martes, 24 de julio de 2012

Ave Fenix

El fin de semana anterior se cerró sin despegar los pies del suelo a pesar de cargar con el mochilón dese el viernes al domingo. La playa lo acaparó todo y Vejer de la Frontera, único sitio que quedaba cerca, no se puso cuando pasé por allí. Cómo sucedaneo, unos ratitos en mi vieja loma de el Balcón de Andalucía, entrando por Castilleja de Guzman, que me deparó un par de buenos atardeceres de campa, tan  necesaria y gratificante a la vez. He avanzado en el control de la vela en tierra, donde la mantengo arriba por un tiempo percibiendo sus movimientos casi sin mirar, aunque no me resisto a controlarla visualmente por el rabillo del ojo. El viento estuvo alegre en ambas ocasiones y, la verdad, recordando los arrastrones propios y las historias trágicas de otros estampándose la sesera contra las rocas, no he dejado de sentir miedo hasta el momento de la levantada. Una vez arriba, esa muñeira desangelada que hay que bailar cuando queremos mantener la vela en alto, cuyo ejemplo más gráfico fue el vídeo grabado por Gaspar a Andrés Suárez (el Valiente) en que no se sabe si el piloto sigue a la vela o la vela baila al compás del piloto. Eso iba a ser todo cuando recibí, in situ, la visita de Francesco de la Tavola, ese cavaliere con el que coincidimos frecuentemente y que, me confesó, escondía la siguiente historia, que tiene su comienzo precisamente en el lugar en el que nos encontramos: la loma del Balcón de Sevilla:

"Yo sabía que no se puede volar aquí porque  esta zona corresponde a la senda de planeo de los aviones comerciales cuando aterrizan en San Pablo. Pero vine con la intención, como tú hoy, de hacer campa y si se ponía a tiro, dar un planeito. Ese día el viento venía de poniente, por lo que me dirigí al cerro de enfrente, el que está coronado por los árboles, para aprovechar la ladera oeste. Los aviones no entraban por allí porque tendrían el viento a favor, pero si podían despegar en esa dirección, como efectivamente ocurrió. Tras un rato en tierra viendo como mi nueva vela cada vez se mnostraba más dócil en mis manos, decidí tomar carrera y dar un saltito, con tan aparente buena fortuna que una súbita ráfaga me elevó más de los previsto. Eran las seis de la tarde de un día caluroso y, nueva casualidad, una térmica imprevista me siguió subiendo hasta una altura considerable. Cuando empezaba a disfrutar de mi proeza sentí a mis espaldas un zumbido creciente, finalmente ensordecedor que terminó con una violenta sacudida, que puso la vela delante y debajo de mi, seguida por un tironazo bárbaro que solo puede comprender cuando vi el inmenso vientre de un Boeing 747, al que me mantenía unido por el parapente enganchado del extremo superior del timón de dirección, al que se fijaba en un saliente -una sonda o una antena- que le impedía soltarse.

Tras los primeros momentos de confusión puede estabilizarme, dejando de dar bandazos, y hacerme cargo de mi situación, a pesar de que un viento fortísimo me quemaba el cuerpo entero. El avión ascendía mientras ponía rumbo sur y a los pocos minutos vislumbré el estrechó de Gibraltar y las imponentes montañas del Atlas, en el norte de Marruecos. A medida que el avión subía y se aproximaba a África, el aire se hacía más irrespirable y la presión mayor hasta sentirme desfallecer. Cuando iba a perder el sentido, un súbito desgarrón de la flamante vela me liberó de mi nodriza y empecé a caer como una hoja... de plomo. Mi instinto de supervivencia me hizo tirar el paracaídas  al observar acercarse las cumbres nevadas. 

Desperté, dolorido y confuso, en la penumbra de una habitación grande y fresca, con el sonido de unos acordes árabes de fondo. Me parecía haber dormido días enteros. Un hombre con ropa occidental, gafas sin montura y fonendo al cuello me tomaba el pulso y hablaba en árabe con unas bellísimas jóvenes que estaban al lado. Después, en un inglés de colegio, se dirigió a mí. -How do you feel? Are you in pain? -Perdone, soy español. -¡Ah, paisa! ¿Te duele algo? Tu estás bendecido por Allá, el Magnánimo, tienes mucha suerte; ¿De donde has caído? Recordé mi forma de entrada y decidí ocultarla, resultaría increíble. -Estaba practicando parapente en estas montañas, mentí, y una corriente rompió mi vela y me arrastró hasta aquí. Gracias por su ayuda. -No me agradezcas nada, estas bajo la hospitalidad del jeque Abdulláh, señor de estar tierras, y bajo la protección de su Majestad el Rey de Marruecos. El galeno se retiró haciendo una reverencia al personaje que llegaba, un venerable anciano vestido con una chilaba de terciopelo verde, seguido a dos pasos por una no menos respetable señora.


