Dos semanas de penitencia (régimen de adelgazamiento y ratos de campa) me permiten matar la mala conciencia de volver a volar después del hardazo (de "hard", duro en inglés, por lo duro del suelo) de Montellano. A las nueve y media de la madrugada formamos la Patrulla Triana, compuesta esta vez por Carlos, Andrés, Rafael, Nicolás -que reaparece en los ruedos- y un servidor, y pusimos norte para el Valle, saltándonos Teba muy a pesar de alguno. También nos dejamos atrás una magnífica venta en la quincuagésimo tercera curva -máh o menó- entre Antequera y el Valle, por lo que llegamos al despegue de Capilla con lo puesto.
Arriba, viento flojito y algo cruzado de la izquierda. Lo más extraño es que no había ni un piloto local en el sitio, alguien dijo que hasta las dos no llegaban. Pasada esa hora, y con la sola compañía de dos alemanes, el viento se animó un poco y comenzaron los despegues. Los tres que me precedieron se perdían por la derecha y al poco rato se les veía la mar de altos. Salí yo, con una maniobra impecable, todo hay que decirlo, y seguí la estela de los otros, pero... cuando me di cuenta me había metido en la fuga -a aquella ladera le faltan trescientos metros por su lado este- y me encontré clavado y bajando. Metiendo medio acelerador, primero conseguí evitar los matorrales -librándome del alias de "el jabalí de Capilla"- después sobrepasé las encinas, luego conseguí superar los olivares, y cuando me veían cayendo en las ruinas de un cortijo, una ascendencia misericorde me dejó justo al lado del coche, en un fraudulento aterrizajes de precisión.
Los demás iban de vuelacos, menos los teutones, que tampoco tardaron mucho en bajar y alguno se pasó el campo y terminó donde Cristo perdió el mechero. Uno de los nuestros se fue para la ladera vecina. Decidí que aquello no quedaba así y, con más moral que el Alcoyano, empaqueté mis bártulos y tiré cuestarrón arriba, con el pasito lento de los zombis cuando van de recogida. Y llegué, ya lo creo que llegué, y descansé y preparé el equipo y cuando estaba a punto de despegar... me llama Carlos diciendo que abajo el viento está muy fuerte, que mejor que no salga y que baje el coche.Y que hice: recoger en coliflor- bueno, más bien en bata de cola- y bajar el coche agradeciendo la advertencia ¡arrastrones no por ahora, por favor!
La patrulla, buscando vientos favorables, se trasladaba a poniente ¡Vaya acierto! Uno de los lugares más bonitos que he visto para volar. El paisaje es una continua disputa entre la tierra de la campiña y el agua de los pantanos, aquí gano yo y te formo una península, allí podéis vosotros más y plantáis un golfo. Y en medio el sol, avivando los colores de una y plateando la superficie de los otros.
El despegue, con viento justito, perfecto. Los demás también, especialmente Nicolás que a pesar de llevar un año en tierra, vuela como si fuera ayer mismo cuando guardó su vela. Verle tan en buena forma física me quita el complejo de "demasiado viejo para volar". Tras salir, subo tal que en las escaleras del Corte Inglés y supero el farrallón de la izquierda a la segunda vuelta y después el de la derecha, que es más alto. Me sitúo casi a 1100 y me mantengo en la vertical de las crestas, tratando de deleitarme con la panorámica entre giro y giro. Hago fotos y grabaciones de vídeo y no me canso de admirar todo lo que alcanza la vista. En una de las aproximaciones al extremo este noto que el viento está algo fugado y fuertecito. Me quedo clavado otra vez. Meto acelerador a fondo y aproo hacia la zona de aterrizaje. Los demás, o más viejos o más listos, se concentran en el extremo oeste, donde el viento está mejor enfrentado. Forman una bella estampa, con el celeste de un cielo parcheado de nubes algodonosas sobre un horizonte incierto a modo de telón de fondo. Si ninguna prisa, como si Eolo quisiera espantar mis miedos a los rebufos del páramo, mi vieja Artax me fue llevando hasta donde debía, y, giro va giro viene, me aproxima al lugar preciso, igual que esos borricos que marchan con el dueño dormido a sus lomos. Nadie supo que aterricé en el camino y junto al coche de pura chamba y quedé genial. Andrés, encantado con su nueva vela -vela casi nueva- y Nicolás son sus nuevos vuelos. Tó er mundo contento.
Cenita de tapitas a sesenta centimitos y buena tertulia. Faltó una cantinera guapa, o en su defecto un camarero simpático. No todo puede ser perfecto. A la vuelta, hora y media de camino que dan para una buena charla y algunas confidencias. Cómo decía aquel, a los casados -o que lo han estado- no hay que explicarles ná y los solteros no lo entenderían.
FOTOS DE CARLOS LÓPEZ:
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