros de ese club serán los que después de haber pasado por esta experiencia iniciática, siguen amando el parapente o alguna otra forma alternativa de vuelo libre y que no hay renunciado a seguir practicándolo. Un grupo especial lo formarán los que su entorno familiar les presione fuertemente –chantajes emocionales y de todo tipo incluidos- para que deje la actividad y otro de igual categoría los que hayan pasado más de una vez por el mismo trance: estos no tendrán que pagar ni cuota. Y una cuestión más: el tribunal de admisión habrá de valorar si el candidato se hostió con dignidad –que diría maestro Jota- o lo hizo amariconado –con perdón de los señores gays, que son unos caballeros- tanto en el momento del impacto como en el rato posterior. Maldecir el vuelo, lloriquear –salvo dolor insufrible, a los hombres siempre nos duele más que las mujeres- o exagerar las consecuencias del hecho quitan mucho mérito a la ceremonia.
Planteo el tema de coña porque esta vivencia constituye un hito en la vida vuelística de un piloto. No entiendo como algunos se avergüenzan de contarlo, como si fuera una deshonra, todo lo contrario. Incluso habría que llevar un registro para mayor gloria del deporte. Además ayudaría a prevenir los accidentes y daría pie a otra asociación hermana: la de los que después de muchos años de vuelo intenso, no han tenido ni un rasguño, bien por experiencia y pericia, bien por suerte, bien porque hayan hecho un pacto con el diablo, en el que no creo pero existir, existe.
He de contar que mi formación parapentistica me está sirviendo para sobrellevar estas jornadas postraumáticas con tres costillas rotas y contusiones múltiples. Si antes tenía que inflar la vela con pericia, ahora he de vigilar cómo me levanto de la silla sin que el costado me pegue un bocado de tiburón. Si en el vuelo había de conducirme con cuidado por la ladera, ahora lo hago entre los muebles, procurando no tirar los objetos que no podré recoger: un truco, un rascador de espalda es muy útil para acceder al suelo o a los sitios altos; si antes había de planificar y ejecutar bien el aterrizaje, ahora tengo que estudiar como me siento, o me acuesto para evitar el mismo resultado que cuando me levanto. Y además, si para volar en parapente había de explorar nuevos lugares donde hacerlo, ahora tengo que estudiar nuevos sitios donde poder dormir, en la cama habitual es imposible. En mi caso, mi querida hermana le ha expropiado temporalmente el sillón reclinable futbolerotelevisivo al buenazo de su marido para que yo eche un sueñecito por las noches. Lo acabo de estrenar y la larga cabezada me ha dado fuerzas para escribir estas letras. Permitidme que me reserve cómo he resuelto satisfactoriamente otras cuestiones de higiene íntima, que solo confesaré a los hermanos en la hostia que necesiten la información o a los que me paguen una pasta gansa.
Otra analogía es que la solidaridad en el parapente es la misma que necesitas y tienes que fomentar en este estado, en el que dependes de enfermeras en los hospitales y de familiares en tu casa. Por cierto, vaya belleza nórdica la de la doctorcita del centro de salud de Matalascañas que estaba de guardia, dan ganas de volver a hostiarse el día que le toque turno.
Ah, y falta redactar un Kamasutra adaptado a estas situaciones, id sugiriendo el contenido de los capítulos. Uno de ellos sería cómo hacerlo con tres costillas rotas sin que el dolor sea más fuerte que el placer, o mejor, sin ningún dolor, que a mi edad cualquier cosa me desconcentra.
¡Cueeentamé, co..mo pasooooó! Que dice la rumbita. Pues primero salí ayudado por Carlos López de la puta plataforma del chiringuito Bananas, inflando bien, pero penduleando en el aire mucho sin saber porqué. Ese día volaba con la Ambar en vez de la Artax pero no creo que sea la causa. Pinché enseguida. Hice unos intentos de salir desde abajo que no me salieron y volví pacientemente a subir a la ladera y me dispuse a despegar otra vez, también ayudado por el inapreciable Carlos.
Volví a inflar bien pero también salí dando bandazos, aunque esta vez logré sobrevolar la superficie alta. En uno de los bamboleos supe que tocaba tierra y me preparé para un arrastroncito de los que me son familiares y así contacté, pero no se quedó ahí, sino que la vela siguió tirando con fuerza y me lanzó a una zanja donde impacté con la parte baja de la pared de enfrente, unos cinco metros de recorrido. El golpe fue brutal, creo que el casco y cierta forma física, también la suerte, me salvaron de peores. Me levanté a cámara lenta como en las películas de guerra cuando ha caído una bomba al lado. Después, la atención de los colegas, magnífica, primer tratamiento en Matalascañas, donde tienen una especie de 061 en pequeñito, traslado a Huelva, luego a Sevilla y finalmente al desorganizado estudio donde habito, en el que el más desorganizado aún de mi hijo hace de enfermero con buena voluntad y acierto.
Y eso es todo amigos. Solo me falta mostrar mi más vivo agradecimiento a los colegas, en especial a Pablo Andreu y a su amigo, a los que les fastidié el día, a Carlos, Andrés, a David Renault, y restantes pilotos que me recogieron, a la chica que tomaba el sol junto al camping, a los numerosos compañeros que se han interesado por mí (Luisma, Carlos, Pablo el grande, Jns, etc, etc y especialmente Jota), al Servicio Andaluz de Salud ¿saben que solo el traslado de Huelva a Sevilla costó 600 euros? especialmente a su personal y a mi gente.
Finalmente ¡Tengan cuidado ahí arriba y sobre todo cuando lleguen abajo, que esto duele tela!
Nos vemos.