-¡A sí que eres español! No piso la península desde que luché en la Cruzada de Liberación, a las órdenes del Caudillo. No se si eres un enviado de Alláh o un infiel que ha profanado mi harén. Ante la duda te dejaré que vivas y que y que goces de este paraíso en la tierra, pero si tengo pruebas de que eres un enemigo, mandaré cortarte el cuello después de arrancar tus atributos. -Oh, señor, juro por Dios, digo por Alláh, que no era mi intención molestarle. Si me lo permite, saldré de aquí ahora mismo. -¡Eres un ingrato, cristiano! Acaso desprecias mi hospitalidad. Te digo que goces de nuestro jardín de Alláh representado por estas beldades. ¡Fátima, Yasmina! -ordenó el anciano dirigiéndose a dos jóvenes- haced que este hombre honre al Profeta tras conocer vuestras virtudes. Y tu, infiel, compórtate con mis dos esposas como si fuera yo mismo, que a mi edad prefiero testaferros para ciertas cosas. Confundido y expectante, me dejé guiar por las púberes, que no creían en la suerte de yacer con un varón tan atractivo como yo, hacia una alcoba anexa. Cuando me tendía en el lecho, se acercó la mujer que acompañaba al jeque, ante la cual, las muchachas se inclinaron y, a una orden suya, se retiraron presurosas. 

- Soy Amira, la primera mujer del ABdulah. Abstente, joven, de tocar a ninguna de sus esposas, ya que después no vivirás para contarlo. Ya les ha ocurrido a tres italianos y a dos franceses. Nadie puede vivir para desvelar que el Jeque es representado en estos trances. Solo yo puedo otorgarte mis favores y si cumples bien, podrás salir de aquí a salvo y cargado de presentes. Ven esta noche a mi estancia, retocemos un rato y al amanecer te embarcaré en una goma -bote neumático de contrabandistas de hachís- que atravesará el estrecho con un cargamento y te dejará en los alrededores de Tarifa. - Gracias, Amira, será un placer. ¿Podría pedirte un favor? ¿Haz que reparen mi vela, que me es muy querida? -No se para que la necesitas, pero yo misma me encargaré, pues en mis ratos de asueto, que son muchos, me entretengo con la costura. - Gracias de nuevo, procura que quede como nueva, sin que pierda la forma cuando la hinche el viento, por favor. 


Me quedé solo y aproveché para salir al inmenso patio donde, en una especie de taller aledaño, tres objetos llamaron mi antención: mi silla de vuelo, una bomba de agua portatil movida por un motor Solo (usado también en paramotores) y un aerogenerador pequeño, cuya hélice estaba desmontada. Se me encendió la mente y, con un par de llaves, desacoplé la bomba, dejando el motor unido al soporte, y corté con una segueta la parte sobrante de ese soporte. Después probé acoplar la hélice al eje del motor y lógicamente, no coincidía. Busqué la broca apropiada y agrandé el agujero de la hélice hasta que se acopló bien . A falta de pasador para fijarla, le apliqué un bote entero de Loctite a la unión del eje y la hélice. En esto llegó un sirviente que, receloso, me preguntó si necesitaba algo, a lo que le contesté que estaba construyendo un ventilador para refrescar el patio y hacerlo más agradable a su señor, en señal de agradecimiento. Se fue satisfecho, lo que me permitió seguir  acoplando toda la estructura -motor, depósito y hélice montados en el soporte- a la silla, para lo que le eliminé el airbag e improvisé una bancada de unión, usando los restos del soporte de la bomba. Anochecía cuando terminé mi paramotor modelo Ave Fenix.

Tras una rápida ducha, me dirigí a cumplir mi promesa, con la lívido por los suelos. -Toma, mi amante cristiano, aquí tienes tu vela cosida, dame ahora lo que acordamos. - Gracias, señora,  pero déjame un instante que la levante al viento para ver cómo ha quedado. -Bien, pero no tardes, porque si no quedo satisfecha, seré yo quien te desgarre lo que no te sirva conmigo. Entonces lo vi claro, ni quería perder los compañones a manos de la señora, ni la libertad por narcotraficante. Parsimoniósamente, me coloqué el paramotor improvisado, enganché la vela y, ante la mirada atónita de esposas, concubinas y criados, arranqué y despegué a la carrera saliendo desde una punta del patio y rozando el tejado del palacio al abandonar el lugar. Detrás, con voz desgarrada, la señora decía: -Vuelve, maldito infiel, cumple lo acordado o no tendrás agujero donde esconderte.

Un viento de sur me empujó hacia la península y, muy cerca de la playa, se agotó el combustible. Nadé los últimos metros y traté de convencer a la Guardia Civil, que me sorprendió cuando vigilaba un alijamiento, de que no era un narco. -Me dormí con la caña en las manos, señor agente, y me caí del bote. Ahora vivo aterrado. Cada vez que veo a alguien con pinta de marroquí me temo que sea un esbirro de Amira, que me quiere llevar de vuelta al harem para que cumpla lo prometido o pague si no lo hago".

No se si serán reales estos hechos pero Francesco nunca nos ha mentido antes, salvo extrema necesidad, por lo que, aunque no verosímil, puede que lo narrado sea verídico.

Después he realizado un par de vuelos, donde han sucedido cosas interesantes y me han confiado aventuras aún más sorprendentes, pero eso queda para otra entrega.

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